30.7.08

El culo y el violín

Ella soñaba con tener talento musical, pero tenía buen culo. Y entonces, cada vez que tocaba el violín, cada vez que intentaba hacerlo, la gente quedaba extasiada, con su culo. Y ella tenía sentimientos encontrados. Estaba orgullosa de su culo, pero anhelaba demostrar sus inexistentes atributos musicales. Lejos de reconocer su falta de aptitud para la música, pensaba que su exquisito culo conspiraba, distraía, de lo verdaderamente importante, de lo que ella tenía para dar, de su música.
Pero ella tampoco estaba dispuesta a desprenderse de su don, nadie lo hace, y mucho menos aceptar que era una negada para la música, porque aceptar una incapacidad, claudicar, rendirse, es por lo general tan triste, y uno queda como en una habitación de hotel a oscuras.
Ella estaba atrapada en ese dilema, sufría. Había noches en que soñaba con la estatua de la justicia, pero la estatua de la justicia tenía el rostro, las facciones de un chancho pecarí. En un platillo de la balanza estaba su violín, en el otro, su culo (en ambos casos de ella, no del chancho). Pero en su sueño la balanza permanecía en perfecto equilibrio, la balanza no se inclinaba, y ella se despertaba agitada y sudorosa, intentando recodar, aferrarse al último piolín del sueño, porque si lograba ver en qué dirección se inclinaba la balanza entonces, presentía, su vida se ordenaría.
Después se casó con un escribano y abrió un local de venta de bijouterie. Me la encontré el otro día por la calle. No tenía buena cara, pero era muy temprano.

27.7.08

El cuerno de la abundancia

Últimamente, hago una cosa que provoca el más profundo de los desconciertos.
Tiene que ser en un bar. Si estoy solo, pido como si fuéramos dos personas. Si estoy con una persona, pido como si fuéramos tres los presentes, o incluso más, de acuerdo a la necesidad que me aguijonee en ese momento.
Permítanme dar un ejemplo. Lo que podríamos denominar, ejemplo 1.
Estoy con una chica, en un bar. Es de mañana, hora del desayuno antes de comenzar una jornada de trabajo. La chica quiere, lo sé, la conozco, un café con leche, nada más. Yo quiero un café chico, y una medialuna de manteca.
Se acerca el mozo. Formulo mi pedido.
–Buen día. Es un café con leche, un café chico, una medialuna de manteca, un jugo de naranja exprimido, un agua con gas, una porción de tostadas con queso y mermelada, ah, y un té.
Y no digo nada más. Miro, tal vez, distraído, por la ventana. El mozo duda, mira pero no encuentra una sonrisa de la cual aferrarse, y se aleja, pensando que están por ingresar las tres personas restantes, que ahí vienen. Pero no, no vienen.
Mi acompañante separa sus manos de la mesa y abre la boca en ‘u’, y luego decide callarse, confundida, o tal vez no logre contenerse y diga ‘yo no quería jugo…’, pero, ante un casi imperceptible asentimiento de mi parte, intenta desentenderse de una situación que comienza a incomodarla.
Entonces viene el mozo. Observa que seguimos siendo dos personas, y él tiene un pedido para, digamos, cinco personas. Se lo nota contrariado.
–El café con leche para la señora –digo, sin mirarlo. Esto es importante también, decirle ‘señora’ a una chica de menos de treinta es muy importante también, porque es sembrarle una duda, es devaluarle las tetas, es dejarla avizorar el futuro, para que se despabile, para que de a poquito comience a pensar en algo. Es fácil de practicar con alguna empleada de cualquier comercio. Cuando concurra a comprar algo, dígale en algún momento ‘señora’, y fíjese en su cara–. Ponga todo lo demás por acá. –Y señalo vagamente, sin mayor detalle, lo que podríamos denominar ‘mi’ mitad de la mesa.
Aquí, es inevitable, el mozo dirá algo, o mi acompañante dirá algo, o tras mirarse buscando alguna mínima complicidad que les permita superar un momento que no comprenden, los dos dirán algo, más o menos al mismo tiempo. Eso me obligará a decir algo, a mí también.
–Sucede que hace ya demasiados años que vengo huyendo de la carencia. Sucede que sufrí mucho de pibe. Sucede que una de las pocas cosas que me calma, que mitiga mi dolor, es ver que hay, que sobra, que yo no quiero en absoluto, pero que si hubiera querido, si hubiera necesitado, algo, cualquier cosa, mermelada en esta oportunidad, hubiera podido, estaba allí, al alcance de la mano, sin problemas.
Y tomaré mi café, daré un mordisco a mi medialuna de manteca, sintiendo que soy un tipo de lo más interesante.

24.7.08

Persecución

Voy a correr. No sé porqué. Correr es caminar, pero más rápido. Cuanto más rápido, más lejos se está de caminar, y más cerca de ser aceptado por la inconcebible secta de lo que se ha dado en llamar ‘deportistas’.
Lamentablemente para mí, quién sabe, no consigo una velocidad muy alejada de la caminata. Si mis rodillas hablaran me preguntarían, como una novia: ¿por qué me hacés esto?
El avanzar en ese estado de velocidad mínima, me permite escuchar de qué habla la otra gente que camina, la gente que también corre.
El 93% de las conversaciones son sobre comida. Estos sujetos hablan, mientras se mueven, mientras corren, de lo que comieron, de lo que comerán. Recuerdan. Anhelan.
Y es esta noción, tan arraigada por cierto, que cada premio tiene su castigo, que se debe sufrir antes o pagar después, pero que nunca existirá la posibilidad de arrancar un momento de la más pura alegría como quien descuelga un fruto de un árbol, con esa simpleza. Es esa noción, decía, lo que te dejará salpicado de un pestilente gris. No importa cuánto corras, no importa lo rápido que puedas correr.

21.7.08

Shakespeare no me ayuda

La mujer me explica que debo leer el soneto # 116 de Shakespeare para de esa forma comprender porqué se va, porqué me abandona.
Leo, entonces, el soneto en cuestión, intento leerlo una segunda vez, con idéntico resultado, a saber: no entiendo un pomo.
Así que a la hora de la cena, en lo que probablemente sea nuestra última cena, al terminar de comer mis agnolottis de ricotta y nuez, con mucho pesto, largo un descomunal eructo en pleno rostro de la mujer. Digo en pleno rostro porque he tenido la precaución de aproximarme un poco, como quien va a hacer una confesión, y ella, viendo mi actitud, se ha acercado, un poco también, lo cual me ha permitido, por decirlo de alguna forma, con admirable precisión y manejo de los tiempos, enfocar la columna del eructo a la altura del puente de su nariz. Digo descomunal, porque el eructo, dotado de un particular énfasis, ha surgido de mis entrañas, tal vez por un año y medio contenido, con la sonoridad, la guturalidad, la vehemencia del rugido de un león adulto en la sabana africana, apuntando a una luna del más precioso marfil.
La potencia del eructo, su musicalidad y fetidez, la han tomado, tal vez, algo desprevenida, al punto de hacerle perder el control del tenedor, que cayó al piso sin excesivo estrépito.
Ahora sí, con este nuevo motivo recién comprado, le digo que la entiendo, que le deseo lo mejor, que tal vez ella tenga razón, que no nos hagamos daño, que las cosas, todas las cosas, se terminan.

18.7.08

Maldito vademécum

Voy a una farmacia. Es una de esas farmacias modernas, donde los medicamentos están desplegados como si se tratara de un supermercado. Y así uno puede deambular por pasillos, recorrer exhibidores repletos de píldoras, de jarabes, de cremas, de blisters, de pócimas.
Camino y camino. Me paso una buena media hora perdido allí dentro, con una simpática canastita de plástico azul que me facilitan para que vaya colocando los artículos que preciso.
Finalmente, me dirijo a la caja con mi canasto vacío y le pregunto a la cajera de la caja tres si no sería de su agrado ir a conversar, tomar un café, caminar, si llueve, un par de cuadras de la mano.

15.7.08

Revolucionario sin remera

Debo luchar. A la mañana, cada mañana, debo luchar. Debo luchar contra la arritmia y la piorrea, contra la caída del cabello y las uñas encarnadas, contra la psoriasis y la gingivitis, contra los resfríos y la conjuntivitis, contra la lordosis y las infecciones urinarias, y el hígado que pide misericordia, clemencia, ser tratado de acuerdo al Protocolo de Yalta, contra la alergia al polen y a las plumas.
Sin embargo, todavía suelo cruzarme con gente cuya inaudita osadía les permite acusarme de burgués.

12.7.08

Felicidad. Una aproximación matemática

Tome la cantidad de cosas que tiene que hacer, y que no le gustan.
Tome las cosas que hace, y que le gustan.
Divida ambas cantidades. La cantidad de cosas que tiene que hacer, y que no le gustan, es el dividendo. La cantidad de cosas que hace, y que le gustan, es el divisor.
Recuerde que no puede dividir por cero. De ser ese el caso, usted es un triste indeterminado.
Si el número resultante del cociente es menor o igual a 1 (uno), usted es demasiado feliz para este mundo. Hágase un chequeo cada tres meses, sea cuidadoso, puede tomar un vaso de vino durante las comidas, utilice preservativo para cualquier tipo de práctica sexual, incluso la masturbación, use sobretodo en invierno, paraguas si está anunciado lluvia, y practique algún deporte sin contacto físico (tenis, voley, golf) tres veces por semana.
Si el número resultante del cociente, en adelante el ‘happiness ratio’ (HR), da un número entre 1 (uno) y 5 (cinco), usted está muy bien. Su señora le emboca a toda su familia, incluida su cuñada (la suya, la hermana de su señora) epiléptica con vocación de prostituta, durante toda la tarde del domingo, el médico le informa que usted tiene la tercera vértebra cervical con la forma de un fusile y que es conveniente que use un corsé de policarbonato para cualquier actividad que implique un esfuerzo superior al de, digamos, meterse el dedo en la nariz, su socio se fugó con la secretaria de diecisiete años, y todos sus (los suyos, no los de la secretaria, pobrecita) ahorros. Pero sus hijos le compran un par de medias para el día del padre, son medias ‘Tomasito’, 180% nylon, color beige, y usted ha aprendido, no sin esfuerzo, a navegar por Internet, y ha descubierto que si se queda despierto el tiempo suficiente, hay sitios para consultar donde señoritas muestran sus tetas en la pantalla, ¡y es gratis!
Si el HR (coeficiente de la felicidad), da un número entre 5 (cinco) y 10 (diez), bueno, usted la está remando. Su capacidad espermática se ha reducido tanto, que usted descubre que podría usar el mismo preservativo más de una vez sin que nadie lo advierta, su amante le informa que lo tiene filmado aquella vez que usted intentó copular con un Fox Terrier pelo duro, y da la casualidad que ella también frecuenta a un muchacho que trabaja en un noticiero de televisión y que estaría encantado de poder exhibir dicho material, cada vez que usted va a la cochera, cada mañana, alguien, un humano, a juzgar por el material, ha defecado sobre el capó de su Ford Escort 1993, y nadie tiene una explicación. Sin embargo, usted ha luchado para armar una familia, y se le permite como reconocimiento ver un programa de fútbol los domingos por la noche. También puede usted comer un alfajor Guaymallén, algo abollado, que ha encontrado vaya uno a saber por qué motivos, bajo la almohada del tercer hijo de su segunda esposa.
Para finalizar, si el cociente (HR) es superior a 10 (diez), alguien intenta sodomizarlo con una trompeta mientras usted viaja en tren hacia sus doce horitas diarias de trabajo, usted ve por televisión que el restaurante al que concurría con los muchachos de la oficina ha sido clausurado por el brote más grande de brucelosis que haya tenido jamás el planeta tierra, su hija de catorce años le informa que parte rumbo a Detroit, deja todo, porque se ha hecho devota de Marilyn Manson.
Y a las tres de la mañana, suena el teléfono.

9.7.08

No pienso decirlo

La mujer me dice, con tristeza, con énfasis, años después, lo malo, lo perjudicial que fui en su vida. El tremendo obstáculo que fui, según me informa, le impidió realizarse como persona, como mujer, como profesional, como artista, no recuerdo exactamente el orden.
El imponderable, la espantosa tragedia de encontrarse conmigo, la desvió para siempre de su exquisito potencial, la privó, como quien le arrebata a un oso un tarro de miel, de un hermoso futuro repleto de multicolores posibilidades.
Todo aquello que hubiera podido ser, todo aquello que la hubiera hecho feliz, se perdió para siempre en el inasible magma del antes, mientras que a ella sólo le fue permitido despertarse, cada día, en el forever gris después.
Por un momento, por lo que dura un momento, por ese intersticio, por esa ranura de tiempo equivalente a chasquear los dedos, parece que va a llorar, pero no llora. Es una congoja muy honda que se esfuerza en asomar su diminuta cabeza de animal, pero ella logra recomponerse, presionar la tapa de mimbre de la canasta de sus frustraciones.
–Ya está –dice–. Ya pasó.
Y yo siento el deseo, la pulsión física, hecha de una sustancia volitiva pura, como eyacular, como estornudar, como salir al balcón y ver llover, de decirle que cuando yo la conocí ella ya había fracasado en todos los rubros del horóscopo, que su tristeza era de antes, que yo fui un regalo, una vuelta, la última tal vez, quién sabe, en una calesita que apagó las luces de colores y arrancó el volante del autito y partió los caballos de madera con un hacha de mango corto y vendió la sortija y es la vida la reputa madre qué le vas a hacer.
Pero no dije nada. Le acaricié el cabello con la yema del dedo índice de mi mano izquierda, como quien toca un material demasiado frágil para este mundo. Le acaricié el cabello, y terminé el café.

6.7.08

El ascensor se cae

Las cosas que se me ocurren. Las cosas que me interesan a mí. Por ejemplo. Si estoy en un ascensor. Si estoy en un ascensor, moderno, automático, de esos ascensores que hay en las torres modernas y automáticas. Si estoy en el ascensor, entonces, pongamos, en el piso treinta y dos, o en el piso treinta y tres. Y por esas cosas que pasan, esas cosas modernas y automáticas, se corta el cable. Se corta el cable del ascensor. Y el ascensor, sin cable que lo sostenga, entonces, se cae, comienza a caer.
El ascensor se cae, dijimos, de un piso treinta y dos, o de un piso treinta y tres. Y agarra una velocidad importante, una velocidad de caída, la velocidad a la que caen las cosas.
Y supongamos que aunque se cortó el cable, aunque el ascensor se cae, a una velocidad, dijimos, considerable, a pesar de eso, el tablero del ascensor, el tablero de luces, el tablero que indica en qué piso estamos, o que no estamos, porque pasamos sin estar, porque el ascensor se cae, el tablero sigue funcionando. Y el tablero de luces, que sigue funcionando, marca en qué piso estamos, o por qué piso pasamos, mientras caemos, como dijimos, a una velocidad significativa.
Y yo, que estoy dentro del ascensor que cae, desde un piso treinta y dos o treinta y tres, con el tablero de luces que sigue funcionando por motivos eléctricos que me exceden, yo, que estoy ahí, no me desespero.
O me desespero. Pero desesperado y todo, tengo una idea. Podríamos decir, por esas casualidades de la vida, porque soy yo el que se cae, del piso treinta y dos o treinta y tres, que estar desesperado y tener una idea al mismo tiempo es mi especialidad.
Mi idea es la siguiente. Voy a estar desesperado, no puedo evitarlo, pero, quieto. Voy a estar desesperado y quieto, mirando el tablero de luces, que marca en qué piso estamos, o por qué piso pasamos, el tablero que marca la caída.
Y en el momento que el tablero de luces que marca la caída, porque el ascensor en el que estoy, desesperado y quieto, se cae, de un piso treinta y dos o treinta y tres, en el momento que el tablero de luces marque el 1 (uno), o mejor el 2 (dos), porque la velocidad de la caída, aunque no estoy desesperado, o sí lo estoy, desesperado y quieto, es importante, en el momento que el tablero de luces marque el 2 (dos), entonces, voy a saltar.
Voy a saltar. Con las dos piernas. Hacia arriba. Voy a saltar tan alto como pueda, rodillas al pecho, de ser posible. Y en el momento que el ascensor estalle contra el piso, porque es la única forma en la que puede terminar el ascensor que se cae, la caída, en el momento que el ascensor toque el piso para estallar, yo, que salté, para arriba, en el momento del impacto, voy a estar en el aire.
Y me voy a salvar.

La gente que tiene cierta formación científica me ha explicado, pueden fundamentar, que lo que acabo de narrar, el procedimiento descripto, es una soberana estupidez. Las leyes de la física están en mi contra y en el ascensor que se cae, de un piso treinta y dos o treinta y tres, desesperado o no, salte o no salte, me voy a hacer puré.
Pero lo que acabo de contar son las cosas que se me ocurren, las cosas que me interesan a mí.

3.7.08

Digamos que yo también

yo también arrastro mis cadenas
yo también cargo mi cruz
yo también pago mi condena
y guardo una pena en la mesa de luz.

yo también tacho el calendario
yo también me siento fatal
yo también soy un presidiario
que espera piedad antes del final.

yo también creí en el futuro
yo también quise algo mejor
soñé con ser otro, eso te lo juro.

yo también junto las miguitas
yo también duermo cucharita
con el mejor recuerdo que tengo de vos.