30.10.08

Esperanzas, excusas, eh

Si durante un viaje en subterráneo se cierran los ojos, se tendrá oportunidad de escuchar una ensalada de conversaciones donde alguien, no importa quién, le cuenta a alguien, no importa quién, porqué está ahí pero no debería estar ahí, porqué estuvo a punto de hacer algo maravilloso, un golpe de suerte, un negocio, algo que cambiaría su vida por completo y para siempre. Porqué le falta recibir una mercadería, encontrarse con una persona, hacer un llamado telefónico, y entonces ya no lo veremos en esa situación, no lo veremos en el subterráneo, nunca más.
Las prostitutas, mientras fuman un amargo cigarrillo entre cliente y cliente, mantienen conversaciones parecidas.
Los que trotan en los parques, le dicen a su ocasional acompañante que se trata solamente de dejar la mayonesa, tomar menos coca cola, o comer una mandarina en el desayuno, y entonces sí, sus cuerpos cambiarán definitivamente.
Me pregunto qué sería de nosotros si no pudiéramos hablar de lo que no salió nunca, de lo que nos salió mal.

27.10.08

Si me dejás me mato

Ella me dijo que se iba a matar y sujetó el tenedor de copetín para atravesarse el corazón pero se dio cuenta que estaba manchado con el aceite de las aceitunas y lo volvió a dejar sobre el plato.
Ella me dijo que se iba a matar y tomó mi birome para clavársela en un ojo pero se dio cuenta que la birome era una birome azul y ella hubiera preferido una birome verde.
Ella me dijo que se iba a matar y agarró el vaso de whisky para partirlo sobre la mesa y tener con qué cortarse las venas pero se dio cuenta que si rompía el vaso iban a volar vidrios por todas partes y entonces iba a tener que barrer antes de matarse.
Entonces ella me dijo que lo venía pensando también, lo mejor era que nos tomáramos un tiempo.

24.10.08

Yo no quiero tu paraguas

Cada vez que llueve, en las calles del centro, surgen, de la nada, como duendes, los vendedores de paraguas.
Este hecho puede parecer trivial y pasar desapercibido al ocasional transeúnte. Pero no a mí.
Es muy triste y es muy grave. Casi toda la maldad del género humano está ahí. Es el cromosoma de lo peor, es el adn de lo vil. Es alguien que pide revancha, que sonríe pura y exclusivamente por la desgracia ajena, que es tu desgracia, es alguien que aguarda agazapado, en la penumbra, masticando odio, esperando el momento, ese precioso momento de patearte en el piso, porque necesitás algo que yo tengo y me lo vas a tener que pagar.
Entonces me paro, a dos o tres metros del vendedor de paraguas, bajo la lluvia, y el vendedor de paraguas busca el contacto visual y esboza una levísima sonrisa capaz de asesinar a una yarará, porque el mundo está funcionando tal cual lo imaginó.
Pero yo no me muevo, no avanzo, no pregunto el precio de tu maldito paraguas.
Me quedo bajo la lluvia, estoy muy quieto, tranquilo, mientras el vendedor de paraguas no sonríe más, mira a los costados como si le estuviera sucediendo algo tremendamente injusto, buscando la falla, el desperfecto de su infalible mecanismo.
Las gotas me caen por el rostro y se pierden entre los pliegues de mi ropa. Me mojo hasta los huevos. Es genial.

21.10.08

Solución de esquina

Son las siete de la mañana, algo así, en ningún caso más de las ocho. Camino por mi barrio, por una cuadra cuyo nombre preferiría no mencionar. Delante de mí, yendo en igual dirección, camina una pareja. Van de la mano. El hombre puede tener treinta años, treinta y cinco tal vez, y no hay un solo rasgo distintivo en él. Peinado hacia el costado, como si lo hubiera peinado la mamá para ir al colegio, y no hubiera sido necesario volver a peinarse jamás, dudar de ese orden establecido. Sus ropas son grises o celestes, la atonía, reflejan la ausencia, entre otros rasgos distintivos, de personalidad. Es delgado, algo inclinado hacia delante, por una ignota vocación de mirar el piso que le viene de muy lejos, y nada más.
Ella tiene demasiados lunares en los brazos, y la piel apagada, gris, como si hubiera estado demasiado expuesta a impiadosos caños de escape de malévolos colectivos. No hay nada en sus formas que llame al deseo, de un flaco triste y amorfo, sin caderas ni tetas, nada para imaginar. Los dedos de sus pies no merecerían ser tocados por una mano humana, jamás. Lleva los labios pintados, apenas, de un rosa pálido, un color que debiera ser arrancado de la paleta de colores, un rosa con el que he visto pintado el frente de algunas casas de playa en lugares demasiado ordinarios, lugares que prefiero olvidar.
Van de la mano, ya lo dije. Se detienen en una esquina a esperar el cambio del semáforo, y yo me acerco y miro esas dos manos juntas. Hay una fuerza ahí, que los sostiene, en medio de un fracaso cotidiano, una tempestad de generalidades que moverá el precario bote de sus vidas hasta hacerlo naufragar.
Hay una fuerza en esas manos que me conmueve de una forma que no creo poder explicar.

18.10.08

Contemplando el ave

El ave se mantenía suspendida con las alas desplegadas, y por un momento pareció que flotaba, indolente, en lo alto, circunvalando una nube. Todos nosotros mirábamos desde el bote, pero costaba mantenerse así, por el sol, que parecía ejercer un curioso efecto sobre el plumaje del ave, nimbándola de un dorado desconocido, otorgándole un tornasolado de un lila todavía no inventado.
Entonces el ave, que había permanecido inmóvil, como si se hubiera desenganchado del cable que la sostenía, inició un vuelo de flecha, una caída libre a una velocidad impensada, hasta impactar contra la superficie del mar, para emerger inmediatamente después, sin que ninguno de nosotros hubiera alcanzado a finalizar su correspondiente interjección del más puro estupor, para emerger entonces, decía, con un pequeño pez, un plateado y corcoveante tesoro enganchado de su diestro pico, y perderse ahora sí, huir hacia la isla.
Un matrimonio de turistas austriacos, algo mayores, vestidos con atuendos que sólo un austriaco creería que se deben llevar en vacaciones, aplaudió la maniobra. Una mujer oriental, entendiendo por oriental rasgos faciales no occidentales, ojitos achinados si es preciso enchastrarse en el detalle, alcanzó a disparar su cámara fotográfica unas diecinueve veces, eternizando la secuencia. Alguien dijo ‘¡bravo!’
Circunspecto, encendí un cigarrillo y me alejé hacia un costado de la embarcación, sumido en profundas cavilaciones.
Las veces que había llevado a cabo idénticas maniobras en el ámbito laboral, había sido objeto de las acusaciones más variadas.

15.10.08

Sobre mí

Cuando se conoce a una persona del sexo opuesto, por lo general, en ese extraño y particular aleteo que se ha dado en llamar ‘seducción’, se procede a realizar un despliegue de capacidades impostadas, una exhibición de catálogo de prodigios, como un hábil prestidigitador que derrama los naipes sobre la mesa, de una manera tan elocuente como eficaz, aprontándose para la fantasía.
En mi caso particular, sin excepción, sin esfuerzo, me preocupo en alumbrar con un impiadoso foco lo peor de mí. La bestia que soy, el monstruo que me habita, el menú de barbaridades de las cuales, lo lamento, soy capaz.
Para entonces, poco tiempo después, cuando todo fracasa, cuando aflora el rencor, el odio puro como una piedra, la indómita sensación de haber desperdiciado el tiempo de una manera absurda con tan despreciable y porqué no ridículo animal, hay algo más fuerte y más alto que se impone por encima del profundo desprecio hacia la maldita alimaña que tienen enfrente.
Es la vergüenza de haberlo sabido todo, desde el vamos.

12.10.08

Argumental

Que todo el mundo tiene razón es un dato de la realidad. Cualquier salame puede explicar porqué hizo lo que hizo, porqué sus actos están recubiertos de la pomada de la más rotunda justificación.
No importa lo que subyace, si es amor, crimen, o traición. Todo tuvo un sentido, una causa, una estructura ósea hecha de puro razonamiento.
Será por eso, tal vez, que me enamora mi fracaso. Es algo que no consigo entender.

9.10.08

Otro iceberg

La figura legal del ‘hurto famélico’, en la legislación de nuestro país, es aquella, para resumir, esta no es una conversación entre abogados, esto no es un tribunal. La figura contempla, decía, el estado de necesidad extrema, el que roba para comer, y es en tal sentido que la ley se humaniza, la ley entiende que el sujeto en cuestión era movido por fuerzas muy superiores a la mera voluntad, a su capacidad de comprensión y raciocinio. Se torna entonces algo difusa esa línea de tiza encargada de marcar, de separar, el bien del mal, lo permitido de lo prohibido.
Y yo, es probable que te haya manoseado un poco el culo, con inusitado frenesí, y estamos en un medio de transporte público, y no nos conocemos. Pero me parece a mí que te quedás con la espuma de los acontecimientos, dejás pasar una exquisita oportunidad de discutir temas mucho más profundos, temas que hacen a la interpretación jurídica de las conductas y los comportamientos humanos, temas que vale la pena analizar.

6.10.08

3D

Cuando alguien sufre un desmayo, un desvanecimiento, ya sea por un accidente de tránsito, una contusión durante un evento deportivo, exceso de calor, no importa la causa. Cuando llegan los enfermeros, cuando la persona es asistida, cuando se la hace reaccionar a través de un procedimiento de rutina, una de las primeras cosas que se intenta es verificar, mediante la observación de algunos signos, mediante unas sencillas preguntas, que el sujeto entiende, sabe, quién es, dónde está. Es así como se asegura que la persona está bien, en tanto ha recuperado su percepción espacio-tiempo.
A mi juicio el análisis peca por defecto, y no es posible, recurriendo a tan sencillo aunque efectivo procedimiento, verificar que la persona ha vuelto a su estado habitual.
Falta hacerle una pregunta referida a la guita. A la plata, al dinero. Cualquier pregunta: si tiene, mucho o poco, si ahorró, cuánto gana, de qué vive, si cree que será capaz de pagarse los medicamentos en la vejez, si juega a la lotería o espera una herencia, algo bien general.
Porque las dimensiones para deambular por el planeta tierra son espacio, tiempo, y dinero. Si no entendés eso, si no entendés de qué se trata, lo mismo da que te incorpores o te quedes echado sobre el pavimento, lo vas a pasar remal.

3.10.08

Un poco de fuego, un poco de hielo

‘Unos dicen que el mundo terminará en fuego, otros dicen que en hielo’, decía Robert Frost en un poema muy hermoso que he leído alguna vez, un poema conocido por todos aquellos que escriben poesía, o leen poesía, que son más o menos las mismas personas. ‘Fire & ice’, se llamaba el poema, y recuerdo haberlo leído de un libro que traía una recopilación de poesía norteamericana, desde Ezra Pound hasta W. C. Williams. El libro estaba demasiado estropeado y con algunas hojas sueltas, y yo lo llevaba a los bares como un preciado tesoro y leía los poemas en el idioma original primero, y luego la traducción, para decir después genialidades como ‘la poesía hay que leerla en el idioma original’. El libro me lo había regalado un amigo de esa época, JC, que primero pensó en ser filósofo y después pensó en ser economista y después pensó en casarse y después pensó en matarse y después no pensó más.
En medio de la locura que implica una mudanza encuentro el libro de tapas todavía verdes, y sonrío. Porque pienso qué lejos nos ha llevado a todos esta tormenta, y porque pienso que el poema sigue siendo muy hermoso, pero el Señor Frost se equivocó, porque el mundo no terminará ni en fuego ni en hielo, sino en boludos, se llenará de boludos y eso será todo. Los fenómenos climáticos son anécdota.

*Como siempre, como de costumbre, el sarpullido de la soberbia hace que uno crea que tiene para decir algo importante. Como hacia una mujer por la que se experimenta algún cariño, uno insiste en ver belleza en las propias palabras, pero estamos en presencia de alguna forma de esfuerzo mucho más que de amor.
Ya que vinimos hasta acá, ya que estamos, leamos el poema de Frost.

Unos dicen que el mundo terminará en fuego,
otros dicen que en hielo.
Por lo que he gustado del deseo,
estoy con los partidarios del fuego.
Pero si tuviera que sucumbir dos veces,
creo saber bastante acerca del odio
como para decir que en la destrucción el hielo
también es poderoso
Y bastaría.