Salí del trabajo, tenía una reunión con un potencial cliente, así le dicen. El asunto es que el potencial cliente se transformó en mucho más potencial que cliente. Me llamaron de la oficina para decirme que la reunión se había suspendido.
Debían ser las tres de la tarde y yo estaba en Lafinur y Seguí. Salí a Libertador, caminé para la izquierda.El zoológico. Claro, ¿por qué no? Pagué la entrada, entré. Estábamos casi en Octubre y había un regio solcito. Pensé en caminar un poco, mirar los animales, tomar un café. Tampoco quería volver a casa, desde que me había separado de Mónica no tenía un pomo para hacer. Volvía a casa y tomaba mate, fumaba un par de cigarrillos, esperaba que se hiciera la hora de la cena. Un amigo me había dicho que tuviera cuidado, que era probable que yo estuviera deprimido.
–Mirá, yo la crisis de los cuarenta la tuve a los once años –respondí. Quería decirle que para mí estar deprimido era algo tan normal como hacer las compras o lavarme los dientes. Estar deprimido era mi segunda piel.
Caminé un poco. Vi un tigre desteñido, una jirafa dientuda. Vi un par de elefantes con pinta de no bañarse desde el año pasado, el tigre tenía problemas en las encías. Vi a los monos metiéndose una rama en el culo y pajeándose al mismo tiempo. Vi un hipopótamo con la piel toda lastimada, vi unas víboras que te querían asustar como en el national geographic pero no tenían fuerza ni para escupir, no les salía.
Entonces me senté y de pronto entendí todo, me di cuenta. Los animales se dividían básicamente en dos grandes categorías, dos grupos. Estaban los animales que te pedían comida, guita, los animales que te pedían algo. Y estaban los animales que lo único que querían era que no les hincharas las pelotas, ni siquiera registraban tu presencia. Les daba lo mismo si te fumabas un cigarrillo o te tirabas un pedo.
Esos dos grandes grupos: los que quieren algo de vos, y a los que le chupa un huevo tu existencia. Como las personas podríamos decir.