31.10.07

Idoneidad

Mi amigo L. es psicólogo. Me explica que para ser un buen psicólogo, para llevar adelante una sesión de psicoanálisis con idoneidad, hacen falta tres cosas, a saber:
Disociación instrumental.
Atención flotante.
Análisis personal.
–¿Y un mal psicólogo? ¿Qué hace? –le pregunto.
–Lo mismo –me responde–. Exactamente lo mismo. Pero pensando qué va a cenar.

27.10.07

Treinta y tres segundos

Los domingos, donde vivo, hay un perro que ladra. Es un corto, agudo y desesperado ladrido. Cada treinta y tres segundos. Lo he cronometrado. Desde las diez de la mañana, hasta las diez de la noche.
El perro ladra, porque lo han dejado solo. Es una queja, es un grito, es la desesperación hecha ladrido. Al perro lo han dejado solo, y es algo que no consigue entender. Si yo tuviera que definir la angustia, si tuviera que ponerle un sonido, sería ese ladrido.
Conozco a ese perro.
Lo he visto un martes o un jueves, mientras es paseado por su dueño. Es de un beige claro, el perro, con el hocico rosado, los ojos exoftálmicos y la barbilla blanquecina. Tiene los ojos legañosos y luce preocupado. Tal vez porque sabe, día más, día menos, que lo aguarda un próximo domingo. Es la perruna preocupación que lo atormenta.
Camina con dificultad, con las patas arqueadas. Está algo gordo. Es un perro pequeño.
La gente del edificio, los domingos, a la hora de la siesta, le gritan que se calle. Le dicen perro de mierda. Le tiran cosas, porque el perro está en un patio, en el primer piso.
Me arrodillo sobre la vereda, y con una mano lo obligo a levantar la trompa. Nos miramos. Y lanzo un corto ladrido, no tan agudo, tal vez. Desesperado.

No te quiero más

–Beto.
–Sí.
–Beto, te estoy hablando. Prestame atención.
–Sí, decime.
–No te quiero más.
–Bueno.
–¿Me escuchaste?
–Sí, te escuché.
–¿Y no me decís nada?
–No.
–Te voy a dejar. Ya está, ya te lo dije. Te lo quería decir desde hace tres meses, pero no me animaba.
–Bueno, ya te animaste.
–¡Te voy a dejar, Beto!
–Sí, lo entiendo.
–Conocí a otra persona. Me estoy viendo con otra persona.
–Es normal.
–¡Es un amigo tuyo, Beto!
–Ajá.
–¿No querés saber quién es? ¿No me vas a preguntar quién es?
–No.
–Es Gerardo, Beto.
–Gerardo, mirá vos.
–Nos empezamos a ver después de la fiesta de Verónica, que vos no me quisiste acompañar. Y yo estaba sola y me quería divertir. Y nosotros ya andábamos mal. Porque nosotros andamos mal desde hace mucho, Beto.
–Todo el mundo anda mal.
–Gerardo me quiere. Me dijo que me quiere. Gerardo me cuida. Me dijo que me quiere cuidar.
–Puede ser cierto.
–Me dijo que nunca le había pasado algo así. Las ganas de verme, las ganas de estar conmigo.
–Gerardo está muy solo.
–Me dijo que no puede vivir sin mí. Que estas cosas pasan una vez en la vida. Que no perdamos esta exquisita oportunidad.
–¿Dijo ‘exquisita’?
–¿Qué?
–Si dijo ‘exquisita’, si usó la palabra ‘exquisita’.
–No, creo que no. ¿Qué importancia tiene?
–Me sonaba raro, no es una palabra de él.
–¡Me quiere, Beto!
–Puede pasar.
–Me costó mucho dar el salto, Beto. No me animaba, pensé que no iba a poder saltar.
–Ya saltaste.
–Si Ana no me hubiera apoyado, no hubiera podido. Sola no hubiera podido.
–¿Quién es Ana?
–Mi terapeuta, Beto. Estuve yendo tres veces por semana durante los últimos seis meses.
–¿Seis meses?
–Sí, seis meses. Sin el apoyo de Ana, no hubiera podido decírtelo.
–Raro. El cumpleaños de Verónica fue hace dos meses.
–¡No importa, Beto! ¡Eso no importa! ¡Lo importante es que ya no te quiero! ¡Lo importante es que tengo una oportunidad de ser feliz! ¡Y yo quiero ser feliz!
–Todos queremos ser felices. Con Gerardo, me dijiste.
–Sí, con Gerardo. Nos vamos a vivir juntos. Bah, me voy a vivir a su casa, por ahora. Pero nos vamos la semana que viene a pasar unos días a la costa. Para estar juntos, tranquilos. Y nos queremos casar.
–Te felicito.
–Ya está, ya te lo dije. Todavía estoy temblando, pero me siento más aliviada. Pensé que no iba a poder decírtelo nunca, y eso era algo que me carcomía por dentro.
–Bueno, ya está.
–Yo no soy una mala persona, Beto.
–No.
–Y vos tampoco, Beto. Al principio estábamos bien. ¿No estábamos bien?
–Sí, estábamos bien.
–Pero después no. ¡Después no! ¿Qué nos pasó, Beto? Te juro que me lo pregunto y doy vueltas y más vueltas y no encuentro explicación. ¿Qué nos pasó?
–Las cosas cambian. A veces mejoran, por lo general se arruinan. No sé.
–Me voy, Beto.
–Chau.
–Me voy a lo de Gerardo. Mañana vengo a buscar mis cosas, cuando vos no estás, y te dejo la llave.
–Dale.
–No sé qué más decirte.
–Está bien así.
–¿Necesitás algo? ¿Me querés decir algo? ¿Querés que haga algo antes de irme?
–No, dejá.

24.10.07

Apuntes comprensivos

La gente que fuma considera, por ejemplo, que quienes sienten compulsión por la comida son tontos sin remedio.
La gente que toma alcohol no puede concebir porqué alguien consume medicamentos para dormir.
Los amantes de la cocaína ignoran el porqué miles de personas se ponen zapatillas e intentan correr cuarenta y dos kilómetros, colocando sus rodillas a freír.
Lo que te hace tolerante son los vicios.

20.10.07

Una vuelta más

Todo el mundo desea dar una vuelta más en la calesita. Aún cuando se aburran, aún cuando no entiendan, aún cuando sospechan que la calesita en cuestión no conduce a ninguna parte.
Esta actitud es merecedora tanto de repudio como de ternura. Es que nadie sabe si será capaz de hallar, en el parque, otro juego.

Mi amigo H. hace todo lo que está a su alcance

Mi amigo H. me cuenta que la velada había sido más o menos como de costumbre. Su novia había llegado del trabajo. El pidió comida en el lugar de siempre. Comieron; terminaron una botella de un malbec sin pretensiones que había sobrado del fin de semana. Cogieron con el mínimo interés que da una convivencia superior al año y medio. Alguien gritó: ¡Ah! Quizás fue ella, quizás fue él. Se quedaron con el televisor encendido. Ella fumó un cigarrillo. Se quedaron dormidos.

Entonces él se levantó tratando de no hacer mucho ruido. Fue a la cocina; tomó un vaso de agua para despejarse, y volvió con el paquete de azúcar que había comprado esa misma tarde. Ella dormía, como siempre. Boca arriba.
Tuvo que bajarle la bombacha, muy despacio, para que no se despertara. Pero la bombacha tenía el elástico vencido, y eso facilitó la tarea.
Y él mismo, mi amigo H., cargó una cuchara sopera de azúcar tanto como era posible. Y espolvoreó la vagina de su novia, con sumo cuidado. Le llevó un minuto y medio, dos como mucho, completar la maniobra. El triángulo mágico quedó en su totalidad cubierto de azúcar. Su novia dormía con la boca abierta.
Mi amigo H. se acostó a dormir.
A la mañana siguiente sonó el despertador y ella, su novia, saltó de la cama y prendió la ducha; mi amigo H. contaba con esa parte de la rutina.
Mi amigo H. preparó café y su novia salió del baño para desayunar, para vestirse, para irse a su trabajo.
En las dos o tres palabras que cruzaron él notó que tal vez el experimento no había generado efecto alguno. Que su novia no mostraba la más mínima evidencia de haberse vuelto más dulce.

17.10.07

El teorema central del límite, la ley de los grandes números, esas cosas

Si se toma una moneda. Si se tira la moneda. Si se replica el experimento unas treinta y tres millones de veces, la ley de los grandes números dice que el cincuenta por ciento de las veces, la mitad de las veces, la moneda caerá del lado de la ‘cara’.
El otro cincuenta por ciento de las veces, la otra mitad de las veces, la moneda caerá del otro lado, del lado de la ‘seca’.
Lo importante es entender que la aplicabilidad de la ley de los grandes números, su utilidad intrínseca, camina y se desarrolla en el campo de lo teórico. Se dificulta hallar, en el citado ejemplo, el nexo pragmático.
Lo que te quiero decir es que para los rudimentos que más o menos orquestados conforman una vida, basta con la suerte.

13.10.07

Experiencias demoledoras / antídotos de venta libre

Descubrir que uno no ha llegado a ser ni el dos por ciento de lo que hubiera deseado ser, es una experiencia demoledora. En momentos tan extremos, la búsqueda de alivio suele pecar de poco original; el abanico va desde Sai Baba hasta Creamfields, pasando por el psicoanálisis, la computación, la fabricación de incienso, la lectura de los clásicos, las conversaciones con la mascota preferida, en fin.
En el inverosímil ánimo de ayudar, es que recomiendo e instruyo colocar sobre la puerta de la heladera, a una altura de fácil acceso visual, un pequeño imán. Con el teléfono de una pizzería cercana.

Hipótesis de conflicto

Si se observa a un animal en su hábitat natural, y luego se lo observa en una jaula, en un zoológico, incluso el ojo no entrenado advertirá sutiles diferencias de comportamiento.
Si se le quita al animal lo que se ha dado en llamar ‘hipótesis de conflicto’, si el animal comprende que se le traerá la comida a un horario cierto, si el animal descubre que la jaula que le impide escapar es la misma jaula que le impide, por ejemplo, ser mordido, si el animal entiende que lo que se espera de él es que se deje sacar un par de fotos, que se rasque, que de un par de vacilantes pasos, que gruña, pongamos unas tres o cuatro horas al día. El animal, entonces, se quedará echado, de manera tan aburrida como indolente, limitándose a respirar, y a llevar a cabo alguna que otra función de índole fisiológica, más o menos involuntaria.
La diferencia en términos de comportamiento, lo que subyace y define, entonces, es la diferencia entre libertad y confort. Cuánto confort está dispuesto a ceder el tigre, la cebra, el mono, para tener más libertad. Y cuánta libertad está dispuesto a ceder el tigre, la cebra, el mono, para obtener algo de confort.
Para intentar acercar posiciones, para aproximar una solución a tan álgido tema, pueden hacerse en principio dos cosas. Poner una Playstation, por ejemplo, en la jaula del león. O darle algo de dinero en efectivo a un cocodrilo, en su hábitat natural.

10.10.07

Dieta existencial

La gente que consume alimentos dietéticos, consume una contradicción.
Es gente en extremo particular; gente que decide comer sin comer, y que elegiría sin inconvenientes tomar cerveza sin alcohol, fornicar de ser posible sin contacto físico, respirar del aire tan solo las moléculas útiles.
Esta gente que toma café descafeinado, y come queso desquesado, y manteca desmantecada, y mermelada sin azúcar, y lechón light, me repugna en una tecla muy particular. Es gente calculadora y fría; gente que está dispuesta a privarse de cualquier cosa buena que tenga la vida, si se consigue con ello evitar lo malo. Es gente dispuesta a contar las calorías, los pelos, los pasos.
Esta gente que siente particular predilección por cuantificar el daño.

6.10.07

Detalles

Viendo películas viejas, en fin de año, descubro que los mandamientos son diez, pero los pecados capitales son siete. Esto me lleva a pensar que tal vez haya tres mandamientos que sean opcionales. Algo similar a cuando se elige un automóvil con aire acondicionado, cierre centralizado, levantavidrios.

Un poco de aleluya

no fui yo,
fueron mis manos
las que pidieron tocar
sus tetas
una vez más

para satisfacer su nada sencillo
destino
de manos
y exprimir la magia que hay oculta en
cada instante

–estoy dispuesto a regalarte todos
los álbumes de fotos–


y no fue ella,
fueron sus tetas
las que dijeron ‘sí’
una vez más

para conseguir la maravillosa fragancia
de la comprensión

antes de cumplir con sus obligaciones
de glándulas mamarias.


en este curioso paraíso
donde las manos piden
y las tetas hablan.

3.10.07

Tributo a Michael Jackson

La otra noche tuve un sueño extraño. Soñé, por curioso que parezca, con el video del tema ‘thriller’, de Michael Jackson. Independientemente del hecho que el mundo de la música cambia a una vertiginosa velocidad, es posible que mucha gente aún recuerde quién es Michael Jackson. Un negrito simpático, cuando cantaba junto a sus hermanos en ‘Jackson’s five’, y que luego fue creciendo y mutando para convertirse en una absoluta estrella del pop, al tiempo que dejaba de ser negrito y dejaba de ser simpático, para terminar inmerso en tragedias y escándalos que hacen a la vida privada de las personas, y en las cuales preferiría no detenerme. Quiero decir que si a alguien le gusta pasarse una pitón por las tetas no es tema mío, ni hace nada a favor o en desmedro de las cualidades artísticas del chiflado en cuestión.
El video del tema thriller, tema con el cual el Señor Jackson alcanzó un éxito rutilante, tenía una parte, así lo recuerdo, en que el bueno de Michael era perseguido, junto con su chica, por una banda de muertos vivos. Los muertos brotaban de la tierra, vestidos con harapos, con las manos extendidas en forma de garras, todavía prisioneras de cierto rigor mortis, y con miradas exoftálmicas de zombies famélicos se dedicaban a realizar un novedoso y original bailecito.
Eso es lo que sucedía, en grandes rasgos, en el video, en mis sueños.
Lo que me sorprendió entonces fue lo que no recordaba haber visto oportunamente; y es que los sujetos descriptos, los muertos vivos, los zombies famélicos con sus pupilas de un amarillo chillón y sus manos extendidas en forma de garras, te pedían un peso, te pedían plata, te pedían algo.
Y tal vez, entonces, la otra noche no tuve un sueño extraño. Tal vez caminaba por mi barrio, volvía a mi casa.