28.2.07

Rock del 146

no es que no te quiera, tenés que entender
no es que no te quiera, tenés que entender
nena tu bombacha huele como el caño de
escape
de un 146

mi amor tus abrazos, me hacen sentir bien
mi amor tus abrazos, me hacen sentir bien
pero tus axilas huelen como el caño de
escape
de un 146

(estribillo)
la ciudad está podrida
y vos también (coros)
la ciudad está podrida
y yo también (coros)

con esos zapatos, sos una vedette
con esos zapatos, sos una vedette
y los tontos que te miran
no saben que tus patas huelen
como el caño de escape
de un 146

no es que no te quiera, tenés que entender
no es que no te quiera, tenés que entender
nena tu bombacha huele como el caño de
escape
de un 146

la ciudad está podrida (coros)
y vos también
mejor me duermo una siesta (coros)
debajo de un 146


*línea 146: ciudadela norte - correo central

24.2.07

Las consecuencias de mis actos

Nunca he deseado para mí el éxito. No he corrido, que yo recuerde, tras victoria alguna. No pugno por el reconocimiento personal, y en mis sueños jamás he dejado entrar al poder o al dinero.
Lo único que me gustaría, lo único que quiero, es que las consecuencias de mis actos sean ajenas a mí. Animales con patas propias, creo que ya lo dije, dotados de la indiferencia que sólo suelen tener los terremotos o las catástrofes aéreas.

5, 10

Me llama por teléfono una mujer. Una mujer que conocí hace cinco años, o diez. Una mujer que estuvo conmigo, hace cinco años, o diez. Después la mujer se cansó y se fue.
Me llama por teléfono y me dice que se equivocó. Antes, hace cinco años, o diez. Se equivocó, dice, al irse. Ahora que ha vivido, que ha conocido muchos hombres, que ha viajado, sabe que yo soy genial, que yo soy el hombre de su vida.
Le pregunto porqué me llama.
Se hace una pausa.
Para eso, me dice, para decirme que yo soy genial, que yo soy el hombre de su vida. Le costó un tiempo darse cuenta, pero ahora lo sabe, ahora está segura. Su tono de voz es elevado y expansivo. Ríe, y yo casi consigo recordar su rostro, su encantadora sonrisa. Está contenta.
Le agradezco el llamado. Le digo: te agradezco tu llamado.
Me pregunta cuándo vamos a vernos.
Nunca, no vamos a vernos nunca más, aunque no me atrevo a decírselo.
Lo que uno desea, creo, es que alguien tome el riesgo de elegirte cuando los resultados de esa elección son difusos, poco claros. Lo demás, lo que viene después, cinco años, o diez, es experiencia.

21.2.07

Una consigna como cualquier otra

Con las mejores intenciones, y los peores resultados. Ese es mi lema, así es mi vida. Le he tomado cariño a la cuestión. No voy a hablar de tratos justos; ningún trato es justo. Pero no me parece mal.
Para todo lo demás, están todos los demás.

17.2.07

Naufragios

Están aquellos que creen que los salvará la fe. Creen, entonces, en una voluntad superior. Capaz, por ejemplo, de mover montañas. Porqué no.
Están aquellos que creen que los salvará una causa. No importa cuál sea. Un mundo más justo, tal vez. Menos hambre. Limpiarle el pico a un pingüino empetrolado, con la utilización de algodón y quitaesmalte Cutex.
Para todos los demás, para esa pobre multitud que no tiene la suerte de caer en alguna de las dos categorías anteriores, mi propuesta es manteca y mermelada. A la mañana, en el desayuno, manteca y mermelada.

*puede ser queso untable, también, en lugar de manteca.

Entre tantas

Tengo, entre tantas, una confusión específica. A saber: confundo la cortesía con la caridad, confundo la caridad con la cortesía. Funciona, más o menos, así: cuando quiero dar una propina, doy una limosna, y cuando quiero dar una limosna, doy una propina.
¿Qué significa esto?
Nada, no significa nada. Que tengo una confusión. Eso ya lo dije, al principio.

14.2.07

Mi ángulo

Hablo con gente que corre. Gente de distintas edades; gente de distinto sexo; gente de distintas nacionalidades; gente de distinto color de piel; gente de distintas religiones.
Están aquellos que corren por hobby. Están aquellos que corren porque, suponen, es bueno para la salud. Están aquellos que corren por una extraña obsesión, una extraña manía.
Dejo que la curiosidad sea mi brújula. Pregunto, quiero saber. Hago como un ciego en una habitación a oscuras, en busca de un picaporte que conduzca a una luz, una chispa de entendimiento.
Al parecer, una vez dados los pininos en la materia, el correr consiste en esforzarse, competir contra uno mismo. Uno se dedica a lo que se ha dado en llamar ‘bajar el propio tiempo’, para una distancia, cualquiera, previamente establecida. La idea que subyace es, por ejemplo, correr cinco kilómetros en cuarenta y cinco minutos. Luego, con la práctica, en cuarenta. Con el tiempo, correr los cinco kilómetros en media hora, quién sabe.
Lamento mi ángulo de percepción, como tantas otras veces, pero creo que hay una confusión lisa y llana. No sé si atribuirlo a la imbecilidad o a la impericia, pero se ha escogido la variable equivocada.
Lo que debe hacerse es justamente no fijar la distancia, sino el tiempo. Supongamos, otra vez, que se estipula correr media hora. Entonces sí, el corredor, con la práctica, debiera luchar por correr cada vez una menor distancia en esa media hora. Se trata de bajar la distancia, no el tiempo. Sepan disculpar el entusiasmo pero: ¡de eso se trata!
Si uno se esfuerza lo suficiente, llegará un momento en que, supongamos, en esos treinta minutos, pase de correr cinco kilómetros, a cuatro, a tres, hasta llegar a uno. Uno solo. Alcanzado este punto, el corredor advertirá que puede transitar el trecho caminando, que no hace falta correr en absoluto.
Es entonces cuando podrá dejar de correr, por Dios bendito, para siempre.

9.2.07

Profesional en la materia

Después de cinco años, tal vez siete, de psicoanálisis, ella me explicó que no había mejorado gran cosa. Su tratamiento, al parecer, no avanzaba. No se veían progresos.
Le sugerí que conversara la situación descripta, justamente, con su terapeuta. Me dijo que ya lo había hecho. La respuesta obtenida había sido que se trataba, en opinión del profesional en la materia, de un caso complicado. Al parecer, según dijo, estaban en la fase 1. Había que continuar, había que seguir con el tratamiento, llegar a la fase 2, supongo. El facultativo no creía conveniente hablar de plazos.
Ella quería saber mi opinión. Me dijo ‘quiero saber tu opinión’.
Le dije que tal vez, sólo tal vez, lo mejor sería intentar algo diferente, algo novedoso. Dejar que el superyo se vaya con el superello, que se vayan, juntos, y que formen una banda de jazz llamada ‘Los supernosotros’.

Allá voy

Otra vez.
Otra vez, otra vez, otra vez.
Me preguntan, otra vez, porqué el fragmento. Porqué el fragmento como forma, como lugar, como voz.
Y yo contesto, otra vez, que aquello de ‘malo pero corto’, me sigue pareciendo un trato justo, sin importar el rubro del horóscopo del que estemos hablando.

6.2.07

Encima eso

Mi fracaso es tan amplio que hay veces que me cuesta decidir por dónde comenzar a lamentarme.

3.2.07

Si lo soñé, o lo viví, o lo robé, o lo escribí

Al rato comenzó a llover. Encendí el limpiaparabrisas, pero no sirvió de nada. Entonces me di cuenta que estaba llorando.

Parrilla

Querían ir a comer. Querían ir a comer carne. Así que fuimos a comer. Fuimos a comer carne. El restaurante era moderno, muy moderno. Estaba instalado en un barrio que alguna vez, en un pasado remoto, había sido Palermo.
El barrio había mutado, o el mundo había mutado. Una extraña cepa, de un extraño virus, llamado modernidad, tal vez. En cualquier caso, fui informado que no estábamos, ni estaríamos, nunca más, en Palermo. Estábamos, así me dijeron, en Palermo Hollywood.
No quiero extenderme en los detalles. Aunque últimamente, una de las pocas cosas en las que quiero extenderme es en los detalles.
El asunto es que si hubiera sido en Palermo, nos hubiera atendido uno de esos mozos de caras milenarias, moño torcido, y una particular variedad de cuero en el lugar en donde debiera haber estado el epitelio, la piel.
Pero nos atendió una chica, muy bonita, muy mona. Veinte años, tal vez; dulces rulos para acariciar hasta verla dormirse; una sonrisa como el sol en una mañana de invierno. En una playa. La que vos quieras. Una chica para presentarle a una madre.
Pensé en eso, lo pensé, y pregunté, cosa que no hago jamás, pero pregunté qué me recomendaba para comer.
La respuesta de la chica fue la siguiente. ‘No sé. Yo estudio teatro. Soy vegetariana’.
Estábamos en Palermo Hollywood, eso ya lo dije. Estábamos en un restaurante. Más precisamente, en una parrilla.
Sin atribuirme excesivas capacidades semióticas, creo que la respuesta de la chica merece cierto nivel de desmenuzamiento.
1)’No sé’. Significa, creo, que no sabe, en el sentido amplio.
2)’Yo estudio teatro’. Significa que está trabajando de moza, pero no, de ninguna manera debo pensar que es moza. Es otra cosa. Es artista. Que yo no me de cuenta, que yo no lo advierta, me transforma en un imbécil sin retorno.
3)’Soy vegetariana’. Significa que trabaja en una parrilla pero considera que todo aquel que ingiera un trozo de carne, algo, alguna parte de algún animal que alguna vez haya estado vivo, merece el escarnio, el repudio, el desprecio por ser, ni más ni menos, que una bestia sin alma.

El resto de la velada no reviste mayores consideraciones.