30.8.06

Larga fila

Si te fallé, sacá número. Talonario naranja.
Si me odiás, sacá número. Talonario celeste.
Si te parece que soy un imbécil, sacá número. Talonario amarillo.
En cualquier caso, por favor, sacá número. Y sentáte por ahí.

Médicos sin fronteras

La mujer me explicó, fastidiada por encima de cualquier otra sensación más severa, que se resfriaba. Se resfriaba en cualquier época del año. Se resfriaba, sin importar si hacía frío o calor. Se resfriaba de manera permanente y absoluta.
Esta situación, para ella, no tenía ninguna explicación. No había pasado hambre jamás. Tomaba vitamina ‘c’. Hacía ejercicio.
Reflexioné, circunspecto, un rato. En la radio sonaba Shostakovich. Atisbé a través de su blusa clara, color marfil, un corpiño negro que luchaba por contener unos pechos de turgencia inaudita. Contemplé el pantalón de jean apretado; adiviné un culo redondo, firme. Vi sus labios pintados de un rojo demencial. Vi sus zapatos plateados, con tacos de quince centímetros. Vi los gestos de la mujer; cómo manipulaba su cigarrillo. Vi sus dedos nudosos. Vi sus manos.
Exhalé. Dejé el estetoscopio sobre la mesa, como si se tratara de un animal pequeño y huidizo. Por la ventana se adivinaba una lluvia hecha de quebradizos filamentos; una lluvia que podía durar mil años.
Entonces le expliqué, sin soberbia, sin entusiasmo; era la última paciente del día.
–Es evidente que usted ha comenzado su vida sexual, pongamos, a los quince años. También es evidente, aunque no tanto, que usted tiene, más o menos, cuarenta y cinco años. Está claro que usted ha dedicado la mayor parte de su vida activa, a coger. No creo que tenga usted otra ocupación fija.
En tal sentido, deberíamos pensar en colocarle un burlete en la vagina. Estoy convencido que el frío, las corrientes de aire, ingresan por allí.

26.8.06

Ataque de ego

En el cine, todos se sientan en sus butacas y miran hacia delante, hacia el rectangular y límpido trozo de material donde será proyectado el film dentro de unos instantes.
Me sorprende que sino todos (porque siempre hay algún distraído), al menos la inmensa mayoría no gire sus cabezas hacia atrás, hacia la última fila, y se dediquen a observarme. A mí.
Mi vida es mucho más interesante.

Aproximaciones ingeniosas para la comprensión del aparato circulatorio de mamíferos medianos

Después de una comida abundante, después de haber comido como un jabalí embravecido, como un verdadero animal, el ser humano occidental, adulto, de sexo masculino, se muestra poco proclive, tanto a las prácticas de índole sexual, como al noble y complejo ejercicio del pensamiento, de la elaboración de sesudas hipótesis, del elevado debate de ideas.
Pareciera entonces que la sangre se encuentra diseñada para asistir de manera eficiente a un órgano por vez. Será el estómago; será el cerebro; será el órgano de los mil apodos, que reposa bajo la línea del ecuador.
Habrá que decidir, entonces, si se prefiere una velada con preponderancia intelectual, sexual, o gastronómica.
Pero todo no se puede, bonita.

23.8.06

Bodegones

La chica, en un inusitado arranque aristocrático, increpó al mozo. Deseaba saber de qué estaban hechos los ravioles. En qué consistía su composición intrínseca. Más precisamente, el relleno.
El mozo, sosteniendo piadosamente, con ambas manos, la bandeja metálica contra su pecho, se limitó a sonreír.

¡Vamos a volar todos por el aire!

Alguien murmuró ‘cuidado’; alguien susurró ‘tengo familia’; alguien siseó ‘tiene una bomba’, y la palabra ‘bomba’ pareció repetirse entre los que teníamos la desgracia de estar presentes. La palabra ‘bomba’ rebotó como si se tratara de una pelotita de ping pong con un ataque de epilepsia.
Una cajera del supermercado dio un gritito y comenzó a llorar. Otra cajera se desmayó. Vi a un muchacho que aprovechó el momento para esconder un sobre de mayonesa entre sus ropas.
El hombre usaba lentes oscuros, una gabardina de un verde sucio, bajo la cual debía estar desnudo, ya que en un momento dio un saltito y se le vieron las rodillas. Estaba en ojotas. Tenía el pelo cortado a máquina, y de cada pelo parecía colgar una gota de sudor.
–¡Tengo una bomba! ¡Vamos a volar todos por el aire! –dijo.
El sudor le manchaba el cuello de la gabardina. Tenía una mano en alto, un índice increpando al cielo fluorescente, y la otra mano oculta, entre los botones, bajo la tela, junto al corazón.
La policía había enviado un negociador. Pero el negociador no parecía muy convencido acerca de cuál era su rol. Las tres veces que había intentado hablar con el hombre, no había recibido respuesta.
El hombre se había subido a la heladera de los quesos y hablaba desde allí, a un metro del suelo, mirando a lo lejos, al grupo de aterrorizados que no terminábamos de decidirnos entre tirarnos al piso, o salir corriendo y confiar en la suerte de llegar a la puerta antes que todo volara por los aires.
Un carrito abandonado rodó un par de metros, huérfano, sin que nadie se animara a detenerlo.
–¡Vamos a morir todos! ¡Hoy es el día! –dijo– ¡Hoy es el día!
El negociador lucía confundido y asustado. Varias personas habían optado por arrojarse de cara al piso y colocar las manos sobre la nuca, sin que nadie se los hubiera solicitado. Era lo que habían visto en las películas. Era lo que consideraban apropiado.
Me pregunté cuánto tiempo más se podría soportar semejante tensión. A la altura de mi rostro, los paquetes de fideos ‘Don Vicente’ lucían prolijamente alineados. Me pregunté quién corno me había mandado hacer las compras justo en ese momento.
Entonces el hombre forcejeó un poco y su mano oculta salió a la luz. Elevó el brazo por encima de su cabeza. Alto. Bien alto.
–¡A morir! –dijo– ¡A morir todos!
Hubo quienes cerraron los ojos, presagiando lo peor. Hubo quienes se taparon los oídos con las manos, tan fuerte como pudieron. Y aguardaron la explosión.
Antes de juntar valor para empezar a correr como un bendito, miré. Yo miré.
En la mano en alto, donde debía haber, por ejemplo, una granada, el hombre sostenía un salamín.
El salamín era picado grueso. Todavía portaba su correspondiente trozo de piolín amarillo. El salamín lucía algo machucado, debido a la manipulación, al manoseo al que había sido sometido.
El negociador se secó el sudor de la frente, primero, y utilizó el teléfono celular que colgaba de su cuello para avisar a los policías de afuera que ya estaba bien, que podían ingresar al establecimiento.
Agarré dos cartones de jugo Cepita de pomelo rosado, y me dirigí a la caja rápida.

19.8.06

No sabés cómo llueve

Llueve. Me quedo bajo la lluvia, sin prisa, un buen rato. Compro caramelos. Hojeo un libro. Camino. Sonrío.
La gente que pasa se aparte de mí, como si estuvieran en presencia de un hombre armado. Niegan con la cabeza; me señalan con un dedo; miran en busca de algún policía que esté cerca. Desean advertirle que algo está mal, que hay un hombre bajo la lluvia, que se está mojando.
Y yo me pregunto cómo es posible que alguien que alguna vez, aunque sea una vez, pensó en cambiar el mundo, no consiga soportar un fenómeno climático.

Otra tremenda injusticia de las multinacionales

Cuando ingiero una bebida gasificada, se me da por pensar que a nadie se le ha ocurrido comercializar la parte ‘gasificada’ del asunto. Abrir un envase de vidrio, o plástico, o una lata, no tengo objeciones al respecto, y recibir el impacto del gas, de las burbujas, en pleno rostro, por ejemplo, o en cualquier parte del cuerpo, los genitales inclusive, pero sin líquido alguno.
Por ideas como esta, supongo y temo, es que jamás he podido hacer carrera en los departamentos de márketing de las grandes marcas.
Aunque yo, en caso de ser consultado en público, estaré dispuesto a jurar que se trata de un complot, que soy discriminado por motivos que ignoro, y en los cuales no deseo profundizar.

16.8.06

Sin gracia

La vejez es un proceso de acumulación. Una capa de polvo que va impregnando los contornos del ser, hasta volverlos borrosos.
La vejez es exceso de información. Haber hecho las mismas cosas, una y otra vez, hasta no recordar qué fue mejor.
La vejez es un ratón pequeñito y dichoso que roe un queso sin preocupación. Al principio le gusta mucho. Después no.
La vejez, no sé, decí algo vos.

Desayuno

El hombre entra al bar y cierra la puerta con violencia. Es muy temprano.
–¡Arriba las manos! –dice.
–¡Esto es un asalto! –dice.
–¡No quiero lastimar a nadie! –dice.
–¡La plata, la plata, la plata! –dice.
–¡Nadie se mueva! –dice.
El arma bien en alto, apuntando a un cielo de yeso indiferente. El hombre da pequeños saltitos; avanza un poco como si fuera a iniciar una carrera loca, y se detiene. Retrocede. Vuelve a saltar.
El mozo deposita un café con leche con tres medialunas de manteca, que tenían otro destinatario, en la punta de la barra. Deja la bandeja. Apoya una mano sobre el hombro del muchacho que se sorprende, pero se deja llevar, se sienta sobre la butaca.
Hunde la medialuna en el café con leche, y mastica con frenesí. En la segunda medialuna, deja el arma junto al plato. Engulle las medialunas en dos bocados. Un hilo de café con leche chorrea sobre su barbilla.
Al morder el cabito de la última medialuna, el hombre cierra los ojos; es una fracción de segundo. Su rostro, por lo que dura un instante, reboza beatitud. Mastica. Traga. Termina su tazón de café con leche, apurado.
Se pone de pie. Guarda el arma junto al estómago, bajo el cinto. Abre los brazos. Parece que va a hablar, que va a decir algo. Se limpia la boca con el dorso de una mano.
Sale del bar. Cierra la puerta con sumo cuidado.

12.8.06

Enfoque, perspectiva

Mis cómplices de género se la pasan mirando tetas y culos, tetas y culos, tetas y culos. Yo, en idénticas circunstancias de presión y temperatura, me limito a observar tobillos y manos, tobillos y manos, tobillos y manos.
Aquel que observa tetas y culos, mucho me temo, no está observando cualidades perdurables; la decepción lo acecha a la vuelta de la esquina.
Si en lugar de mirar tetas y culos los hombres miraran tobillos y manos, me atrevería a decir que la durabilidad de los vínculos afectivos en las sociedades civilizadas subiría de manera significativa. Y tal vez, sólo tal vez, los traumatólogos adquirirían el status de los cirujanos plásticos.

De otra forma

La mujer se me acercó en la calle y comenzó a insultarme. Yo estaba guarecido bajo un toldo, por la lluvia. Me encanta la lluvia, pero estaba con varias carpetas llenas de papeles que no debían mojarse. Meditaba sobre la conveniencia de esperar versus comprar un paraguas. Me molesta que intenten venderme un paraguas, justo cuando llueve, porque es cuando uno más lo necesita. El vendedor lo sabe; el vendedor se relame.
Volvamos a la mujer; era bonita, huesuda, con el cabello recogido en una simpática cola de caballo y el rostro desencajado por la bronca. Siguió gritándome.
‘¡Te odio!’, dijo; ‘¡te odio con toda mi alma!’, dijo; ‘¡cómo pudiste hacerme esto!’, dijo.
La miré. Esquivé un puñetazo que iba dirigido a mi rostro, y se incrustó en mi hombro, y la miré. Jamás la había visto en mi vida.
La mujer volvió a la carga, así que la dejé golpearme un poco. Me pareció importante que se cansara.
Tras cuatro o cinco golpes más, tuvo un acceso de llanto y cayó de rodillas sobre la vereda mojada. Dejó la cartera sobre el piso y se pasó una mano por el pelo, intentando adherirlo definitivamente a su cráneo, desesperada.
La gente que pasaba se había detenido, dispuesta a lincharme. Esperaban, expectantes, un gesto de la mujer, una instrucción, para molerme a palos entre todos. La gente quiere desquitarse de la maldita e insólita vida que les ha tocado en suerte. Necesitan un motivo, una causa.
Me arrodillé junto a la mujer, cuidando que las carpetas no se mojaran. Le acaricié una mejilla; no pude evitarlo. Le sequé algunas lágrimas con mi pulgar.
‘¿Estás bien?’, dije; ‘no te conozco; te juro que no te conozco. Jamás te vi en mi vida’, dije.
La gente aguardaba el desenlace con curiosidad. Estaban dispuestos a golpearme, o a aplaudir; la cosa se ponía interesante.
Ella me miró. Seguía llorando cuando me miró.
‘Es verdad’, dijo. ‘No nos conocemos, todavía. Pero nos vamos a conocer, y va a terminar mal. Me vas a hacer sufrir; mucho. Quise evitar esta escena, pero no pude. Me salió quejarme por adelantado. Disculpáme’.
La ayudé a incorporarse y nos fuimos caminando bajo la lluvia. Abrazados.

9.8.06

Clases (a 150 km por hora)

Cuando uno choca a 150 km por hora se da cuenta que no importa si llueve mucho en la segunda quincena de un determinado mes.
Cuando uno choca a 150 km por hora comprende que dejar una luz prendida, una canilla abierta, son cosas que pasan.
Cuando uno choca a 150 km por hora entiende, aún sin ser ingeniero, el concepto de ‘fatiga de materiales’.

Una voz

A veces una voz, sí, tan solo una voz que llega de un teléfono perdido junto al mar, por ridículo que parezca, ya lo dije, apenas una voz, es suficiente para demoler nuestras más íntimas convicciones cinceladas por años y años de picar esa piedra hecha de fracaso. De dolor.
Una voz capaz de hacernos dudar de la rotación y la traslación. Una voz que decide violar la ley de gravedad.
Así como llueve, de vez en cuando. Así como un perro nos mira en la calle y asiente (y es un ‘tenés razón, te juro que tenés razón’). Así como crece una flor.
Así sucede, a veces, lo juro. Lo juro sobre una empanada fría de cebolla y queso.
Me arrodillo junto al teléfono, preguntándome si lo correcto sería decir una plegaria; ofrecerle un café; cantar, muy bajito, aquella canción.

5.8.06

Tonta


de manera demencial y caótica.
de manera ridícula y excesiva.
de manera desenfrenada y rústica.
de manera salvaje y solitaria.
de manera áspera pero simpática.
de manera soberbia y descarada.
de manera tonta y loca.
de manera crítica y molesta.
de manera suburbana y subnormal.
de manera teatral y para nada complaciente.
de manera intimidatoria y amable.
de manera rutinaria y peligrosa.
de manera berreta y cualunque.
de manera intramuscular, de manera endovenosa.
de manera preocupante y repulsiva.
de manera distante y asustada.
de manera enfermiza y pestilente.
de manera genital y monárquica.
de manera fachista y tiernamente.
de manera supurante, trepidante, infecciosa.
de manera insoportable.
de manera empalagosa y con polillas.
de manera raquítica y valiente.
de manera egoísta y venenosa.
de manera senil y antojadiza.
de manera opaca y sin llavero.
de manera absoluta y desesperada.
de manera que da miedo.
de manera creativa y oligoide.
de manera espermática y desprolija.
de manera súbita y apática.
de manera deforme y asquerosa.
de manera suicida y sin gomina.
de manera ingenua y complicada.
de manera amistosa y alérgica.
de manera violenta y cariñosa.
de manera estupefacta y sombría.
de manera revolucionaria y antigua.
de manera infame y prodigiosa.
de manera triste y lejana.
de manera irrefutable y espasmódica.
de manera condenable y perdonable.
de manera sobrehumana los domingos.
de manera fantástica y absurda.
de manera inexplicable y anacrónica.
de manera ficticia pero fuerte.
de manera brillante y transpirada.
de manera criminal y sin vergüenza.
de manera anárquica y justificable.
de manera insignificante y anodina.


yo
te quiero.


*tal vez en el bolsito de kung fu no había fotos ni un ipod ni un tupper con milanesas. tal vez ni siquiera estaban las ojotas ni una flauta de repuesto. tal vez había un par de poesías. esta mañana se me dio por pensar eso, sepan disculpar.

Mañanitas

Lejos han quedado, en remotos pretéritos, aquellas mañanas en las cuales quería cambiar el mundo.
Me visitan ahora, con patética asiduidad, las mañanas en las cuales la totalidad de las cosas carecen de sentido.
Lo sé, lo presiento. Vendrán las mañanas agridulces, en las cuales deje de importarme.
Aquí las espero, en el bar de siempre.

Darwin revisited

Fui al zoológico. Fui a la jaula de los monos. De los chimpancés, para ser más exacto. Tras un ínfimo soborno al guardia, se me permitió traspasar un absurdo vallado. Pegué mi cara a los barrotes de la jaula. Uno de los chimpancés, en apariencia llamado ‘Facundo’, o ‘Facundito’, me miró con algo de curiosidad. Se hallaba sentado sobre un pedazo de tronco de árbol; el pedazo de tronco de árbol estaba podrido.
Viendo que yo permanecía aferrado a los barrotes, con la cara prácticamente metida dentro de la jaula, ‘Facundo’ o ‘Facundito’ terminó de comer su banana; luego se rascó la nariz; luego se rascó el culo; luego se olió los dedos. Espantó unas moscas dándose una palmada en la espalda. Se puso de pie. Avanzó unos pasos con ese particular bamboleo. Se acercó hasta mí. Quedamos cara a cara.
Entendí que era la oportunidad que había ido a buscar.
–Escucháme –dije–; quiero saber el secreto de la evolución de las especies. Si el hombre desciende del mono. Cómo fue el proceso evolutivo. Decíme algo, lo que puedas. Tampoco pido que me cuentes todo.
‘Facundo’ o ‘Facundito’ imitó mi postura. Se tomó de los barrotes, también, los brazos bien en alto. Puso su cara a la altura de mi cara.
Me miró. Nos miramos.
–Gil –dijo, y sonrió con una sonrisa que ha sido retratada y utilizada en pósters hasta el cansancio.
Juro que lo dijo, pero el guardia fumaba, mirando hacia otro lado.

2.8.06

Más de tres

Después de tres años de matrimonio, el matrimonio se transforma en una cáscara, en un andamiaje absurdo dentro del cual dos personas juegan a destruirse, a ver quién se arruina más rápido, quién morirá primero. Esas cosas.
Después de tres años de trabajo el sujeto queda despojado de cualquier inquietud adolescente, olvida por completo sus sueños infantiles, y queda reducido a una bestia sin alma dispuesta a matar por un puñado de billetes.
Después de tres años de práctica cotidiana de un vicio, por ejemplo el cigarrillo, por ejemplo el alcohol, por ejemplo la cocaína, el sujeto es incapaz de recordar qué lo condujo hasta allí, porqué comenzó, qué buscaba. El sujeto es sólo la sustancia que consume; lo demás es apenas parte del decorado.
Mientras reflexiono viene a mi mente aquel viejo adagio atribuido a la sabiduría popular; aquello de ‘más de tres, es paja’.

Errata

1)Maradona es Dios.
2)Maradona resucitó, cualquiera puede darse cuenta.
3)La Biblia tiene, entonces, un error de tipeo. Debiera decir: ‘y al tercer día, adelgazó’.