24.11.07

Ni sano, ni enfermo

Entonces fui al doctor y le dije que me sentía mal, muy mal, que nunca me había sentido tan mal en mi vida. Sino, jamás hubiera ido a un doctor. Cuando uno acepta transformarse en mercancía de otra disciplina, es un momento de claudicación extrema.
Le dije al doctor que me dolía la cintura y el estómago, le dije que se me adormecía detrás de las piernas y que sentía un cosquilleo en el corazón, le dije que me temblaba un párpado movido por piolines desconocidos, le dije que sentía pinchazos en la nuca como si un chino pequeño y meticuloso hubiera decidido torturarme con agujas hirvientes, le dije que no podía definir si me costaba más pishar o respirar o bajar de la cama por la mañana, le dije que no podía dormir ni prestar atención, le dije que se me paspaba la ingle derecha hasta adquirir ese particular y único tono violáceo que tenían los muñequitos de vidrio que se vendían en Necochea, esos que cambiaban de color de acuerdo al clima.
El doctor se lo pensó un rato teatralmente largo. El doctor acomodó un cenicero de vidrio que semejaba una calavera a la cual le hubieran cercenado la tapa de los sesos. El doctor limpió sus gafas de lectura con el faldón de un delantal que debió ser blanco alguna vez, y había ido adquiriendo un color amarillo nicotina. El doctor se sacó un pedazo de lechuga que tenía entre los dientes. El doctor me miró.
–Usted está gordo –me dijo.
Ya lo sabía. Le di la mano y le dije que ya lo sabía.

3 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Cuando está todo dicho, y tan bien dicho, huelgan las palabras.
Excelente el post y el remate, me hizo reir muchísimo.
Aunque pensándolo bien... entonces no es cierto eso de "que los gordos son felices"?

Emeefe dijo...

Usted también! como se le ocurre ir gordo a la consulta?

J. Hundred dijo...

*condesa! bonita sonrisa.
*emeefe! me puse lo primero que encontré. me puse la panza.