Suena el despertador. Me levanto. Me lavo la cara. Pongo a hervir agua. Necesito tomar dos mates, arrancar. Llego tarde al trabajo, otra vez.
Entonces me veo las manos. Mis manos nunca han sido mi punto fuerte, manos no muy grandes, dedos no muy largos, el dedo del medio torcido por algún pelotazo que inflamó una falange, una falange que decidió no desinflamarse jamás, las uñas mordisqueadas, en fin.
Tengo los estigmas. Jamás había visto algo así. Reviso mi mano derecha, primero, la marca es redonda, del tamaño de una moneda de diez centavos, un par de centímetros por debajo del centro exacto de la palma. Hay restos de sangre reseca. No me atrevo a abrir, preso de la perplejidad, mi mano izquierda, pero finalmente la abro. Aquí la marca es algo más irregular, y la sangre se mezcla con ceniza o tierra.
Me apoyo en la mesada, siento que mis rodillas se aflojan, es un leve desvanecimiento mientras intento descifrar la señal. Lo que me sucede, las implicancias.
Soy un elegido. Un discípulo, tal vez. Debo abandonar mi casa, mi trabajo, mis seres queridos. Debo ser un peregrino que lleva la palabra de Dios a los lugares más recónditos de la tierra, debo emprender mi via crucis personal e intransferible, partir a predicar.
Tomo un mate. Un pensamiento como un relámpago cruza mi fatigada mente. Recuerdo que ayer a la noche fui a una fiesta y me tomé medio litro de whisky. Después quise agarrarme a trompadas con el dueño de casa, también quise hacer un concurso a ver quién soportaba apagarse cigarrillos en distintos lugares del cuerpo. Después quise violar a alguien, una prima de alguien, que tiene problemas motrices. Después rompí botellas y quise cantar un tango, semidesnudo, en el balcón. Recuerdo perfectamente ahora que me bajaron entre varios, a patadas, por las escaleras. Recuerdo que me dejaron tirado en la calle.
*el tango que quise cantar fue ‘callejera’, música: Fausto Frontera, letra: Enrique Cadícamo.
http://www.todotango.com/spanish/las_obras/letra.aspx?idletra=39
Entonces me veo las manos. Mis manos nunca han sido mi punto fuerte, manos no muy grandes, dedos no muy largos, el dedo del medio torcido por algún pelotazo que inflamó una falange, una falange que decidió no desinflamarse jamás, las uñas mordisqueadas, en fin.
Tengo los estigmas. Jamás había visto algo así. Reviso mi mano derecha, primero, la marca es redonda, del tamaño de una moneda de diez centavos, un par de centímetros por debajo del centro exacto de la palma. Hay restos de sangre reseca. No me atrevo a abrir, preso de la perplejidad, mi mano izquierda, pero finalmente la abro. Aquí la marca es algo más irregular, y la sangre se mezcla con ceniza o tierra.
Me apoyo en la mesada, siento que mis rodillas se aflojan, es un leve desvanecimiento mientras intento descifrar la señal. Lo que me sucede, las implicancias.
Soy un elegido. Un discípulo, tal vez. Debo abandonar mi casa, mi trabajo, mis seres queridos. Debo ser un peregrino que lleva la palabra de Dios a los lugares más recónditos de la tierra, debo emprender mi via crucis personal e intransferible, partir a predicar.
Tomo un mate. Un pensamiento como un relámpago cruza mi fatigada mente. Recuerdo que ayer a la noche fui a una fiesta y me tomé medio litro de whisky. Después quise agarrarme a trompadas con el dueño de casa, también quise hacer un concurso a ver quién soportaba apagarse cigarrillos en distintos lugares del cuerpo. Después quise violar a alguien, una prima de alguien, que tiene problemas motrices. Después rompí botellas y quise cantar un tango, semidesnudo, en el balcón. Recuerdo perfectamente ahora que me bajaron entre varios, a patadas, por las escaleras. Recuerdo que me dejaron tirado en la calle.
*el tango que quise cantar fue ‘callejera’, música: Fausto Frontera, letra: Enrique Cadícamo.
http://www.todotango.com/spanish/las_obras/letra.aspx?idletra=39