15.10.09

Sirena

El pescador sintió un tirón fuera de lo habitual. Eran demasiadas noches, demasiados años pescando en aquel desde siempre destartalado muelle de San Clemente, y ni en la época de los tiburones, aunque a decir verdad no eran cazones, pero tampoco eran tiburones, tiburones adolescentes podríamos decir, tampoco tiraban así. Podían cortar la línea con un brusco movimiento de cabeza, claro, pero no tirar así, sin intervalo, con tanta vehemencia.
Debían ser las tres de la mañana, y llovía fuerte. No había nadie, Víctor no se había querido quedar, ni ante al ofrecimiento de compartir media docena de empanadas y un poco menos de media botella de ginebra.
–Hace mucho frío, va a llover toda la noche –Víctor guardó sus cosas y se fue caminando despacio, hasta su herrumbrada camioneta que siempre parecía a punto de desfallecer, un último estertor antes de encenderse y arrancar.
Así que el pescador tiró y tiró, pensando que si era un tiburón, porque no podía ser otra cosa, la línea se cortaría en cualquier momento y entonces sí, se comería tres empanadas, se haría un último buche de ginebra, se iría a dormir. Aunque cada vez le costaba más dormir, eso sí que era un problema. Y no le molestaba mucho la pierna, así que no podía ser la pierna, pero quedaba acostado boca arriba, pensando por qué corno no se dormía. Recordaba fragmentos de su abnegada vida, inconexos, mezclados, incompletos episodios que se desordenaban en la mente como si fueran arrojados desde algún travieso cubilete.
Salió una sirena, como en los cuentos, cosa rara. Una preciosa y plateada sirena, con los pechos pequeños y redondos y una larga cabellera que hacía juego con su cola de pez. Ojos grises, tenía la sirena, y mirada tristona. Estaba muerta de frío, pero igual le sonrió. La envolvió lo mejor que pudo con su abrigo, y la alzó como si fuera una novia. Ella se colgó de su cuello, y apoyó la plateada melena contra su pecho. Llovía, más fuerte, y lanzó una especie de gritito cuando él quiso dejarla en el asiento trasero del 504, para volver por la caña y el resto de las cosas. Ella no estaba dispuesta a soltarle el cuello.
La llevó a su casa, le preparó un baño caliente y le dio de comer. Debía estar clareando cuando ella se vino a su cama y se acostó junto a él, el cabello de plata sobre su pecho de viejo.
Pasaron algunos días sin que se animara a contárselo a nadie, ni siquiera a Víctor, que le hizo un comentario, mientras jugaban al dominó. Le dijo que lo veía raro, que se había peinado, que algo le pasaba.
La verdad era que no podía hablar del tema. Además, quién iba a creerle. Una sirena, una sirena joven y divina, viviendo con él. Algo mágico, un milagro.
Pasaron los días, esperó que volviera la lluvia, porque la lluvia volvía siempre, otra vez. Era un invierno terrible. La gente que veraneaba en la costa jamás podría imaginar lo que era el invierno en esas mismas playas. Le dio un somnífero, en la cena, no muy fuerte. La cargó en brazos. Esperó en el auto, hasta que el muelle quedó vacío, hasta que los últimos pescadores perdieron las ganas. Entonces sí, la cargó en brazos, mientras la lluvia le golpeaba la cara. Hubo un relámpago que pareció abrir el cielo en dos. Las olas golpeaban el muelle con inusitado ímpetu.
Y la tiró al agua. Abrió los brazos, inclinándose un poco, la dejó caer, el contacto con el agua la despertaría de inmediato. La sirenita rompía las pelotas con locura, que la casa estaba hecha un asco, que no dejara las medias tiradas, que tomaba mucho, que nunca iban a comer afuera, le hacía acordar un poco a su ex mujer.
Volvió al auto y encendió un cigarrillo. En un mes como máximo se iba el frío, y volvían los pejerreyes.

7 comentarios:

Alelí dijo...

lo que no entiendo es porque la durmió...

Yoni Bigud dijo...

En la vida las cosas son así, puro canje. Nadie regala perfección sin pedir algo a cambio. Entonces, al rato, uno comienza a extrañar a los pejerreyes.

Un saludo.

LeO dijo...

Algo raro hay en que esos seres mitológicos compartan su nombre con la licuadora que va en los techos de los patrulleros...


Ya lo decía Victor "una sirena con tetas, más que novia es un pejerrey"

Anónimo dijo...

Y...sí, mejor pejerreyes que mujer o sirena, parece que se disfrutan más y molestan menos.
Es como que el estar con uno mismo siempre le gana terreno a la compañía, que suele traer consigo problemas.
Saludos!
Lady Baires

Lara dijo...

y... si uno se mete en líos...hay que tranquilizarse, la lluvia siempre vuelve, el tema es aprovechar la tormenta para renovar...otra vez.

Anónimo dijo...

Los espejismos no existen y ud no es Ulises, y no me pegue que no es un buen día, pero ud. no cree en la piedad. Y a lo sumo, como la vida misma, habrá un * .. o ni eso.
Prefería al JH de antes, aunque no contestara. La gente cambia, lo que hace la popularidad, no? Cuídese.

J. Hundred dijo...

*alelí! sucede algo extraño. o su comentario es extremadamente sagaz (no tengo muchos motivos para creer eso), o es de una tontera infinita (tampoco tengo motivos en esta preciosa mañana para abonar esa tesitura). en ambos casos, elijo no contestarle.

*yoni bigud! dice usted, cito yo: ‘nadie regala perfección sin pedir algo a cambio’. por frases como esa, muy probablemente, es que yo escribo. gracias, y un riguroso saludo.

*leO! tratar todo el tiempo de ser más ingenioso que yo, es una tarea que no le deseo ni a mi peor enemigo. que yo también lo he intentado, eso le quise decir.

*lady baires! no sé porqué, pero usted cada vez me cae mejor. como se dice en la jerga militar: sin causa. le mando un beso en la frente.

*lara! como dijo gilles deleuze: pintó bajón.

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