La miré, nunca había sido linda y definitivamente no sería joven. Antes de probar los primeros dos sorbos de café yo no decía palabra, era parte de la rutina. Hacía cinco años que vivíamos juntos, quizás más.
–Te miro –dije, pero no la miraba, miraba la ventaba que daba al contrafrente donde se veía del otro lado del decorado de la vida, húmedo, desprolijo, forever gris–, pero no se me ocurre ningún motivo por el cual deberíamos seguir juntos. Quiero decir que no nos interesa el sexo, es un mecanismo nomás que ejecutamos lo más rápido posible, como quien revisa antes de bañarse que el piloto del calefón continúa encendido. Y no hablamos, no tenemos absolutamente nada para decirnos, quizás nunca lo tuvimos.
Ella puso el queso untable y otra mermelada (la que comía yo) sobre la mesa, el olor del café llenó por un instante el vacío de la cocina. Gran cosa, el café. Seguí.
–No hay nada atrás que me interese en particular recordar, alguna noche en Pinamar quizás, en el casino cuando salió el ‘28’, el día que nació Ramirito. O el domingo ese que comimos helado de chocolate suizo y se me ocurrió tocarte con la cuchara un antebrazo. Y te reíste.
Sirvió el café, se sentó. Yo a la mañana comía una rebanada de pan con mermelada, a veces dos. Iba cambiando el sabor de la mermelada, cuando se acababa la de naranja, abría una de frutilla o de ciruelas, y así. Hizo ruido al apoyar un plato sobre la mesa.
–Y hacia adelante no hay nada –dije–. Veo el mismo trabajo de siempre, cada viaje en subte me mastica el alma, si se inventara una forma de poder revisar el alma, su estado. El doctor me diría que mi alma es una bolsa de esas que te dan en el supermercado, polietileno arrugado. Sólo queda esperar la vejez y la muerte, las desgracias que irán aumentando en intensidad hasta taparnos, hasta pasarnos por encima. Sabemos que la nariz del avión se puso para abajo y sólo queda esperar que se acelere la pendiente, la velocidad de caída. Como te dije, no se me ocurre ningún motivo por el cual deberíamos seguir juntos. Voy a ver si averiguo algo para alquilar, un departamentito por Chacarita o por Almagro, después pasaré a buscar mis cosas. Mi idea es pasar a ver a Ramiro los sábados así podés ir a ver a tu hermana, o tenés tiempo para salir con tus amigas.
–A la noche voy a hacer pastas –dijo ella–. Vos preferís los agnolottis, pero ayer en La Juvenil vi que había promoción de sorrentinos.
–Está buenísimo –dije–. Está muy bien.