Desde que he dejado la adolescencia, desde que he ingresado, por decirlo de alguna forma, en la vida adulta, suelo sentarme en un bar, cualquiera, y fantaseo. El objeto de mi fantasía es lo maravillosa que podría ser mi vida con sólo intentarlo, o con un golpe de suerte, según el caso. Liberarme de mi asquerosa rutina como un elefante que se sacude y ruge o brama o como corno se llame el sonido que hace un elefante cuando se sacude. Liberarme, decía, y dedicar mi vida a hacer cosas maravillosas que siempre hacen otros. Dedicar mi vida, entonces, a ser otro.
Pero si fuera otro, estoy seguro, desearía ser el sujeto sentado en la mesa de un bar, con su cuaderno de tapa dura y su birome, el sujeto que mira por la ventana y fantasea con despreocupación, acerca de todo lo que no será jamás.
Pero si fuera otro, estoy seguro, desearía ser el sujeto sentado en la mesa de un bar, con su cuaderno de tapa dura y su birome, el sujeto que mira por la ventana y fantasea con despreocupación, acerca de todo lo que no será jamás.