30.6.07

Una llamativa y particular forma de soledad

Las veces que me hallo en el extranjero, fuera del país, por circunstancias demasiado inconcebibles para mí como para merecer un más sesudo análisis. Las veces que me hallo en el extranjero, decía, experimento una llamativa y particular forma de soledad hecha de verme obligado a deambular por una geografía ignota, hablar un idioma diferente.
Despojado de mi herramienta natural de expresión, sin coordenadas espacio-temporales de referencia, soy otro, me diluyo, soy nada. Un pánico me aterra: el de no poder hacerme entender; el de no lograr tomar un café; el de no poder volver a casa.
Puedo explicarlo, pero no tiene explicación. Es racional, y no es racional.
Agréguese que me está sucediendo lo mismo, casi lo mismo, cuando bajo a tomar un café, acá, a dos cuadras de casa.

Derecho de autor

Qué no daría yo por ver cómo te secás el cabello con una toalla verde, recién salida de la ducha, temblorosa, mientras entrás a la cocina y dudás, por un instante, si convendría encender la hornalla para preparar té, antes o después de ponerte la bombacha.
Qué no daría yo por recordar esa escena, en lugar de tener que inventarla.

27.6.07

Cliente difícil

La prostituta sentada frente a mí, está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero. Así lo manifiesta.
Tras convenir una tarifa adecuada, y cumplir con el arcano rito de pagar, le comunico mi único deseo: que sonría.

23.6.07

Preguntas y preguntas

Cuando veo que se interroga a un niño con las clásicas preguntas acerca de si quiere más a la mamá o al papá, o qué quiere ser cuando sea grande, me indigno. Son preguntas que yo mismo no podría responder en este momento.

Fe

Por motivos tan absurdos como azarosos, quedo en posición de circunstancial y semioculto observador de una mujer que se dedica a tareas de limpieza en un salón. La mujer se halla limpiando una estatua. La estatua es de hierro. La estatua es de tamaño natural. La estatua es de un hombre. El hombre está desnudo, no importa si con un bandoneón o empuñando una espada; no importa qué conmemora; desconozco qué representa.
Tras utilizar un trapo con un líquido para limpiar los brazos y las piernas, y la espalda, y el rostro, la mujer retrocede un paso y observa la estatua. Se dedica entonces, con especial delicadeza, a limpiar los testículos de la estatua. Por un momento, he podido ver que la mujer, con infinita ternura, ha sopesado los testículos en una de sus manos, a través del trapo. La mano ahuecada, el movimiento apenas circular, la ínfima presión, la mirada de la mujer, su concentración en la tarea, su cuidado.
Estas son las cosas que renuevan mi fe en el sexo femenino.

20.6.07

Toxicología

El problema con la felicidad acontece, se desarrolla, como con cualquier otra sustancia. Uno comienza por una sana inquietud, una genuina curiosidad. Luego, sin mediar demasiado tiempo, uno se transforma en un consumidor social. Ahí nomás, sin fanfarrias ni clarines, se pasa al exceso. Uno se vuelve un adicto. Es entonces cuando, en un resquicio de lucidez, uno toma conciencia que deberá emplear la totalidad de las restantes energías, el mayor de los esfuerzos, en dejar el hábito.
Porque la felicidad también te mata.

16.6.07

Confusión o delirio

El sujeto que ha logrado cierto éxito económico, suele adolecer de alguna clase de confusión o delirio que lo lleva a creerse superior a sus semejantes. Siente, el sujeto, que el status alcanzado no viene a ser otra cosa que el merecido reconocimiento a una particular mezcla hecha de su esfuerzo y sus capacidades. Siente, el sujeto, que merece consideración y respeto; porqué no alabanzas. Lo que le sucede, en ningún caso es producto del azar. Está ocurriendo lo justo, lo que corresponde, lo apropiado.
Esta forma de pensar, esta exudación de suficiencia, genera cierto escozor e irritabilidad en quienes lo rodean.
Pero el sujeto, en su nuevo estado de situación, puede pagar la cena de todos los presentes. Eso ayuda.

Feliz, feliz en tu día

Al cumplir años se toma conciencia que la muerte, de manera infinitesimal o a paso de golfista, se aproxima. Se alcanza a comprender, sumergido en un aceitoso estupor, que aquello que alguna vez fue futuro potencial y promisorio ha mutado en pasado remoto ante los propios ojos, de manera inadvertida. Se entiende la existencia de lo que podríamos denominar la finitud, la decadencia, la caída.
Si logra uno sobreponerse al inconcebible peso de estas piedras argumentales, también se puede observar que uno casi no ha recibido salutaciones ni regalos. A lo sumo, alguna chuchería.
Se advierte entonces una curiosa duplicidad: la gente que conozco podría, sin excesivas complicaciones, prescindir de mi existencia; y encima están en la lona.
Una macana, che.

13.6.07

O Fontina

Me encuentro en un supermercado, capricho del azar, con una chica que concurrió conmigo a la escuela primaria. A sexto grado, creo, o es así como lo recuerdo.
Yo estaba de pie junto a la góndola de los quesos. Estaba mirando los quesos; fue entonces cuando ella se acercó empujando su carrito y me saludó.
Se llamaba Andrea. Se sigue llamando Andrea. Recuerdo haber estado profundamente enamorado de ella; tan profundamente como puede estarlo un chico de once años. Recuerdo con absoluta claridad su cuello y su sonrisa y su peinado con dos colitas vibrátiles como antenas. Yo no podía apartar mis ojos de esas colitas.
En un momento, recuerdo, le pregunté si quería ser mi novia, con la única finalidad de caminar una cuadra de la mano. Me respondió que ya era la novia de Martín, o que iba a serlo; he borrado algunas cosas de mi mente para poder seguir adelante. En cualquier caso, me respondió que no.
Ahora se muestra amigable y predispuesta. Me cuenta que tiene dos hijos, me cuenta que se divorció. Me cuenta que el país está difícil, que hay mucha inseguridad, que subieron los precios, que hay inflación.
Se ofrece a darme un teléfono para que la llame, para tomar un café, para ir a comer, para que nos veamos. 'Qué suerte que nos encontramos', me dice.
Pero yo quise conocerla, y que camináramos de la mano, cuando tenía once años y ella usaba su peinado con dos colitas. Ahora, Andrea, prefiero este pedazo de queso Roquefort.

9.6.07

Pocas chances

El noventa y siete por ciento de la gente que me cruzo en mi cotidiano y particular via crucis, están absoluta e irremediablemente tristes. Esto significa que, de cada cien personas con las que me cruzo, con las que intercambio un saludo, una mirada, una palabra tal vez, sólo tres no tienen la superficie dérmica total y absolutamente cubierta de un fracaso, una tristeza, un rencor, que ni el mejor detergente y el mejor empeño alcanzaría a lavar.
Esto te deja pocas, ínfimas chances de ser una persona interesante para mí.
Así que la próxima vez que me saludes, que me sirvas un café, que me preguntes la hora, que intentes venderme un reloj o darme un beso, mi sugerencia es que hagas lo mejor que puedas. Esmeráte.

El fuego y la rueda

Viendo el documental sobre los orígenes de la humanidad, las civilizaciones antiguas, su evolución, se me ocurrió hacer un comentario, nada original, sobre la importancia trascendental que habían tenido cosas que hoy se dan por sentadas, como si hubieran existido desde siempre. Hice mención, para ser más exacto, al descubrimiento del fuego, a la invención de la rueda.
Ella no tenía demasiado para decir al respecto, pero me escuchaba con genuino interés. Sabía que de un momento a otro se mencionaría el dinero.

6.6.07

Mágico, estupendo, maravilloso

Hago regalos. Hago regalos sin que medie aniversario ni cumpleaños alguno. Hago regalos sin que haya nada que festejar. Hago regalos, incluso a gente que no conozco demasiado, a gente que tal vez no vuelva a ver. Nunca más.
Pero no, no hay una pizca de altruismo en mí. Ni bondad, no lo creo. Ni, mucho menos, caridad. Tales sentimientos, me temo, no vinieron con mi dotación genética.
Sucede que me gusta que la gente se sorprenda; que sientan que algo mágico, algo estupendo, algo maravilloso, puede sucederles en cualquier momento, así, sin explicación y sin motivo.
Porque no es verdad.

2.6.07

Electricidad

Recuerdo hechos, sucesos, algo tristes, que me han acontecido, y los recuerdo, curiosamente, con una sana alegría. Recuerdo también cosas alegres, cosas felices que me han pasado, pero el recuerdo viene a mí con un regusto amargo.
Tal vez una de las venganzas del tiempo, casi infantil, consista en alterar la polaridad de lo ocurrido.

Génesis

porque de chico quise Nesquik
y me dieron Zucoa
todo este fracaso está
justificado.

porque de chico quise Nesquik
y me dieron Nescao
todo este resentimiento, este rencor,
este deseo de revancha que me mastica
la sangre
es admisible.

porque de chico quise Nesquik
y me dieron Vascolet
son estas ganas de escupir, de morder,
de apretar, de patear, de meter los dedos.
de hacer daño.

porque de chico quise Nesquik.
¡Nesquik!
y me dijeron que era igual,
que era lo mismo.

pero me dieron otra cosa.


*Creo, insisto, que este poema es importante.