20.11.20

El sillón era cómodo


Me senté, el sillón era cómodo. Tenía una especie de apéndice, el sillón, como una suerte de banqueta enana donde podías levantar las piernas, apoyarlas. Así que levanté las piernas, las apoyé. El sillón estaba tapizado de cuero verde, gastado y oscuro. Olía bien.
Respiré. Una respiración honda, lenta, pausada creo que así se dice. Inspiré primero, así se respira, es lo habitual. Después solté el aire por la boca, como si me desinflara.
Entonces dije:
Mire, la verdad que la vida no tiene sentido. Le estuve dando vueltas al asunto y me di cuenta. En realidad no me di cuenta, en realidad ya lo sabía. Lo supe desde siempre, no puedo entender cómo existe gente que no lo sepa. Podés tener un motivo, eso es otra cosa. Querés criar hijos o cambiar el auto o escribir un libro. No son mucho más que maniobras distractivas. Algo tenés que hacer hasta que te morís. Hay gente que corre maratones, otros consumen toneladas de pornografía. Podés fumar, también, buscarte un vicio.
De hecho, el propósito de la vida es darte cuenta que la vida no tiene mayor sentido. Estar vivo es lo que te permite darte cuenta que estás vivo. Eso es todo.
No, no existe la felicidad. No venimos aquí para ser felices. Ser feliz es un registro apenas, algo que se adhiere a la mente, un sticker de una experiencia placentera. Una mañana de sol, una taza con café con leche recién hecho, determinado fotograma mental de una noche de sexo adolescente, la alegría de un perro de volver a verte. Paréntesis apenas, minúsculos intersticios sobre un fondo de pantalla de sufrimiento, de dolor, de sensación que algo se escurre entre los dedos como agua, no, como aceite. La felicidad es el sabor de un imaginario caramelo para que te mantengas andando, para que el universo entero no colapse en un instante. Si superas que la felicidad no existe se descolgarían las estrellas como si hubieran sido clavadas en el cielo por un carpintero torpe, borracho y absurdo.
Hice una pausa. Giré la cabeza. El hombre tenía los codos apoyados sobre el escritorio, las manos le cubrían los ojos. Se había quitado los lentes, me pareció que lloraba.
–Bueno, doctor –dije–. Estuve pensando y vine a decirle que no voy a empezar ningún tratamiento con usted. Pero me pareció correcto venir a saludarlo, contarle apenas lo que me pasa.

4 comentarios:

José A. García dijo...

Doctor, ¿por qué no se va a la puta que lo parió?

Saludos,

J.

J. Hundred dijo...

*josé a. garcía! su mensaje, que quizás adolece de alguna falta de sofisticación, no deja de estar cargado de potencia expresiva. lo saludo.

José A. García dijo...

En esta época del año no me quedan palabras sofisticadas, ni ganas de pensar.

Saludos,

J.

Frodo dijo...

En una película de Woody Allen al alter ego de Woody pero a los 11 años le ocurría algo similar, le decía al psicólogo que la vida no tenía sentido porque se había dado cuenta que el universo se agrandaba.

Con eso no quiero decir que Ud. sea Woody Allen, claro.

Felicidades