El guardia toma café en un vasito de plástico, alguien en la cola lanza un chistido de impaciencia, le parece que los empleados lo hacen a propósito, eso de no atender con la velocidad que deberían. Cuando vos no manejás el ritmo de tu trabajo, porque la gente viene cuando quiere y sigue viniendo, cualquier excusa es buena para hacer una pausa. Como si hasta se saludaran con alguien en cámara lenta.
–¡Al suelo, al suelo todos, no se hagan los héroes! ¡Esto es un asalto! –me subo a un mostrador de un salto y grito. Señalo a uno que permanece de pie, no atina a moverse del susto– ¡Vos también, pelotudo! ¡Qué te pasa!
El policía intenta sacar el arma pero se le cae de las manos, una señora se pone de rodillas y llora. Alguien grita: ¡Por favor tengo familia, no me mate!.
O en el subte, un día de semana a las nueve de la mañana. En la B, ponele, cuando el subte está entre Pueyrredón y Pasteur y el fastidio se puede sentir como una nube gris y pegajosa que nos envuelve, nos aturde, nos abarca.
–¡Tengo una bomba! –grito– ¡Esto es una reivindicación para la libertad del pueblo rumano! ¡Todos al piso, vamos a volar por el aire!
Se oyen gritos del terror más puro, caen los cuerpos unos sobre otros, ni siquiera hay lugar para tirarse. La gente golpea las puertas pidiendo ayuda.
Lo que me jode, la verdad, lo que no consigo entender es que después de todas las cosas que juré que iba a hacer y que no hice, todas las promesas incumplidas, bueno, la gente me sigue creyendo. Yo ya ni me presto atención.
–¡Tengo una bomba! –grito– ¡Esto es una reivindicación para la libertad del pueblo rumano! ¡Todos al piso, vamos a volar por el aire!
Se oyen gritos del terror más puro, caen los cuerpos unos sobre otros, ni siquiera hay lugar para tirarse. La gente golpea las puertas pidiendo ayuda.
Lo que me jode, la verdad, lo que no consigo entender es que después de todas las cosas que juré que iba a hacer y que no hice, todas las promesas incumplidas, bueno, la gente me sigue creyendo. Yo ya ni me presto atención.