16.10.04

Para una sociedad más justa

El castigo, si pretende generar una conciencia plena del bien y del mal acompañado de un cambio de conducta en la dirección correcta, debe ser siempre excesivo en relación a la falta que se desea sancionar. Si el castigo es importante para que cualquier sociedad, civilizada o no, funcione, la desmesura del mismo lo es todavía más. La desproporción de la pena es mucho más útil para los casuales observadores del proceso, que para el castigado en sí. De esta forma, se sacrifica a un individuo con la secreta finalidad de mejorar al conjunto.
Las sociedades más antiguas entendían el concepto a la perfección. Creían ciegamente en que todo individuo podía ser regenerado. En tal sentido, por ejemplo, procedían a cortar la mano del ladrón. Con esto se lograban al menos tres efectos básicos: 1) El ladrón entendía claramente que su conducta había resultado cuando menos inapropiada. 2) Los observadores, al rascarse la nariz, casi podían sentir las diferencias entre el bien y el mal. 3) El ladrón comprendía de manera inequívoca que su conducta tenía consecuencias. Podía luego, a través de una sana introspección, comprender lo negativo de la naturaleza de los actos cometidos.
Además, sin una mano, robar es más difícil (se cree que la dificultad aumenta en el orden de un cincuenta por ciento).

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