Camino por Florida, desde Rivadavia hasta Córdoba, un lunes a las cinco de la tarde. Para aquellos que pudieran estar leyendo estas líneas, y tengan la peculiaridad de no ser argentinos, creo pertinente aclarar que Florida es una calle. La calle con mayor densidad poblacional de la República Argentina, tal vez.
Es difícil caminar, entonces, y uno debe acostumbrarse a dejar que el ritmo del desplazamiento lo fije la multitud, como si se tratara de un atasco de tráfico, sólo que sin vehículos.
Tengo tiempo de observar el fenómeno que se ha dado en llamar ‘artistas callejeros’, mientras el calor nos devora la epidermis y uno siente que es transportado por una suerte de escalera mecánica plana e infinitamente lenta que conduce a estar cada vez con más y más gente.
Hay un hombre todo pintado de blanco, disfrazado de estatua. Hay un hombre disfrazado de Michael Jackson, esperando y esperando que alguien ponga una moneda en su taza, para entonces levantar una mano enguantada y lanzar un tibio saludito de lentejuelas. Hay un hombre todo pintado de un dorado tirando a marrón, supongo que estatua también, porque no se mueve, o sea que es estatua de bronce (olvidé mencionar que tiene alas, desconozco el significado y/o la utilidad de las mismas). Hay un hombre y una mujer vestidos con pilotos y abrigo, y paraguas y bufandas, en pose, como congelados en medio de una tempestad.
Para resumir, la cantidad de gente que parece haber elegido como disciplina artística el no hacer absolutamente nada, el quedarse quieto, me pasma. Si estuvieran en el Tíbet serían monjes, tal vez, si estuvieran en territorio europeo se verían obligados al menos a aprender a soplar un saxofón. Pero aquí, en mi amado país, se limitan a quedarse quietos. Y esperan a cambio dinero y aplausos, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Es difícil caminar, entonces, y uno debe acostumbrarse a dejar que el ritmo del desplazamiento lo fije la multitud, como si se tratara de un atasco de tráfico, sólo que sin vehículos.
Tengo tiempo de observar el fenómeno que se ha dado en llamar ‘artistas callejeros’, mientras el calor nos devora la epidermis y uno siente que es transportado por una suerte de escalera mecánica plana e infinitamente lenta que conduce a estar cada vez con más y más gente.
Hay un hombre todo pintado de blanco, disfrazado de estatua. Hay un hombre disfrazado de Michael Jackson, esperando y esperando que alguien ponga una moneda en su taza, para entonces levantar una mano enguantada y lanzar un tibio saludito de lentejuelas. Hay un hombre todo pintado de un dorado tirando a marrón, supongo que estatua también, porque no se mueve, o sea que es estatua de bronce (olvidé mencionar que tiene alas, desconozco el significado y/o la utilidad de las mismas). Hay un hombre y una mujer vestidos con pilotos y abrigo, y paraguas y bufandas, en pose, como congelados en medio de una tempestad.
Para resumir, la cantidad de gente que parece haber elegido como disciplina artística el no hacer absolutamente nada, el quedarse quieto, me pasma. Si estuvieran en el Tíbet serían monjes, tal vez, si estuvieran en territorio europeo se verían obligados al menos a aprender a soplar un saxofón. Pero aquí, en mi amado país, se limitan a quedarse quietos. Y esperan a cambio dinero y aplausos, como si fuera la cosa más natural del mundo.