30.12.22

Cubo mágico


El amor no existe. El amor no es mucho más que las ganas de coger, de ponerla un poco más o menos hasta los treinta y tres años, treinta y cinco si querés, y después algo parecido al compañerismo. Alguien que te pase un mate, alguien que te espere para recriminarte algo que hiciste mal o que no hiciste, alguien a quien culpar porque acabás de sacar los agnolottis de la olla y se acabó el queso rallado. Están las fotos claro, quedan las fotos que ya ni siquiera son fotos en papel. No hay nada más muerto que una foto digital. Y entrar a una fiesta con alguien de la mano para que los demás no piensen que estás apestado, que tenés chagas o ébola y ojalá les haya tocado una mesa distinta para no tener que hablarte.
La felicidad no existe. La felicidad no tiene la menor importancia además. Pero te ponen a correr detrás de una imaginaria zanahoria desde que tenés no sé, once años, y allá vas. Toda esa energía derramada sobre el asfalto indiferente. Caminar por esa playa del Caribe, tomar un café en París, no significa nada. Dejar de ser vos es una experiencia insoluble desde la geografía. Llevarás tu gastritis a Londres, tu existencial fastidio te acompañará por detrás de esos preciosos zapatitos Salvatore Ferragamo. Y así.
Pero vivir está bueno, eh. Vivir es una experiencia de lo más interesante.

20.12.22

Todos tenemos un don


Me pasa bastante, me pasa mucho, que suena el teléfono. A la noche, siempre es a la noche, después de las diez de la noche. Yo diría que entre las diez y las doce de la noche.
Puede ser un número que no conozco, puede decir la pantallita ‘número desconocido’, igual atiendo. Tampoco tengo demasiado para hacer. Por lo general estoy en la cama mirando la televisión pero sin mirar. Esperando que la televisión me canse del todo para ver si consigo dormir aunque sea cinco horas. Así me pasa, así vivo.
–Hola –digo. Hace tiempo que dejé de ser original, ser original se usa hasta los quince años más o menos, después te vas volviendo algo más práctico o la vida te pasa por encima. Cuando alguien insiste en mostrar lo original que es, bueno, es porque es un pelotudo.
–¡Hijo de puta! ¡Sos un hijo de puta! –Grita la mujer, hace una pausa para cargar aire y luego lanza un aullido como si le estuvieran atravesando el corazón con una oxidada aguja de tejer.
O sino.
–¡Qué basura que sos, Juan! ¡Sos lo peor que me pasó en la vida! –Otra mujer más joven quizás, su tono de voz es más duro. El odio se impone por sobre el sufrimiento.
O también.
–¡Todo vuelve, Juan! ¡Te deseo lo peor, mierda! –Otra mujer, ahogada en sollozos que casi la obligan a tartamudear.
Así sucede, una o dos veces por semana. Si hace frío, si llueve, más aún.
Y cada tanto se me da por preguntar, por ejemplo.
–¿Laura? –Se escucha un silencio de reconocimiento–. Pero escuchame una cosa, nosotros salimos no sé, hace más de quince años. Después te casaste, tuviste hijos. Quiero decir, pasó la vida.
–Sí –responde en este caso Laura–. Pero odiarte a vos me hace muy bien, Juan. Sos el mejor tipo para odiar que conozco.

10.12.22

En la vida


Cuando me mudo, y me he mudado varias veces, lo primero que estudio del barrio son los bares. Necesito de ser posible cinco, pero con tres está bien. Tres bares, para desayunar los días de semana. Antes de ir al centro a trabajar, necesito sentarme en un bar y mirar por la ventana.
Si fueran cinco bares es mejor porque entonces puedo ir cada día de la semana a un bar distinto, pero con tres está bien también. Podés repetir un bar en la semana pero siempre dejando pasar un día en el medio. Y nunca, la repetición, más de dos veces en la semana.
Vas a un bar dos días seguidos o más de dos días en la misma semana y el bar se arruina, se pudre. Pasa algo malo con la gente, te empieza a parecer que la convivencia se vuelve no sé, asfixiante. O el mozo te quiere decir qué número va a salir en la quiniela o te muestra fotos en su teléfono celular de las minas que sueña que se coge. Y entonces no podés volver a ese bar nunca más. Tengo muy estudiado el fenómeno.
Me había mudado hacía unos meses escapando de algo, de mí mismo casi seguro. Los lunes iba a un bar sobre la avenida C. Entonces empezó a pasar algo.
A los diez o quince minutos de estar sentado en el bar, se abría de golpe la puerta de vidrio. Entraba un muchacho de unos veinte años como mucho, muy drogado, sucio. Usaba unos pantalones largos de gimnasia adidas y una remera agujereada.
–Forros, los voy a matar a todos! ¡Hijos de puta! –gritaba el pibe. Señalaba a alguien, alguno de los clientes en particular, o hacia el fondo, el mostrador donde estaba el dueño detrás de la caja. Hacía una pausa, los puños crispados, la furia apenas contenida. Pasaba no sé, treinta segundos, un minuto máximo, y se iba.
–¡Pelotudos, hijos de puta! –Gritaba el pibe al lunes siguiente. Amenazaba con tirar una piedra, hacía todo el movimiento y cuando parecía que finalmente sucedería lo peor y alguien de una mesa se tiraba al piso o una mujer se largaba a llorar, dejaba caer la piedra al piso y se iba.
Así se repetía el evento, lunes tras lunes. Se notaba que el pibe estaba muy mal, daba hasta pena llamar a la policía. Pero no menos cierto era que el pibe podía en cualquier momento lastimar a alguien, a punto de estallar, apenas se contenía.
Hice lo siguiente.
Llegue al bar, pedí lo mío. Y pedí un café con leche con tres medialunas más mientras consultaba mi teléfono como si estuviera esperando a alguien. Era lunes, estaba en hora. Llegó mi pedido.
Y llegó el pibe.
–¡Los odio! –dijo– ¡Los voy a matar a todos!
Me puse de pie con el café con leche en una mano, el plato con medialunas en la otra. Lo miré, hice contacto visual, como se diga. Me acerqué, eran unos diez pasos los que me separaban de él. Apoyé el café con leche y las medialunas en una de las mesas de la primera fila.
–Sentate –murmuré–. Desayuná –me di vuelta, volví a mi mesa.
El pibe giró, se puso de frente a la puerta y se sentó, nervioso, metió la cabeza entre los hombros y probó el café con leche. Mordió una medialuna.
Todos necesitamos un desayuno caliente, que nos dejen un rato tranquilos. Eso es lo que nos pasa.