Me pasó algo raro. Conocí una chica. No, eso no es lo raro, pará, sigo. Conocí una chica, Adriana. El asunto es que me quedé sin laburo, me rajaron a la mierda del banco. Y ando corto de guita, claro. Voy pagando el alquiler, me como los pocos manguitos que junté. Tampoco es que tenga grandes gastos, a mí, francamente, las pocas cosas que me interesan son chupar y coger. Sí, leer, leer también, y escribir, pero poquito, los libros te los tiran por la cabeza, ya nadie lee, los pibes quieren jugar a la playstation, y darle al twitter como desesperados. Vas a una librería de la calle Corrientes y te comprás los libros que quieras por dos mangos. Escribir es más barato todavía, una birome, y un cuaderno. Escribir no sirve para nada por lo general, pero es uno de las actividades más baratas del mundo, eso hay que reconocerlo. Si quisiera tocar el saxofón o andar en bicicleta, ahí sí que estaría jodido.
Buena piba, Adriana, para nada exuberante, con sentido del humor. Clasicona, sabe hacer milanesas con puré, coge con interés, no hace falta más nada.
El asunto es que me quedé sin guita y decidí volver a vivir a lo de mi vieja, para ahorrarme el alquiler. Hasta que consiga algún laburito como la gente.
Pero entonces, ¿cómo hago con Adriana? Para coger, digo. Porque la mina se banca que un hombre la lleve a comer a una parrillita de mala muerte, pero ir a coger a un telo de San Cristóbal, donde ves saltar las pulgas en el acolchado, eso no. Eso le quita las ganas a cualquiera.
Adriana es enfermera. No sé si es enfermera, quiero decir, toda la carrera, o hizo un curso. Trabaja por encargo, cuida ancianos a domicilio, gente que no se puede mover o que tuvo un ataque o un accidente, gente que está al borde de la muerte o muy enferma.
Le sirve, a Adriana, le pagan bien. Me dijo que estaba cuidando a un viejo, pobrecito, el hombre estaba cuadripléjico, en silla de ruedas. Ni hablar podía. Estaba, el viejo, en un departamento por Núñez, la familia del tipo se iba todo el fin de semana, al country. Quedaba sola, Adriana, desde el viernes a la tarde hasta el domingo a la noche, con el pobre viejo.
Le tenía que dar de comer, Adriana, dos veces por día. Y bañarlo, una vez por día, nada más. El resto del día el viejo dormía, o Adriana lo sentaba cerca de una ventana, para que mirara un poco. Y la televisión, claro.
–Venite –me dijo Adriana–. El viernes, después de las nueve de la noche. Cenamos algo, estamos un rato juntos.
–¿Te parece? –Me dio la impresión que no correspondía ir a la casa de otra persona, sin que los dueños supieran.
–Sí, tonto –dijo Adriana–. Estoy sola, el pobre viejo no puede ni hablar, no pasa nada.
Fui. Adriana hizo ravioles, tomamos vino. Un departamento de puta madre. Ya le había dado de comer al viejo cuando yo llegué, y lo tenía sentado en el living, en la silla de ruedas, frente al televisor con el volumen bastante alto.
–Este es un amigo que vino a visitarme, don Emilio –dijo Adriana, cuando llegué. El viejo ni me miró. Parecía concentrado, y casi dormido a la vez. Las piernas cubiertas por una colorida frazada.
La hago corta. Nos pusimos a ver la televisión, en el sillón, y empezamos a besarnos. De ahí a coger hubo medio paso.
–Pará –dije, mientras Adriana ya estaba en bombacha y corpiño– ¿Y éste? –señalé al viejo.
–No pasa nada –se rió, Adriana, y subió más el volumen del televisor.
Genial. Absolutamente genial. La mejor experiencia sexual de mi vida. Adriana, en medio de la faena, se paró, y movió la silla de ruedas, puso al viejo apuntando hacia nosotros. Me calenté como nunca. El viejo nos miraba coger, con una mezcla de estupefacción e interés. Me pareció que le caía un poco de baba.
El mejor sexo de mi vida, como te dije. Adriana no paraba de acabar. Acababa y se reía, ‘mirá cómo estoy dejando el parquet’, decía, y volvía a acabar. Me eché tres polvos, no cogía así desde la adolescencia. Una cosa de locos.
Lo que te quería contar es que a partir de eso empezamos a coger en geriátricos, en las salas de terapia intensiva de los hospitales, en cumpleaños de setenta y cinco. Cogemos delante de viejos que nos miran. Por lo general nos contratan de los geriátricos, como te dije. Hemos cogido también, a pedido, en salas de velatorio, al lado del cajón del muerto.
Somos una especie de espectáculo. Dicen que para los viejos es terapéutico, ver coger. Mejor que cantar en un coro, o jugar a las cartas. Tuve que contratar un par de parejas más, porque no damos abasto con las fechas. Estoy ahorrando dinero, cojo como nunca en la vida.