Hay una línea divisoria que se cruza, como tantas otras líneas divisorias, sin darse cuenta, sin saber. La línea divisoria de la que te estoy hablando es cronológica, aunque sus implicancias son mucho más que eso, y se cruza a los treinta años. Como todos somos particulares y distintos, por suerte, lo admito, la línea puede cruzarse a los veintinueve, pero no a los veintisiete. Y se cruza, como máximo, a los treinta y dos.
Una vez cruzada, la línea, sólo queda esperar la agria campanita del reconocimiento. Sucede, entonces, que quienes han cruzado la línea van a descubrir que su situación ha cambiado. El cambio consiste, más o menos, en lo siguiente. Quien ha cruzado la línea advierte, percibe, que su lucha ya no será por un aumento de sus capacidades, cualquiera sean, nunca más. En cambio, bienvenido, la lucha a partir de ahora será por aquello que podríamos denominar ‘mantenimiento’.
Puede ser físico, puede ser mental, o una combinación anárquica de ambas, puede ser coger o pensar. Lo que te quiero decir es que no habrá más alto, más lejos, más fuerte. Habrá que alegrarse de mantener lo que hay.
Esta situación genera fastidio y desconcierto, negación, susto, tristeza en general. Después, poco a poco, uno aprende a recostarse en el sillón de lo posible, se pone uno más tolerante y circunspecto. Lo mejor es tratar de no recordar aquel magnífico potencial.
Una vez cruzada, la línea, sólo queda esperar la agria campanita del reconocimiento. Sucede, entonces, que quienes han cruzado la línea van a descubrir que su situación ha cambiado. El cambio consiste, más o menos, en lo siguiente. Quien ha cruzado la línea advierte, percibe, que su lucha ya no será por un aumento de sus capacidades, cualquiera sean, nunca más. En cambio, bienvenido, la lucha a partir de ahora será por aquello que podríamos denominar ‘mantenimiento’.
Puede ser físico, puede ser mental, o una combinación anárquica de ambas, puede ser coger o pensar. Lo que te quiero decir es que no habrá más alto, más lejos, más fuerte. Habrá que alegrarse de mantener lo que hay.
Esta situación genera fastidio y desconcierto, negación, susto, tristeza en general. Después, poco a poco, uno aprende a recostarse en el sillón de lo posible, se pone uno más tolerante y circunspecto. Lo mejor es tratar de no recordar aquel magnífico potencial.