30.9.15

Cambió todo


Tampoco se puede culpar a nadie. El fenómeno, lo que pasó, es perfectamente entendible.
La gente está hecha mierda, no hace falta ser Einstein para darse cuenta de eso. Cada vez se vive peor, se agujereó la capa de ozono, el subte viene lleno, ahora hay leche descremada y deslechada, café descafeinado, gaseosas sin azúcar y sin gas, cigarrillos sin nicotina. La gente deambula por las calles con pasos cortitos, apenas podemos movernos, soñando con cruzarse con Justin Bieber para sacarle una foto comiendo un pancho con mostaza, mirando por televisión programas donde los participantes compiten a ver quién es capaz de cagar más grande o pishar más lejos, en fin.
Entonces llegó la tecnología. Y no, no es que los aviones pueden volar más alto, ni que los automóviles pueden llegar más rápido. Llegó Facebook, llegó Twitter, llegó el Iphone y la Blackberry. Ahora podés chatear mientras defecás, y podés twittear en la cola del supermercado que fuiste a comprar dos latas de arvejas o mientras el ginecólogo te mete los dedos bien adentro, podés ser saludado el día de tu cumpleaños por trescientos veintiocho amigos virtuales que jamás te prestarían un peso. Podés bloggear las idioteces que pensás, que te parece que se te ocurren.
El invento es fantástico. ¡Te dieron el protagónico! El protagónico de tu vida, claro, que sigue siendo una vida de mierda. ¿No conocés a alguien que tenga para alquilar un departamentito en Necochea? No sé, una semana de Febrero, si es con vista al mar sería buenísimo.

24.9.15

De este mundo


Estábamos en la cama. Ella leía un libro, una novela que de seguro tenía que ser apasionante, de otro modo era impensado que alguien quisiera sostener tamaño material, semejante peso. Yo miraba la televisión con el volumen bajito, pero no miraba. Un programa de la National Geographic donde los ciervos o los antílopes o lo que corneta fueran tenían que cruzar un río, los cocodrilos acechaban. Quietos, muy quietos, los cocodrilos, esperaban. Los ciervos, los antílopes, mandaban a uno, al jefe o al más pelotudo, o quizás había sido por sorteo, a meterse al agua. Se escuchaba un tumulto, un par de chasquidos de metálicas fauces, y el antílope era devorado en un par de bocados. No quedaba nada.
Los antílopes o los ciervos iniciaban otra estrategia. ‘A lo chino’, tiraban toda la carrocería, cruzar de una, cientos, miles. Iba a haber bajas, claro que iba a haber algunas bajas, pero la mayoría pasaba. Se mezclaba el proceso de selección natural con las leyes de la estadística. Una experiencia notable, inteligencia en estado puro.
–Me gustaría saber si hay vida después de la muerte –dijo ella, apoyando el libro contra su pecho–. Porque si no hay vida después de la muerte entonces la noción del mérito se cae a pedazos. Si cuando te morís no hay más nada entonces es como si el ser humano fuera un mechón de pelos que se va por la bañadera. El concepto de eternidad, de permanencia, todo eso sería una gran cagada. Por lo menos los hindúes creen en la reencarnación, en el karma. Es como si fueras a jugar el repechaje, pero sigue existiendo la posibilidad de clasificar. ¿Para vos hay vida después de la muerte, Juan?
Cruzaban, los antílopes o los ciervos, como locos. Los cocodrilos mordían lo que podían. Había sangre, pedazos de antílopes, furibundas mordidas en medio del agua, patadas. No contesté, me quedé en silencio. Cómo saber si había vida después de la muerte, o si no éramos mucho más que un pedo en medio de una tormenta eléctrica. No dije nada.
–¿Y Dios? –Se incorporó un poco, ella, contra la almohada. Dejó el libro sobre la mesita de luz, ahora cerrado. Tomó un sorbo de agua– ¿Existe Dios? Porque si Dios existe bueno, entonces cómo entender los terremotos, las catástrofes aéreas, el hambre en Etiopía. Pero si Dios no existe entonces la noción misma del bien y el mal desaparece. Si Dios no existe es como si nos hubieran dejado caer sobre un vasto mar sin brújula. Si Dios existe es un Dios arbitrario e injusto, y eso es terrible. Pero si Dios no existe estamos a la deriva, perdimos el metro patrón, somos chispazos de conciencia en medio de la noche más oscura, somos la nada misma perdidos en la inmensidad de la galaxia. ¿Para vos Dios existe, Juan?
Pisaban cabezas, los antílopes o los ciervos, pisaban a los cocodrilos, y se chocaban entre ellos también. El impulso de vivir es algo que nada tiene que ver con lo racional. El objetivo de la vida es mantenerse con vida, existir, perpetuarse. La tentación de existir, así se llamaba un libro de Ciorán que había leído de jovencito y me había conmovido profundamente. Cómo podía saber yo si existía o no Dios, ni siquiera sabía si quedaban dos empanadas en la heladera. Me quedé en silencio, no dije nada.
–¿No querés que te la chupe un poquito? –Ella apoyó una mano sobre mi panza, abajo del ombligo – Te noto muy serio, preocupado.
–Bueno, dale –dije, y levanté un poco las sábanas.

18.9.15

Juntos


Estábamos esperando hacía un buen rato. El Fleni para algunas cuestiones es de lo más estricto y la verdad que está bien, porque vos vas a otros sanatorios y es todo un verdadero quilombo. A las desgracias le suelen sumar desorden, y entonces, además del dolor por lo que le está ocurriendo a un ser querido, le tenés que agregar el fastidio de no saber cómo hacer para averiguar lo que querés averiguar. Ni siquiera te podés dar el lujo de derrumbarte, porque te tienen de acá para allá con trámites de todos los colores. Y uno está indefenso como un animal herido, apenas puede con su alma.
Los informes de los internados en terapia intensiva se anunciaban a las 18 horas. El parte médico, y luego se podía ingresar por unos minutos a ver al paciente.
1802 marcó el reloj de pared. Apareció un médico calvo y muy delgado, alto, con barba de tres días. Sacó del bolsillo superior de su delantal un par de lentes sin marco, tragó saliva. Leyó pausado, voz neutra.
–¡No puedo más! ¡No puedo más! –Una mujer mayor se agarró la cabeza y de inmediato fue consolada por su hija, que la abrazó y la sostuvo al mismo tiempo. La mujer tenía alguna dificultad en el tobillo derecho, la chica tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se fueran al piso, las dos.
–Se va a salvar. Emiliano es un toro –dijo un hombre de camisa a cuadros con pinta de haber dormido poco. Se dio dos golpes sobre el pecho, con un puño, como indicando que sabía perfectamente de qué estaba hecho, Emiliano.
–¡Papá! –dijo una nena chiquita, afligida y con los ojos rojos de tanto llorar– ¡Mi papá!
–Va a salir –dije con autoridad, tosí, saqué un paquete de caramelos de eucalipto y ofrecí–. Tenemos que esperar, tenemos que ser fuertes.
Nos fuimos sentando, todos. Una mujer se había quedado interrogando al médico, que se limitaba a leer el parte de otro paciente. Nada para agregar.
–Perdón –me habló, un sujeto con pinta de oficinista que abrazaba a una mujer de mediana edad–, pero no lo conozco. No es de la familia, ¿usted quién es?
–No –dije–. Yo los domingos por lo general me deprimo. Me consuela un poco ver gente que está mucho peor que yo, me hace bien. A Emiliano no lo conozco, no tengo idea quién es.

12.9.15

Modo cursi


el fuego que pintamos juntos
ya no existe más.
lo destrozó el tiempo, con
su mugre hecha de indolente
opacidad.
a veces me saluda una escena
compartida y dudo
si fue real.
si ocurrió, o son estas eternas
ganas de mortificarme
(los látigos no fueron hechos para descansar).

la gente le teme a la muerte, es lo normal.
a mí me asustan los recuerdos.

6.9.15

Por eso, por eso


Estuve en muchos lugares, me pasaron cosas. Estoy, por decirlo de algún modo, vivido, creéme. No soy un improvisado.
Cogí, por ejemplo, cogí mucho. Ese momento tan particular y exquisito cuando la mujer está en cuatro patas, lúbrica, en estado de existencial predisposición. Y vos avanzás, ponés una mano en una nalga y con un pulgar separás apenas y ella se arquea, se abre en el sentido más literal del término, esperando la llegada de la redentora garompa.
O tener un hijo, claro. Cuando levantás a tu hijo en brazos, tu creación, y el niño todavía ni siquiera se ha afirmado en su sensación de ser, pero de pronto te enfoca con esos ojos tan enormes. El universo todo te mira y él, tu hijo, sonríe. Se deja caer contra tu pecho, te abraza.
Tenés la velocidad desde ya, la aventura. Ir por la playa saltando médanos con tu cuatriciclo y se hace de noche, y vos acelerás, y podés sentir la sal en la cara. O esquiar, deslizarte, vas bajando y la naturaleza te acompaña y la pista de la alegría no se va a terminar nunca, la nieve tan blanca. O tirarse en paracaídas. Caer, caer mientras te sostiene apenas el aire. No volvés a ser el mismo después de saltar en paracaídas, algo en vos cambia.
Podría seguir, claro. Acariciar un delfín, tocarle el lomo y ver que el delfín se quiere quedar con vos, mientras se ríe (qué otra cosa puede ser eso que risa) en voz alta. Llegar a tu casa y que te reciba tu perro, un perro atorrante y bigotudo que no puede más de la alegría por el solo hecho de verte, porque verte a vos es suficiente motivo para estar contento. Tantas cosas, nadar en el mar, desayunar, ver llover.
Pero nada supera, no hay nada comparable con el primer sorbo de whisky en una habitación a oscuras. El vaso en mi mano.