Supongo que fue corto, el sueño, pero viste cómo es. La dimensión temporal, por decirlo de algún modo, se altera. Quizás vos pensás que estuviste escapando a través de la selva, no sé, una semana, y el sueño duró tres minutos. Quizás vos sentís la muerte, que te caés de una terraza y te morís, y lo estuviste soñando, el episodio, cuatro horas.
Para mí el sueño fue corto, aunque tampoco podría asegurarlo. Y parecía, lo que te voy a contar, parte de otro sueño, de un sueño más grande que no recuerdo.
Lo que recuerdo del sueño, o sea el sueño, el sueño que te quiero contar, era más o menos así.
Sentí algo, algo como un pinchazo en una mano. Más precisamente en el borde, en el canto exterior de mi mano izquierda. Iba caminando por la calle, era de noche, y sentí eso.
Me miro la mano, en el sueño, para ver qué me pasa.
Raro. Primero me parece un insecto, pero no es un insecto. Es un tiburón, un tiburón con la cabeza más ancha, como más cuadrada, como un tiburón tigre. Pero chiquitito. Voy caminando por la calle, y tengo prendido a mi mano izquierda un tiburoncito que debe tener, no sé, quince centímetros de largo como mucho, por tres centímetros o cinco centímetros, de ancho.
Eso es lo que me duele, la mano, porque el tiburoncito me está mordiendo. Yo voy caminado por la calle, y el tiburoncito va prendido ahí, a mi mano, moviéndose apenas, acompañando de algún modo el movimiento que hace mi brazo al caminar.
No, ya sé, no cierra nada con nada, pero es un sueño, el sueño que te estoy contando. Ya sé que si es un tiburón, un tiburoncito, y no está en el agua, debería morirse. Pero no se muere. Muerde, sigue mordiendo, y no hay forma que me suelte la mano.
Algunas otras cosas del sueño.
Intento que el tiburoncito me suelte la mano, pero no suelta. Si tiro de la cola, me duele más, es peor. Sacudo la mano, pero nada. El tiburoncito está prendido de mi mano y no hay manera de quitarlo. También descubro que, en medio del dolor, aunque duele, es un dolor manejable. Puedo soportarlo.
Finalmente, me agacho, pongo una rodilla en el piso, me saco un zapato. Después, pongo la mano, la mano izquierda, sobre la vereda. Apoyo la palma. Y le empiezo a pegar, con la otra mano, al tiburoncito, violentos taconazos de mi zapato. Varias veces, como si estuviera rematando un insecto, una araña.
Logro el cometido. El tiburoncito, desfalleciente, afloja la mordida, logro liberar la mano. Me pongo de pie. Ha quedado el cuerpo del maltrecho y minúsculo animal, sobre la vereda. Hay también salpicaduras de sangre.
Falta algo más. Ya estoy de pie, nuevamente. Pongo la mano a la altura de mi cara, para poder observar, con cierto detalle, el daño. Me miro, de cerca, el canto de la mano, para lo cual tengo que hacer una extraña torsión del brazo.
Nada, es como si hubiera un agujero rectangular. Puedo mirar a través de mí, de mi mano, y veo el paisaje, la calle, los árboles, porque no hay nada. Allí donde me mordía el tiburoncito, hay un espacio. Se ve lo que hay del otro lado.
Listo, ese es el sueño. No, no tengo la más puta idea qué significa. Pero da toda la impresión que vos no vas a querer ir a coger, y tampoco tenés mucho para decir. Ya casi no queda vino, los ravioles estaban buenísimos. Si querés podés ir yendo, yo pago.