29.8.07

Sol

No tengo nada contra los lentes de sol. Me gustan los lentes de sol. Considero los lentes de sol un adminículo interesante, un frasco inofensivo de la personalidad, una medida de coquetería y protección ante el mundo que nos circunda.
Lo que me cuesta entender es que la gente los utilice para deambular por la vía pública, para desplazarse en cualquier medio de transporte, para pasear en lugares de veraneo.
Yo creo que los lentes de sol, su utilización, pertenece al más estricto de los ámbitos privados.
Se deben utilizar para coger, for example.

25.8.07

Original

Aquí te traje la rueda y el fuego y la penicilina y el sistema de precios y un poema y un whisky y un chocolate y una carcajada y una sinfonía y un paseo de la mano y un plato de fideos.
Quería regalarte la civilización.

La zeta de Zorro

V. me pide que la acompañe. Debe dejar a su hija en el colegio, han organizado una fiesta de disfraces. Después de dejar a su hija en el colegio, dispondrá de cuatro, cinco horas tal vez, para que vayamos a cenar, para que juguemos a inventar un sucedáneo del amor.
Así que entramos al colegio. V. de la mano de su pequeña hija, que debe tener siete años, o nueve, y yo tres pasos por detrás, acompañando a distancia, como quien teme ser involucrado en algún malentendido de esos que pueden durar una vida.
La hija de V., que se llama L., va disfrazada de pirata, y está tan feliz como sólo un niño puede estarlo. Lleva puesto un pañuelo rojo, atado con un nudo, que le cubre por completo sus dorados bucles, un amplio cinturón en el que lleva enganchado su cimitarra de plástico fluorescente, y un parche que le cubre un ojo.
Está orgullosa de su disfraz, y ya en el centro del patio lucha por soltarse de la mano de su madre para poder así perderse con sus amigos en un fantástico mundo lleno de piratas, panteras rosas, astronautas, conejos y algún sapo desteñido de un metro y medio de altura.
V. intenta darle las últimas instrucciones, recordarle a qué hora pasará a retirarla, señalarle a la profesora que ha tomado posición en un improvisado mangrullo, infinitamente aburrida, encargada de tocar un silbato ante fracturas, incendios, intentos de violación masiva, o lo que sea que hayan inventado los niños para divertirse.
Con las manos en los bolsillos, miro alrededor. Algunos padres espían a sus hijos que se empujan en el centro del patio. Los chicos corren y gritan, y los disfraces van perdiendo pedazos hasta transformarse en un todo indiferenciado y colorinche. Hace mucho calor.
Revuelvo los cajones de mi memoria, intentando hallar una fiesta de disfraces en mi pasado, pero los recuerdos se ponen sombríos, y decido correr una cortina color borravino de mi mente y seguir, ir a cenar, acostarme con V., pasar un buen rato.
Entonces veo a un chico. El chico ha intentado acercarse a un grupo de chicos en el centro del patio, pero curiosas y enigmáticas fuerzas lo van alejando, repeliendo. Nadie le habla, nadie quiere hablar con él. Es un obstáculo más que debe ser sorteado. El chico es un poco más alto que sus compañeros, y gordo. De esa gordura masiva, sucesivas capas de piel en cascada, dedos cortos, rodillas del tamaño de melones, cráneo demasiado ancho para sus hombros, y orejas de un rojo inapagable. Usa pantalones cortos, y un sombrero negro hecho de cartón, que es demasiado pequeño para su cabeza y ha dejado caer hacia atrás, sobre su espalda, sostenido por un piolín que se pierde entre los pliegues de su cremoso cuello.
Está, como dije, en shorts y remera, por sobre la cual le han puesto, a modo de capa, una bolsa negra de residuos, atada al cuello. Sobre la bolsa alguien, un asesino piadoso, un dulce criminal, ha intentado con tres trozos de cinta adhesiva fabricar una desarticulada ‘Z’, que parece ir despegándose pero no termina de despegarse y cuelga, exangüe. El niño ha sido provisto también de una espada que se ha perdido en alguna parte, menos la empuñadura de plástico amarillo, que aprieta en un puño como si le fuera la vida en ello.
Las pocas personas que se dirigen a él, un adulto con sonrisa de durlock, algún niño a la pasada, lo hacen diciendo una sola palabra. La palabra es ‘gordo’.
Y ahí está el gordo, con su espada y su capa que parece quedar suspendida en el aire por un segundo más cada vez que se mueve y sus cachetes rosados y sus ojitos pequeños congelados en una mirada que da miedo, afuera para siempre de todas las fiestas de este mundo sin que nadie comprenda que lo que está sucediendo es más triste que las guerras, más cruel que los terremotos.
–¿Cómo te llamás? –Le pregunto.
–Manuel, Manuel –repite y aprieta los dientes–. Manuel.
Y me voy a quedar acá, en el medio del patio, abrazado a Manuel que se deja abrazar y lanza un suspiro que va a durar toda una vida, apretándolo tan fuerte hasta que él o yo tengamos ganas de respirar una vez más, abrazado al zorro, de rodillas, y nos vamos a sentar en el piso, y voy a llorar toda la noche, voy a llorar hasta que pase algo.

22.8.07

Quien quiera oír, que haga silencio

Siguiendo con la sesuda búsqueda e interpretación de mensajes ocultos en las emblemáticas letras compuestas por los inobjetables íconos del rock nacional, me permito analizar la siguiente estrofa que pertenece al tema ‘ya morí’, de los genéticamente stonianos ‘Ratones Paranoicos’.
La letra versa, más o menos, así (sepan disculpar si desafino un poco al escribir):

‘…toda esa pobre gente
los que se mueren de repente
espero que ahora estén mucho mejor’.

El análisis llevado a cabo con equipos de la más compleja tecnología, y con un grupo de expertos en semiótica formados en la F&A University (Fileto & Albahaca University, Idaho, Estados Unidos), bajo la brillante conducción de quien esto escribe, permitió obtener el siguiente resultado.
Lo que la canción en verdad dice, lo que el autor, o los autores, desean manifestarle a toda esa juventud tan voluntariosa como extraviada, y porqué no polivalente, es lo siguiente:

‘…toda esa pobre gente
los que la reman sin statement
espero que tengan caloventor’.

El rocanrol tiene sus vericuetos, que de ningún modo escapan a este equipo de agudos investigadores.

18.8.07

En tránsito

Cuando uno se halla en un aeropuerto, cuando uno ya ha hecho los trámites para abordar un avión, y sólo queda esperar una instrucción, un llamado, se adquiere un status que se ha dado en denominar ‘en tránsito’.
Uno deja de ser; uno es mercancía que debe ser transportada. Uno debe llegar a, volver de, alcanzar, escapar, retornar, seguir.
En lo que a mí respecta, la sensación es la despersonalización más absoluta que yo pueda imaginar.
Sólo superable por la sensación del que aguarda sobre una camilla, para ingresar a un quirófano.

Un faro, una brújula

Soy consultado, me consultan, por motivos que desconozco, por motivos que ignoro, sobre qué filósofo sería conveniente leer. Si Schopenhauer, si Kierkegaard, si Novalis, si Spinoza.
Juego por un instante con el tenedor, remuevo los restos de salsa que han quedado en mi plato, la salsa está fría, encuentro un pequeño trozo de aceituna negra.
Sugiero entonces comenzar por la lectura de los precios en la góndola de los vinos de cualquier supermercado de barrio. Y escoger, sin dudarlo, un vino de más de veinte pesos.
Las honduras filosóficas, los cambios de paradigma, las dudas existenciales, vendrán de visita, sin esfuerzo, con la luz apropiada, a la hora debida.

15.8.07

Vivir sin mí podría ser una disciplina olímpica

Esa mujer llama tres veces por semana, para decirme que puede vivir perfectamente bien sin mí.
Y es bello sentirse imprescindible. Aún en esa forma.

11.8.07

Así

Entra una mujer al bar, y me da un puñetazo en el rostro. No ha dicho nada; todo sucedió demasiado rápido.
Una gota de sangre de mi nariz cae sobre el pocillo de café. Mi sangre es roja.
La mujer no me conoce, estoy seguro, no la he visto en mi vida. Tengo buena memoria.
Desde los tiempos antiguos los poetas han escrito que el amor es algo que te sucede, así nomás, sin explicación. Supongo que lo mismo vale para el odio.

Mientras aguardamos que tu vida cambie

Cuando alguien, por ejemplo un domingo, lee su horóscopo, ese alguien desea encontrar, en su futuro, algo diferente a su presente. Desea descubrir que una sorpresa lo aguarda a la vuelta de la esquina. Algo mágico, maravilloso tal vez, algo que lo haga sentir una persona distinta.
Mas le valdría entonces, a mi modo de ver, leer el horóscopo de otro.

8.8.07

Mecanismo

Si se deja de utilizar un reloj, el reloj se pone mustio, cambia de color, se marchita. Hagan la prueba de guardar un reloj en un cajón por un mes, y luego observen los cambios que ha experimentado en su composición, en su estructura intrínseca.
Deduzco sin esfuerzo que la potencia del mecanismo reside en el daño que ejerce sobre su portador. El goteo del tiempo sobre un organismo vivo.
Arriesgándome con la genialidad de una metáfora, podría decir que un reloj tiene cualidades de murciélago, de vampiro.
Se puede también hacer la prueba de guardar un murciélago, durante un mes, en un cajón.
Y después preguntarle la hora.

4.8.07

Diferentes venenos

En el programa de televisión, hay un hombre con unos bigotes tipo manubrio, y un simpático sombrero. Al parecer, el hombre ostenta el curioso cargo de ser experto en víboras. El hombre se dedica a meterse en la selva y perseguir serpientes. Las encuentra, no sé cómo pero las encuentra. Las obliga a salir a la luz, a dar la cara. Las golpea con una rama, pero con cariño. Les habla. Las agarra con una mano. Explica los hábitos de cada tipo de serpiente. Habla sobre los diferentes venenos. Agarra los bichos de la cola, obligándolos a mirar a la cámara.
Y descubro que me he incorporado en la cama, y estoy deseando que una víbora pique al sujeto, que muestre su cuota extra de velocidad y lo muerda, que le deje una mano del color azul de metileno, que le arranque una pantorrilla de un mordisco.
Descubro que estoy deseando que eso suceda con una intensidad que yo creía olvidada, o más aún, desconocida.

Homenaje

Acodados en la barra de un bar, porqué no, otra vez. La madera, la penumbra, el humo azul, el sopor, el estado de sana reflexión que sólo más de dos whiskys pueden dar. El sinsentido que flota en el aire como un halcón amaestrado.
A mi lado, el poeta, el sabio, el librepensador, el amigo. Paul Maker. Juega con dos dedos a patear un maní sobre la barra de madera oscura, como si se tratara del partido de su vida.
De pronto una mujer situada en una de las mesas, se ha puesto de pie y abandona el local. Lleva un jean ajustado y hace taconear sus botas de color morado. El cabello se mueve, apenas, sobre sus hombros. Ella aprieta su diminuta cartera bajo un antebrazo. Su culo es redondo y firme. Un culo para dejarse llevar a dar una vuelta en culo. Un culo para abandonar las más íntimas convicciones. Un culo para soñar y soñar.
–Me estoy cogiendo encima –dice Paul Maker tras haber seguido con inusitado interés el trayecto de la mujer. Después levanta su vaso, indicando al barman que precisa otro whisky–. Y más maníes.

1.8.07

El esperador

esperar, esperar, esperar,
el 89% de la vida
es esperar.

yo soy el que espera
en un aeropuerto
para volver a ninguna
parte.

yo soy el que espera
en un hospital
que un médico diligente
y exhausto
salga de un quirófano,
sonría,
y me diga que alguien que
no conozco
se va a salvar.

yo soy el que espera
en un bar
que empujes esa puerta
con tu gorro de lana
y tu sonrisa eterna
y jures que me estuviste
buscando
desde que terminaste la secundaria.
mirá dónde nos venimos a encontrar.

esperar, esperar, esperar,
o hacerse fanático de un deporte absurdo,
o tener un comercio, que compre y que venda,
o aceptar un baldazo del más puro fracaso
a la manera tradicional.