30.9.23

Lenguaje de Dios


Hay algo que podés hacer. Ahora la gente está atravesada por la tecnología, podés twittear, podés chatear, instagramear, waxapear y no sé qué más. Podés sacarle una foto a tu gato mientras se lame una pata, podés hacerte un blog o peor aún, comprar un dominio de internet y publicar todos los poemas que escribiste durante la secundaria cuando ella te dejó y aprendiste a masturbarte con las dos manos y cambiando de mano también, podés armar un grupo de waxá con todos tus compañeros de trabajo y publicar fotos de la última maratón en la que participaron, alguien cuenta que se hizo vegetariano, alguien cuenta que se hizo vegano, alguien cuenta que se hizo crudívoro y se alimenta como lo hacían los indios ranqueles en 1817, y así. Ah, y podés cantar también. Cantar esas rimas pelotudas con música de fondo (hiciste un beat, ponele) como si alguna vez hubieras tenido algo para decir, wisinyandelisado hasta las bolas balbuceando entrecortadas incoherencias y panabuey hasta que tus familiares crean que llegó la hora de internarte en el Tobar García nomás.
Bueno, acá va lo que podés hacer. Nada. Nada de nada, no hagas nada, eso.
Andá a un asado y no hables, cuando te preguntan si querés molleja decí que sí con la cabeza, si te preguntan si querés más vino asentí otra vez. Si te para por la calle un amigo de la primaria y saca un teléfono para mostrarte fotos de sus hijos no digas nada, miralo, a él, un poco por encima de la línea de los ojos, como si estuvieras viendo algo que está más arriba y más atrás, lo que equivale a decir en otra parte, podés sonreír. Si te paran para hacerte una encuesta o para venderte algo o para pedirte plata para sacar el plástico del océano o para lustrarle el pico a los pingüinos con quitaesmalte cutex no digas nada, veinte segundos, treinta también. Si te llega un mail que está dirigido a varios remitentes no lo respondas. Podés leerlo si querés, pero no contestes nada. Jamás respondas un mail grupal porque no pertenecés a ningún grupo, sos un boludo de lo más individual.
Listo, eso es todo. No saques fotos, no forwardees videos, no hables por teléfono celular en medios de un transporte público ni cuando estés delante de gente.
En poco tiempo, dos semanas como mucho, serás visto como un sujeto misterioso, profundo. Original.

20.9.23

Te vas curando


Te cuento cómo me curé. ¿Cómo me curé de qué? Ah, sí. De no soportarme ni un minuto más, de sentir que fracasé en todos los rubros del horóscopo, de saber que jamás tuve la más mínima posibilidad de ser feliz, esas cuestiones.
Vas a Palermo, un domingo a la mañana, temprano. Igual hace cuánto que no dormís hasta tarde.
Y te sentás en un banco o en el pasto, o contra el tronco de un árbol.
Listo, eso es todo.
Ah, todavía no entendés. Bueno. Lo que tenés que hacer es mirar. Pero no mucho, te quedás sentado veinte minutos, media hora. Mirás y vas a ver a la gente que corre, la gente que anda en bicicleta, la gente que hace gimnasia o trata de subirse a un árbol o andan en roller. La gente que trata de sacarle fotos a los patos, más que nada la gente que corre, ya lo dije.
Y te vas a dar cuenta que la están pasando como el culo, que no dan más. Que se mueven porque no soportan el horror de estar vivos y no mucho más que eso. No saben por qué hacen lo que hacen, ni por qué están con quién están. La materia tiene horror al vacío y el ser humano tiene horror al silencio, a la quietud, signo de los tiempos.
Y entonces te das cuenta que no estás tan mal. Sos un boludo y no te salió nada de lo que quisiste hacer, eso está claro. Pero te sentís mejor.

10.9.23

Ella me habla y no se da cuenta


Ella me habla de lo que hace. Y no se da cuenta que lo que hace mucho no importa, no la define, no es preciso que lo defienda con semejante énfasis. Si tomás sol los domingos en una mugrienta terraza o animás fiestas infantiles disfrazada de tortuga ninja, bueno, no debiera ser algo comparable a una marca de nacimiento.
Ella me habla de lo que le gustaría hacer. Y no se da cuenta que lo que le gustaría hacer es lo que recuerda de dos o tres películas. Caminar por la playa, hamacar a un sonriente hijo que experimenta el viento en la cara, viajar a la India. Lo que le gustaría hacer será lo que lea en la próxima revista mientras espera su turno en cualquier dentista.
Ella me habla de lo que no hizo. Y no se da cuenta que lo que no hizo brilla por contraste, lo que no hizo ni hará jamás refulge como un relámpago que parte en curiosa diagonal el plomizo cielo de su existencia. No te casaste con el pibe que te tenías que casar, no te cambiaste de carrera, no pediste perdón, no saltaste. Lo que no hiciste es una mochila repleta de nada que no podés dejar de llevar a todas partes.
Y después no habla más, se queda callada.