30.6.19

Dividido cero


A ver si lo entendés, aunque no creo que lo puedas entender, no creo que lo entiendas. Para entenderlo, bueno, en principio no deberías ser vos. Deberías ser otra persona. Esa persona que no sos vos lo entendería.
Vas por la vida, qué otra cosa vas a hacer, qué otra te queda. Vas por la vida, se mueve la cinta transportadora. Es una situación ajena a tu voluntad, por decirlo de algún modo.
Vas y te mostrás, lo que sos, tus pequeños logros. Tu hijo o tu auto, las zapatillas que te pudiste comprar, el matrimonio que pudiste sostener. Creés que tu trabajo o tu esposa o tu perro Fox Terrier pelo duro, las fotos de tu último viaje a Buzios, ese cursito de fotografía, bueno. Eso es lo que sos, lo que tenés para mostrar de vos. Cada uno con sus particularidades y estilos.
Pero no. Está mal. No es así, y ése es justamente el corsé que te aprieta. Es el problema. Porque lo que te define es todo lo que no sos. Estás hecho de todo lo que no te salió, los sueños rotos, los colectivos que no pudiste alcanzar, los whiskys que no tomaste, los abrazos que no te dieron.
Si pudieras presentarte desde ahí, desde todo lo que quisiste y no pudiste, desde todo lo que te hubiera gustado y no sucedió, ahí sí, quizás todavía podrías ser interesante. Al menos para mí.

20.6.19

Parpadeo


Me pasó algo extraño. Bajé del ascensor como todos los días, para ir a trabajar. El ascensor se detuvo en el tercer piso. Subió un vecino. No, ya sé, hasta ahí nada raro, qué puede tener de raro que pare el ascensor, que suba un vecino.
Pero el vecino, que siempre me había resultado un repugnante ser, casado con una mujer teñida de un rubio chillón, mala y absurda. El vecino, decía, me cayó bien. Comentamos alguna generalidad sobre el clima o algo de fútbol. Llegamos a la planta baja, nos deseamos un buen día.
En el subte la gente era correcta, no irradiaba esa mezcla de estupor y furia apenas contenida. Alguien me pisó y me pidió disculpas. Una chica que escuchaba música con unos gigantescos auriculares puestos, levantó por un momento la cabeza. Me miró y sonrió.
Vino alguien de la oficina a recomendarme un cuento que había leído y que le había gustado mucho, lo había conmovido. Me había ido a comprar el libro para regalármelo. ‘Sé que a vos te gusta leer’, dijo.
Así siguió, más o menos, el resto del día. Un automovilista me dejó cruzar, aunque el semáforo le permitía el paso a él. Volviendo a casa entré en una fiambrería, compré salame y queso. Le hice un chiste, apenas subido de tono, a la chica que atendía. Se ruborizó, contuvo la sonrisa. Era cuestión de volver, invitarla a salir.
No sé cómo decirlo, el mundo se había vuelto amable, las cosas funcionaban. Llovía, apenas, brillaban las hojas de los árboles. Caminé despacio, era lindo sentir el movimiento de las piernas. Anochecía. ‘Linda noche para tomar un poco de vino’, pensé.
Entonces parpadeé. Estaba acostado, había un dulzón olor a flores. Alguien lloraba.
Traté de moverme y descubrí, por curioso que parezca, que no podía moverme. Estaba muerto, me estaban velando.
Para que no te moleste más nada, el viejo truco de morirse.

10.6.19

Chinchin


Te va a pasar lo siguiente. Tenés que tener más de treinta años, eso sí. Antes de los treinta años podríamos decir que sos un géiser, el avión va para arriba. La finitud es un concepto que no se te pasa por la cabeza.
Lo que te va a pasar te puede pasar un día de semana, un miércoles a la noche durante el partido de fútbol que jugás, sí claro, con los muchachos. O te puede pasar manejando el automóvil, tu automóvil, como todos los días cuando salís del trabajo y te volvés para Escobar. Quién carajo te habrá dicho que era una buena idea irse a vivir a Escobar. O te puede pasar, incluso cogiendo, cogiendo con tu señora, en mitad del asunto, bombeando sin excesivo interés, sintiendo una leve lumbalgia que amenaza con pararse en dos patas y transformarse en cuadriplejia pero aún así dispuesto a cumplir, bombeando porque fuimos puestos sobre la tierra para coger y porque la función hace al órgano y como dijo bugs bunny eso es todo amigos.
Lo que te va a pasar es que vas a escuchar una campanita. Aunque en realidad no es exactamente una campanita pero podría confundirse con el sonido de una campanita. Es, no sé cómo corno se llama el instrumento, en el colegio primario le decíamos ‘chinchin’. Son dos platitos de metal, no sé de qué metal, de bronce supongo, pequeños y unidos por un cordel. Sostenés el cordel en una mano, con dos o tres dedos, y hacés chocar los platitos, de costado, entre sí. Chinchin.
Y te vas a dar cuenta que la vida en general, tu vida en particular, no tiene el menor sentido. De pronto te das cuenta que no te interesa, que incluso no serías capaz de recordar por qué alguna vez te interesó, tu trabajo, el partido de fútbol con los muchachos, tu mujer.
Es eso, un chinchin y todo se desmorona. Estás perdido en el medio de la vida y no sabés cómo vas a hacer para seguir, tampoco tenés adónde volver. Lo construido, lo que sostiene tu absurda existencia, ya no tiene la menor importancia. Curiosa sensación, simpática y aterradora a la vez.
Ahí estás vos, sos eso. Toda tu vida fue para eso aunque puede ser que no lo veas así.