6.4.14

Shuruk Impele


Fueron todos a ver al brujo de la tribu. La preocupación se mezclaba con las rústicas pintadas en los atribulados rostros. Cortaba el aire el precario lenguaje construido a base de siseos, de guturalidades.
–¡Shuruk! ¡Shuruk Impele! –corearon el nombre del reverenciado místico, el temido guía. 
Al rato apareció. Se escuchó una tos y un arrastrar de pies, salió de su cueva.
Descalzo, huesudo, unos pocos pelos, blancos, a los lados de la cabeza, como si fueran pequeñas alitas. Usaba un taparrabos de piel de antílope. Se apoyaba en su bastón, que no era otra cosa que una rama del cedro sagrado situado a escasos metros de su cueva. Tenía una leve renguera, y su mirada era acuosa, casi transparente, lo cual, sumado al particular movimiento que hacía con la cabeza hacia delante, como si fuera un perro y estuviera olisqueando el aire, daba la sensación que el hombre de algún modo te percibía pero no te veía, que quizás hacía mucho tiempo que se había ido quedando ciego.
–Qué –dijo. La multitud se postró, cayeron de rodillas, las frentes rozaron la tierra en señal de sumisión y reverencia.
–Oh, sabio maestro –dijo uno, apoyando las palmas de las manos una sobre otra contra su pecho, a la altura del corazón–. Llegan las tormentas. Venimos a preguntarte si debemos escapar de la orilla del río, si debemos marchar noche y día sin descanso en busca de cobijo. Pero entonces perderíamos los granos almacenados y nuestras chozas, estaríamos a merced de los leones y las víboras. No sabemos qué hacer, no tenemos consuelo.
–Debo consultar a los dioses –dijo Shuruk Impele, tocó con dos dedos el colmillo de cocodrilo que colgaba de su cuello–. Tráiganme un cochinillo asado de menos de seis meses, y una fuente de papas, batatas, cebollas, calabazas, morrones. Y unas tinajas de vino. ¡No pueden venir a pedir el favor de los dioses sin hacer una ofrenda! ¡Cómo se atreven!
Se fueron. Por la tarde, dos jóvenes guerreros dejaron lo solicitado, en la entrada de la cueva. Shuruk Impele les gritó, desde adentro, que volvieran dentro de tres lunas.
Volvieron, aterrados. Relámpagos cruzaban el cielo como incandescentes flechas. Habían oído, por las noches, el bramido de los animales indicando el peligro. Una araña peluda había picado en un brazo al pequeño hijo de Samamet, y la mujer estaba desolada. Habían envuelto el bracito del niño en hojas de plátano untadas con miel, pero la cosa no mejoraba. Era una señal, un designio.
–¡Shuruk! ¡Shuruk Impele! –Gritó uno de los guerreros de la primera fila– ¡Queremos saber qué hacer! ¡Se avecinan las tormentas! ¿Debemos marchar, o nos protegerán los dioses?
Salió, Shuruk, legañoso, mal dormido. Llevaba el rostro manchado con lo que parecía ser sangre, pero también podía ser una suerte de tuco. Tenía el vientre desproporcionadamente hinchado en relación al resto del cuerpo.
–Qué carajo pasa –dijo el brujo–. Estaba durmiendo.
–Oh, amado maestro, las tormentas. ¿Subirán los ríos? ¿Debemos irnos para salvar la vida de nuestras familias, dejando atrás todo lo que hemos construido?
–Mmm, ajá –regurgitó, Shuruk, lanzó una furibunda escupida que permaneció como un animal verdoso y primitivo, latiendo sobre la tierra–. Los dioses aún no han respondido. Tráiganme dos vírgenes, de menos de quince años. Con las tetitas pequeñas y los pezones puntiagudos. Báñenlas con aceite de sándalo y perfume de lavanda. Lávenles bien el cabello, usen hojas de menta, también un poco de ortiga. Y traigan grasa de joroba de cebú en un cuenco. Es importante.
Las dos pequeñas fueron llevadas, contra su voluntad, de más está decirlo, las dejaron atadas junto a la entrada de la cueva. Esa misma noche.
–Pueden volver, mañana después del mediodía –dijo Shuruk a los emisarios.
Pero al día siguiente llovió. Se desató una tormenta como nunca antes. Cayeron los árboles y crecieron los ríos. Se perdió la cosecha, se ahogaron varios niños. No quedó nada en pie. Durante cinco días y cinco noches la tierra fue arrasada. Vino la peste y la enfermedad, el hambre, el frío.
Cuando el diluvio cesó, los pocos que se habían salvado fueron a ver al brujo. Habían perdido todo, sus bienes, sus familias.
–Maestro, maestro –hablaba uno de los sobrevivientes, de rodillas. Tenía llagas en el cuerpo, sarna, botulismo–. La tormenta nos azotó, destrozó todo lo que poseíamos. ¿Por qué no nos advertiste? ¿Acaso no sabías?
–Bueno –dijo Shuruk Impele, se rascó un poco la panza con el revés de un pulgar. Después juntó los dedos de una mano y los acercó a su nariz, oliéndolos. Parecía recordar alguna cuestión, se reflejó en sus facciones concentración y deleite–. Si se fijan bien mi cueva está en la parte más alta del terreno. Estuve comiendo como un desaforado, me cogí un par de pendejas. Quiero decir, es algo que ha venido sucediendo desde tiempos remotos, y que sucederá siempre. Tampoco se pueden salvar todos.

6 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

Exactamente!
...y además nos quejamos: "Cómo no nos avisaste!"

Hay días en los que uno se levanta con la certeza, con la convicción, de que el que no se salvó...probablemente no merecía salvarse.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! solemos creer que el universo tiene un injusto orden, cuando las cosas no nos favorecen. cuando algo resulta como queríamos, nos parece que el mundo está plagado de lógica y sentido. lo que quiero decir es que confundimos egoísmo con armonía, de esa mugre estamos hechos. lo saludo.

Manulisa dijo...

Y todavía hay algo peor, más tenebroso... confundimos egoísmo con "justicia divina".

Excelente como siempre, lo sigo en silencio.

Un abrazo

J. Hundred dijo...

*manulisa! es bueno saber que está usted del otro lado. por lo general estoy solo, y después también tengo momentos donde estoy resolo. me atrevería a decirle que la soledad se ha ido convirtiendo en mi segunda piel. la abrazo con una curiosa mezcla de torpeza y ternura.

Mr. Kint dijo...

Imagino que hasta los más elevados swamis sienten esa irremediable atracción a los placeres terrenales, quizás sea la más caprichosa forma de interacción gravitatoria existente. No se puede ser un chamán twentyfour/seven, ni creer que todos se pueden salvar.
"confundimos egoísmo con armonía" punto para usted.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! un amigo mío tenía una hermana que se fue a buscar un chamán, y volvió con un chabón. ‘confundimos egoísmo con armonía’, conste en actas.