30.12.13

Calesita


te hice reír
en la calle.
te hice gritar
en la cama.
te hice cantar
en la ducha.

y ahora que te vas,
lloro, aprendo.

24.12.13

Lo que dice tu remera


         Mi amigo P. me vino a ver. Me vino a ver, mi amigo P. Siempre tenía ideas, P., no tiene nada de malo tener ideas. Las ideas de P., todas las ideas, eran para salir de pobre. P. quería dejar de una buena vez las privaciones, vivir alquilando, laburos de mierda con sueldos de mierda. P. quería tener plata.
         Olvidé decir que todas las ideas de P. no eran, no habían sido nunca, buenas. Las ideas de P. fracasaban.
         Había probado poner un local de venta de panchos, P. Me había pedido plata prestada, y me había pedido que se me ocurriera el nombre, para el local. ‘Pancho Palace’, había sido el nombre que le sugerí. El local, que debía transformarse en un ícono del pancho, como el local donde iba Anthony Bourdain a comer hot dogs en New York, fracasó, sin atenuantes, en menos de tres meses.
         Después había probado fabricar alfajorcitos de maicena, P. En el garage de la casa de un tío que vivía en Wilde. Para inundar los quioscos de la Argentina con alfajorcitos de maicena artesanales. Dijo que tenía un maestro pastelero amigo, un científico del alfajor. El maestro pastelero, el científico del alfajor, el amigo de P., se fugó con los materiales, con el azúcar, con la harina, con el horno que le hizo comprar, y con algo de plata.
         Después había probado fabricar limoncello, P. Tenía una receta maestra. Compró cien kilos de limones en el mercado central, y azúcar, y bidones de alcohol. Utilizaba, para la fabricación, la bañadera de su departamento. Fabricó las primeras botellas. Decidió hacer una prueba, le regaló una botella al vecino del noveno ‘c’, un jubilado que tenía un simpático perro salchicha  llamado Wilson y que tomaba (él, no el perro salchicha) entre tres y cinco damajuanas de vino por semana.
         Murió, el vecino, de un fulminante ataque al hígado. Tuvimos que cargar las botellas de limoncello en el baúl de mi auto, durante varias noches, y tirarlas al río. Todavía hoy si uno va a visitar a P. y pasa al baño a hacer pis, hay un olor, entre pis de gato y desinfectante, que te provoca mareos. Es un milagro que P. no haya ido preso por asesinato.
         Bueno, me fui del tema. P. vino y me dijo que tenía una idea. Iba a fabricar remeras, me dijo, remeras estampadas. No se le había ocurrido a nadie, me dijo. La clave estaba en la inscripción que tuvieran las remeras. Ahí estaba el gancho.
         –Vos que te hacés el escritor –me dijo P.–. Escribime algunas frases para las remeras. Siento que estoy ante la oportunidad de mi vida, Juan.
         Así que me senté el viernes a la noche, con una botella de un digno malbec y unas empanadas que tenía en la heladera desde hacía dos o tres días. Y le escribí las frases en una hoja de papel.

*Remera 1 / inscripción al frente.
         Yo ya fracasé.
         La frase resulta muy útil para los adolescentes del sexo masculino que van a bailar. La frase avisa, al acercarse por ejemplo el portador de la remera, a una chica, que ella no debe disfrutar en exceso el rechazar la invitación del sujeto portador de la remera. El sujeto ya ha fracasado en general,  y puede volver a fracasar en lo particular sin mayores inconvenientes.

*Remera 2 / inscripción al frente.
         Ya dimos.
         La frase avisa, al ocasional interlocutor, lo que el portador de la remera tiene pensado responder ni bien le pidan dinero, ni bien le pidan cualquier cosa, ni bien le pidan algo. Y el 97% de los interlocutores, lo único que quieren es pedirte algo.

*Remera 3 / inscripción al frente.
         No corrás, que es peor.
         La frase es para una remera que debe ser utilizada cuando uno baja a caminar, por un parque, o por una plaza, o a fumar un cigarrillo. La frase hace que el corredor que te cruza, justamente corriendo, abra la boca, haga una mueca de la más profunda contrariedad, mientras descubre que ha estado poniendo su energía las últimas 1.528 mañanas en una actividad carente del más mínimo sentido.

*Remera 4 / inscripción en la espalda
         Ya sé.
         La frase explica que el portador de la remera ya sabe, ya sabe que es pelado, o que su novia es renga, o que pisó un chicle, o que está en medio de una tormenta eléctrica. El portador de la remera no desea que le avisen nada.

*Remera 5 / inscripción al frente
         Tengo miedo.
         La frase explica que el portador de la remera tiene miedo. Tiene miedo a los terremotos y a las catástrofes aéreas y a los ladrones de bancos y a viajar en colectivo y a los boludos en general. Es una remera para alguien que sabe el mundo en el que le ha tocado vivir, y aún así intenta continuar adelante.

         Le di la hoja, a P. Le dije que el viernes siguiente le iba a preparar cinco inscripciones más, para cinco remeras más.
         Te la hago corta. El proyecto fracasó. P. hizo mil remeras de cada una. No vendió ni quince. Para mí que la gente no entendió, no estaban preparados, me pasa lo mismo con mis poemas. P. me escribió el otro día, se fue a vivir a lo de una prima, en Canadá. Trabaja en una panadería.

18.12.13

La japi adentro


         Lo explico para ayudar, como siempre. Quién hubiera dicho que lo mío iba a ser ayudar, yo estaba seguro que lo mío era escribir. No se dio, es algo que en verdad lamento.
         Para todas esas pobres chicas que quieren saber, si el tipo con el que están, con el que están cogiendo básicamente, las quiere.
         Porque coger tenemos que coger todos, qué le vamos a hacer, y para la mujer, ya lo he dicho alguna vez, la pija es destino. Quiero decir, pichona, si no cogés, no vivís. Pero no es eso lo que la mujer quiere saber, no es eso de lo que estamos hablando, en esta curiosa ocasión, en esta particular oportunidad.
         Porque el tipo te coge, el tipo te pone quizás en cuatro patas y te matraquea, te jadea desde atrás como un chancho cimarrón. O te levanta las patas, vos estás recostada de espaldas y el tipo te levanta las patas, bien alto, un poco más alto, eso está muy bien también. Te aprieta las tetas, o te mete un pulgar en la boca, o te tira del pelo. Está bien, claro que está bien, si te coge, si te quiere coger, es que lo calentás, que de algún modo estás buena. Pero no es el tema.
         Lo que tenés que saber, lo que tenés que prestar atención, estar atenta, es lo que te digo a continuación (escénica pausa).
         El tipo eyaculó. Acabó. Terminó. Decilo como quieras, con o sin forro (no estamos discutiendo eso, ya sé que hay temas de profilaxis, de enfermedades, de higiene. Decímelo a mí, que he chupado cada concha en mal estado, conchas que era como meter el hocico en una lata de paté vieja, con botulismo y quién sabe qué más, ingles que tenían gusto a pilas sulfatadas, no me hagas acordar). Acá empieza la cuestión. El tipo eyacula, se vacía en vos, tres o cinco latigazos dependiendo de la edad y el estado físico del portador de la garompa, en ningún caso más de siete. Son leyes de la física.
         Y. Entonces. Ahora. Es importante lo que pasa.
         La pija debe quedar adentro. Esa es la clave. No importa si vos estás en cuatro patas y el tipo se aferra a tu cintura, o si vos estás recostada y el tipo se te cae encima, sudoroso, agitado, te aprieta, te aplasta.
         Repito, la pija debe quedar adentro. A-d-e-n-t-r-o. Con o sin forro, viva o muerta, palpitante o exánime.
         No importa nada más, no importa lo que te pase, lo que sientas, las ganas que tengas de tomar agua o de ir a bañarte, si el tipo eructa o se pedorrea o se rasca.
         La pija debe quedar adentro, unos treinta y tres segundos. Entre treinta segundos y un minuto. Así que podés ponerte a contar, seguro sabés contar, mentalmente, terminaste la primaria, como pudiste, eso quise decir. Si el tipo saca la pija antes de los treinta y tres segundos, porque dice que le aprieta el forro, porque le pica el culo, o porque quiere traer de la heladera un vaso de Fanta o quiere chequear si le entraron mensajitos en el celular o no se acuerda dónde dejó las llaves del auto. Porque empieza el partido del Manchester, porque quiere fumar.
         Si el tipo saca la pija antes de los treinta y tres segundos, sí, te cogió, claro que te cogió, mal o bien, necesitaba coger. Pero ni sueñes que se quiera quedar con vos. No te aguanta.

*ya sé lo que me vas a preguntar. para cualquier otra cavidad, se aplica también.

12.12.13

Cul-de-sac


         El mejor operativo de prensa del mundo, la mejor campaña de marketing que yo pueda recordar.
         Le hicieron creer, a la gente, que se puede ser feliz. Con eso alcanza, con eso es más que suficiente para tenerlos, embotados y aturdidos, por el lapso de tiempo que dura aquello que se ha dado en llamar, de alguna manera hay que llamarlo, vida.
         Es como si les mostraran alguien con el alma photoshopeada. Aunque lo sientas lejano, aunque dudes, la imagen te pega y no se te va más. De nada sirve que un par de años después alguien publique una foto donde vos ves que a Jennifer López le tienen que llevar el culo en un carrito de supermercado, entre dos asistentes. Cuando se cae el decorado, cuando se corre el velo, vos ya te pasaste tus buenos años combatiendo contra la absurda realidad. Armaste un plan de vida hecho a base de esfuerzo y tratamientos para lograr algo que, sencillamente, no existe. La imaginaria zanahoria para el burro real.
         Lo mejor que podrían hacer es explicarle a los chicos, en la escuela primaria, que la felicidad no existe, no vinimos para eso. No persigan amores imposibles, ni sueñen con millonarios premios de lotería. No aspiren a playas del Caribe ni automóviles descapotables, ni dulces indiecitas con la piel té con leche y tetitas puntiagudas.
         La distancia entre lo que sos y lo que querés ser te va a masticar el alma como un hurón en camiseta. Tomate un vaso de vino, comete un pedazo de dulce de membrillo, cogete algo que se mueva. No insistas con la felicidad, no jodas con eso.

6.12.13

Magia negra


         Fui a ver a una curandera. Sí, ya sé, te parezco un pelotudo, a mí también me daba una vergüenza enorme. Pero el asunto es que no me salía una, había entrado en una racha negativa. Sin entrar en detalles, me estaba yendo para el culo en todos los grandes rubros del horóscopo. No me salía nada, cuando me despertaba a la mañana, antes de abrir los  ojos, de pronto venía todo, llamalo la conciencia de mí, de saber quién soy, dónde estaba, lo que me pasaba. Y no quería abrir los ojos, sencillamente no quería tener que arrancar.
         A la curandera me la recomendó una amiga con la que cogía de vez en cuando, Mariana. Me dijo que ella había ido cuando habían tenido que operar a su pequeña hija de urgencia, y le había ido bárbaro. Se había sacado la angustia de encima, la tristeza, en fin.
         Me insistió, Mariana, que fuera, me dijo que ella me pedía un turno para el jueves, y después nos veíamos el viernes, para coger, y de paso le contaba. Me dijo que iba a ver cómo me volvían las ganas de vivir, de hacer cosas, y me dijo que me iba a chupar la pija (ella, no la curandera). Buenísima, Mariana, había logrado sobreponerse de temas bien chivos, el marido la molía a golpes, un tío la violaba cuando era una nena de doce años, y ella había logrado seguir, avanzar con su vida. Se juntan los pedazos y se sigue, solía decir y se reía, con una sonrisa algo tristona. Tenía buen pelo, un pelo para meter los dedos y apretar.
         El asunto es que fui, a la curandera. Un minúsculo departamentito en Once, en un edificio sobre la calle Larrea donde parecía que no tenías más que golpear una puerta al azar para comprar cocaína berreta o coger con alguna puta en caída libre. Los coreanos habían derrotado a las judíos en su momento por el control territorial de la zona, y ahora los peruanos y los bolivianos los empujaban a ellos. Guerra todo el tiempo, diría el viejo Buk.
         Me recibió una mujer algo excedida de peso, vestida como una gitana o alguien que acabara de volver de la India, de pasarse un par de años en un ashram cantando boludeces. Tenía un pañuelo fucsia en la cabeza, y muchas pulseras en ambas manos. Usaba chinelas con medias de toalla, unas pantuflas como las que solía usar mi abuelo.
         El comedor estaba casi a oscuras, apenas dos o tres velas encendidas, las persianas bajas. Había un escritorio con dos sillas, una biblioteca repleta de libros de esoterismo, y una camilla.
         Me hizo sentar y me dio un té, en un vasito de plástico.
         –Bueno –me dijo, tomándome una mano por encima del escritorio–. Te escucho.
         Hablé un poco. Le expliqué que no me salía una. Que mi mujer me había dejado por un compañero de trabajo, que mi hija no me daba ni bola, que mi trabajo era una mierda. Le dije que la rutina me estaba comiendo el alma, me había venido grande y sentía que la vida no tenía sentido. Tenía, todo el tiempo, esa horrible sensación, esas ganas de correr, de salir corriendo, y de saber al mismo tiempo que no había adónde escapar.
         –Estoy harto de ser yo –dije, y me terminé el té.
         Me hizo desvestir. Me dijo que me quedara en calzoncillos y me acostara, boca arriba, en la camilla. Me tocó los pies, las plantas de los pies, dejó sus manos sobre las plantas de mis pies un rato largo, hasta que sentí calor.
         Después me hizo un asterisco gigante, con una cuchara cargada con mayonesa Hellmann’s que trajo de la cocina, sobre el torso. Me dijo que cerrara los ojos, la dejé hacer.
         Después trajo una paloma del cuarto, una paloma gris, común y silvestre, de las que se ven en las plazas. Le arrancó la cabeza de un mordisco, y apoyó la cabeza de la paloma, todavía latiendo, sobre mi corazón pintado de mayonesa. Lanzó conjuros, gritó. Después comenzó a pasarme por todo el cuerpo una rama con hojas, parecía una rama de eucalipto, no lo sé, las hojas secas me pinchaban la piel. Se hizo un buche con alcohol y escupió sobre mí.
         –¡Aham! –gritó– ¡Soham!
         Y listo. Al rato me dijo que me podía sentar. Me dio un desteñido toallón para que me limpiara en un mohoso bañito de pálidos azulejos. Me volví a vestir.
         Le pregunté cuánto le debía. Trescientos cincuenta pesos. Se los di. Me dijo que todas las curanderas cobran antes, antes de dar el servicio, pero ella no. Las que cobran antes son como las prostitutas que temen que el cliente no quede conforme.
         –¿Le parece que voy a mejorar? –dije. 
         –No sé –dijo–, no creo. Pero no me digas que todo lo que hice no estuvo bueno. La mayoría de las veces lo que la gente necesita es sentir que todavía tienen alguna posibilidad.