–Juan.
–Sí.
–¿Te puedo preguntar algo? –ella se incorporó en la cama, acabábamos de coger, se había hecho la correspondiente pausa–. Te quiero preguntar algo.
–Sí –giré la cabeza para el otro lado y manoteé el piso, buscando el vaso de whisky.
Lo encontré, lo levanté, lo miré. Estaba vacío.
–¿Vos me querés? –Ella encendió un cigarrillo. Le gustaba fumar después de coger. Le gustaba fumar después de bañarse, también.
–Eehh –dije.
–Es que se nota mucho –dijo ella–. Antes de coger, no te interesa mucho nada de lo que digo. Estás apurado. Querés que termine, la cena, la charla, lo que sea. Querés ir a coger.
No dije nada. Pensé en el whisky, en la botella de whisky. Debió quedar en la cocina, en el comedor. Sentí la ausencia, la ausencia de whisky, de la botella de whisky, y la extrañé. La extrañé como se extraña a una mascota de la infancia, como se extraña un atardecer en la playa con amigos, cuando sos adolescente, cuando cae el sol.
–Y después de coger, bueno, ahí menos. Ahí sí que no te interesa nada de nada –prosiguió, ella–. De lo que me pasa. De mi vida.
No sabía qué decir. No prometo nada, hace tiempo que dejé de mentir, de prometer. Vivir es distraerse, dijo Bioy. Nos veíamos los viernes, o los martes. Íbamos a cenar, hablábamos un poco. Después, íbamos a coger.
–No sé qué decirte –dije–. No sé qué querés que te diga.
–¡Que te interesa algo! –levantó la voz, pitó con fuerza. Pero no era el inicio de una tempestad, sólo énfasis. Una reacción–. Que te interesa saber cómo estoy, qué me pasa. Que no sé qué hacer con mi vida. Si tengo planes, si quiero cambiar de trabajo, o volverme a vivir a Pehuajó.
–Bueno, cómo estás –dije.
–No, Juan, así no –apagó el cigarrillo, se puso de pie y comenzó a vestirse. Estábamos en mi casa–. Así parece una joda. No es real. Te da lo mismo. ¡Te da todo lo mismo! Lo que querés es ponerla y nada más.
Era verdad. Coger era una de las pocas cosas que todavía me interesaban. Que me hacían bien. También me interesaba comer dos o tres galletitas con dulce de membrillo, a la mañana. En una época me había interesado leer.
–Esperá que te bajo a abrir –dije.
–¿Ves? –se apartó el pelo de la cara– ¿Ves? Te da lo mismo, te da lo mismo si me quedo, si me voy. Sos un asco, Juan. Sos un asco de persona, no sé qué carajo hago con un tipo como vos.
–Esperás –le dije–. Más o menos como todo el mundo. Hacés un poco de tiempo. Esperás hasta que te pase algo mejor.