31.1.07

No puede ser

En un parque. Estoy sentado. Leo el diario. Se me acerca una persona, una mujer. La mujer sujeta una bolsa en cuyo interior hay una botella de leche, pan, un pedazo de queso, tal vez. En la otra mano sostiene una correa que termina en un perro. Es un perro de un amarillo clarito, bigotudo, exoftálmico. La clase de perros que suelen ladrar hasta morir, o hasta enloquecer a un vecino. Lo reconozco de inmediato.
La mujer se me acerca. La mujer se para frente a mí. La mujer me habla.
–Oiga, señor.
–Sí.
–Usted está leyendo el diario de mañana.
–¿Qué? –Bajo el diario. La miro.
–Usted está leyendo el diario de mañana.
–No, no creo. Gracias.
–¡Sí, fíjese! Mire la fecha. Es el diario de mañana.
–A ver –me fijo la fecha en la tapa–. Tiene usted razón, es el diario de mañana.
Me dispongo a seguir leyendo. Ella da una patadita de fastidio. Su perro ladra, una sola vez. Su ladrido es tal cual lo imaginaba.
–¡No puede ser! ¿No entiende? –dice.
–No, no entiendo –digo.
–Usted no puede estar leyendo el diario de mañana.
–¿No?
–¡No! –Se cruza de brazos, lo que genera un tirón de la correa en el cuello del animal.
–¿Y porqué no?
–¡Porque es hoy! ¡Por eso! Si es hoy, usted tiene que estar leyendo, a lo sumo, el diario de hoy.
Me mira, satisfecha con su razonamiento. Su perro me muestra los dientes amarillos. Yo nunca he visto reír a un perro, pero si tuviera que votar, juraría que el perro se está riendo.
Humphrey Bogart dijo alguna vez, o así me lo contaron, algo como que su problema era que le llevaba un par de whiskys de ventaja a todo el mundo.
Yo digo, apenas, 'tócala de nuevo, Sam'.

27.1.07

Soy tu amigo, che

Puesto que me toca a mí estar acá, puesto que soy yo el que te escucha, puesto que soy yo, entonces, el que debe explicarte qué fue lo que falló, qué fue lo que salió mal con tu propia vida.
Y no quiero aburrirme ni aburrirte, además. Pero somos amigos, y te veo algo perdido, confundido, te veo mal.
Estás en una bisagra de tu vida y no entendés, y querés saber, para poder, tal vez, cerrar una etapa, y comenzar, quién sabe, otra. Poder continuar.
Estás sufriendo; buscás respuestas; te desconcertás.
Quisiste ser Einstein, y te salió Goldstein. Pasó eso. Más o menos eso.
Tomáte otro café. Laváte la cara. Yo te espero acá.

Sin palabras

alguien me dice ‘lo nuestro no va más’.
alguien me dice ‘salió mal; fracasó’.

y yo las miro en silencio;
y yo las miro sin entender;
y yo las miro con mi birome
a mis pies
como un perro viejo y fiel.

y pienso cuánto vamos a sufrir
todos
cuando el tren se detenga
en la próxima estación
de esta cadena de errores
llamada amor.

24.1.07

nueve estaba muy bien

El décimo mandamiento, el mandamiento número diez, dice, versa, según fuentes fidedignas, más o menos así: ‘No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo’.
O sea que no puedo desear… Ajá, no, ni tampoco… No, mucho menos.
Bueno, entonces que gane Argentina. Que seamos campiones otra vez.

20.1.07

Pequeños estuches, revestidos de terciopelo rojo

Para nuestro aniversario, la llevé a cenar a un lugar con velas. Pedí champagne. Antes que nos trajeran la comida, saqué del bolsillo un pequeño estuche, revestido de terciopelo rojo. Lo deposité sobre la palma de su mano. La miré. Me miró. Nos miramos.
Abrió el estuche; todavía recuerdo su emoción, su contenido anhelo, su alegría desbordante que tenía destino de risa y de lágrimas.
Abrió el estuche, como en las películas, como dije. En el centro, prolijamente dispuesta, había una aceituna rellena con morrón. No era un brillante, aunque brillaba por el aceite. No era un anillo, aunque si se quitaba cuidadosamente el morrón, ella podría haber deslizado dentro su dedo meñique. No era un brazalete.
Todavía recuerdo su estupor. Todavía recuerdo su cara.
Eso me pasa, tal vez, por elegir los regalos como si fueran para mí.

2 clases

Existen dos clases de personas: todos los demás, y yo.

17.1.07

Antigua Roma

Existe una corriente poética, cuyos orígenes son atribuidos al por todos conocido poeta romano Horacio. Es este hombre, entonces, dicen, el padre fundador, aunque el título no alcance a definir la magnificencia de lo alcanzado, de lo que se ha dado en llamar ‘carpe diem’.
El carpe diem vendría a significar entonces la idea madre y rectora que implica disfrutar el presente, el hoy, el ahora, entender la mortalidad y actuar en consecuencia, entender lo efímero que es la vida, no esperar a mañana, aprovechar el momento.
Disculpen si mis palabras no logran explicar en su totalidad el concepto. Además, no soy Horacio.
En la actualidad, me encuentro transitando en las filas de otra corriente poética, algo más pragmática, llamada 'garpen men'.

13.1.07

Barailaiqui iesaidú

El inefable, el mítico, el verdadero ícono del rock nacional, el señor Carlos Alberto García Moreno, también conocido como Charly García, también conocido como Charly, compuso alguna vez los siguientes versos que han calado muy hondo en mí, y que me permito citar.

‘… la llave que yo tengo puede abrir
tan sólo el corazón, de los extraños.
Las almas que no tienen dónde ir,
se vuelven a juntar, en subterráneos’.

En mi tan alocada como no deseada carrera hacia la edad adulta, y viendo que el rocanrol, por ponerlo en palabras, por decirlo de alguna forma, se aleja de mí de manera tan indolente como irremediable, me rebelo. Intento dejar mi impronta, mi huella, mi marca para generaciones de futuros fanáticos que, encendedores en mano, como diminutas luciérnagas, bailarán bajo un cielo de ébano, corearán mis versos inspirados.
Así que escribo:

‘… la llave que yo tengo puede abrir
una lata de atún, del ordinario.
Las almas que no tienen dónde ir,
me vienen a romper, el mobiliario’.

Ahora sí, después de tan titánica tarea, me siento a descansar. Que me juzguen mis pares.

Lo mejor de mí

He descubierto, no sin dificultad, no sin dolor, que mi ausencia es lo mejor de mí. Mi ausencia es lo mejor que puedo dar. Cuando estoy, por lo general, no se sabe muy bien para qué estoy. No se entiende el porqué de mi presencia, qué hago allí. Pero cuando no estoy, cuando falto, es terrible. Mi ausencia es desgarradora. Mi ausencia duele, hace mal.
Un poquito sofisticado para mi gusto me dijo ella. Me lo explicás en otro momento, otro día. Es que tengo partido de paddle, y se me hace tarde.

10.1.07

Un hisopo para Esopo

Me pide dinero. Me dice ‘necesito dinero’.
Le digo que no, que no voy a darle dinero. Pero me ofrezco a darle un consejo, un consejo de vida.
No contesta; me mira.
Le digo que puedo hacerlo reír. Puedo contarle algo verdaderamente gracioso; algo que lo empuje a la expansividad de la carcajada.
No me contesta; me mira.
Le digo que puedo contarle un relato apasionante, plagado de personajes asombrosos, donde las tramas se entrecruzan, y uno siente que ha sido transportado a una realidad mejorada, o al menos distinta, un remanso, un bálsamo para el alma, un viaje mágico que lo ha llevado lejos de su propia cotidianeidad, de su propia vida.
Se pone de pie. Me arroja el contenido de un vaso en el rostro. Deja caer el vaso al piso. El vaso se hace añicos. Mi cara me dice que el contenido era (todavía es, todavía no se ha secado) la bebida gaseosa conocida como tónica.
No tengo nada más para agregar a lo acontecido. Así ocurrió; así lo recuerdo, como lo he contado. Hacía frío.
Vaya entonces mi relato para esas dulces almas que confían ciegamente en el poder de las palabras.

6.1.07

Demasiado tiempo, demasiada gente

Cuando hace frío intento ir lo más despojado de vestimenta que sea posible. Supongamos que es invierno; supongamos que hace tres, cuatro, cinco grados. Trataré entonces de tener que caminar por la calle usando una remera de mangas cortas.
Cuando hace calor, me abrigaré todo lo que sea capaz. Supongamos que es verano; supongamos que hace treinta y uno, treinta y tres, treinta y cinco grados. Sacaré del ropero olvidados gamulanes, añadiré alguna bufanda, algún pulóver.
De esta forma, andaré en invierno con labios amoratados, castañeteo de dientes, dedos duros de frío; y en verano sudaré como un chancho asustado
Mi accionar carece de motivación aparente. Pero llevo ya demasiado tiempo viendo demasiada gente orgullosa de estar en contra de algo: un sistema político, un límite geográfico, una corriente de pensamiento, una inclinación sexual o religiosa. Puesto a elegir prefiero estar en contra de los fenómenos climáticos.

Comando Revisionista de Frases Célebres: fascículo #47

Vayamos por partes, dijo John Holmes.

3.1.07

Curso acelerado de maldad

He construido un peculiar artilugio. Es una base de madera rectangular, de veinte centímetros por diez centímetros. La base tiene incrustada, en el centro, una varilla de hierro de un centímetro de diámetro, y treinta centímetros de largo. La varilla de hierro termina en un anillo, también de hierro, de dos punto cinco centímetros de diámetro, colocado de manera perpendicular a la base.
Aquí comienza la parte interesante.
Se espera un día de calor, un día donde la temperatura no baje de los treinta grados centígrados.
Se debe tener localizado un parque, una plaza. Cerca de la plaza debe haber una heladería. Esto no reviste mayor dificultad; cerca de las plazas suele haber heladerías.
Se compra un helado, un cucurucho, de chocolate y dulce de leche granizado, por ejemplo, o chocolate con almendras y limón, o chocolate amargo y frutilla, en fin. Se concurre, de inmediato, al parque. Se sienta uno en un banco. A los pies se coloca una pequeña toalla, de ser posible de color rojo, y sobre la toalla se coloca el artilugio que he descripto en el párrafo precedente. En el anillo, se coloca el cucurucho rebosante de helado.
Y nada más. No hay que hacer nada más. Se sienta uno en medio del calor embrutecedor, a ver cómo el helado se derrite. Los niños que juegan se pondrán a contemplar el helado, embobados. Los perros intentarán aproximarse, pero usted los espantará de una patada. Alguna madre sofocada se relamerá el labio superior.
El experimento no tendrá una duración superior a los diez minutos. Habrá un extraño silencio, mientras todos observan cómo se derrite el helado. Se oirá algún murmullo, algún chistido reprobatorio. Puede que un perro lance un lastimero aullido.
Pasados los diez minutos, usted envolverá el helado, ya hecho líquido, y el cucurucho, en la toalla (asegúrese de romper el cucurucho en la maniobra), y la arrojará en el tacho de residuos más cercano.
Partirá entonces a paso vivo y con destino incierto, con el artilugio ya mencionado.