Carla
venía pensando, desde hacía algún tiempo, en matarse. Tenía treinta y ocho años
y estaba sola, no había tenido hijos. Daba clases de inglés en dos escuelas
primarias, hacía algunas traducciones.
Más
allá de haber ido a un crucero donde la gente hacía cola media hora antes del
desayuno para poder servirse primeros la comida, y una semana en un Club Med
donde había jugado al vóley en la playa y había paseado en un barquito, en los
últimos años no le había sucedido gran cosa.
Su
madre había entrado en una especie de demencia senil, y había tenido que
internarla en un geriátrico. Su hermana, con su marido, se habían ido a vivir al
sur, y trabajaban en algo relacionado con el turismo y la hotelería.
La
vida se había vuelto árida y gris, le daba de comer a su gato Toribio y hacía
las compras en el supermercado. Se había anotado en un gimnasio del barrio pero
la gimnasia nunca había sido lo de ella, ni durante la secundaria. La gente era
superficial y rústica, básicos todos, aburridos. Hablaban de los atributos, las
cualidades de determinadas zapatillas.
Preparó
todo para ese viernes. Dos blísters de Rivotril de 0.5 mg, pidió sushi en
Bokoto para cenar. Sacó el vino blanco, de la marca alemana que le había
recomendado el vendedor, de la heladera.
La
idea era fácil, sencilla. Iba a cenar el riquísimo sushi, y se iba a tomar la
botella de aquel vino suave y dulzón. Cada quince o veinte minutos iba a
tomarse un Rivotril, y cuando sintiera que se adormecía, se tomaría cinco o
siete de un saque con lo que quedaba del vino, y se metería en la bañera para
darse un baño de inmersión, un último baño de inmersión con esencia de lavanda
y pétalos de flores, el agua bien caliente. Se quedaría dormida y ya no se
despertaría.
Dejó
comida en el plato para Toribio, para una semana. Instrucciones sobre la mesa
del comedor en una carta de dos carillas escrita con letra de imprenta. Había
pagado el geriátrico de su madre un año por adelantado, y había corregido los
exámenes de sus dos cursos.
El
lunes vendría Norma a limpiar, y le avisaría al portero que a pesar de tener
una copia de la llave no podía ingresar al departamento, porque estaba la llave
puesta en la puerta, del lado de adentro. Tirarían la puerta abajo y la
encontrarían. Dejó sobre la puerta de la heladera, pegado con el imán en forma
de ananá, el nombre y los teléfonos de su hermana. La palabra ‘¡AVISAR!’, así,
todo en mayúscula.
Probó
el sushi, estaba riquísimo. Tomó un trago de vino y la primer pastilla, según
lo planeado. Muy rico todo y hasta luego. El televisor encendido en un canal
donde daban justo esa película que debía haber visto treinta veces, donde
actuaba Meg Ryan de jovencita. Qué bien que le quedaba ese corte de pelo a Meg
Ryan, así, como despeinado pero apenas, cortito. Ella se había hecho una vez
ese corte, pero tenía las orejas muy salidas, y las orejas captaban la atención
del observador, que se olvidaba inmediatamente del corte de pelo. No, a ella no
le quedaba bien.
Lloró
un poco. Le dio un pedacito de salmón blanco a Toribio, que se relamía. El
salmón era para los gatos como ir a Disney. Tomó más vino, con una segunda
pastilla. Bostezó.
Entonces
sonó el teléfono.
–Hola
–dijo.
–Hola
–dijeron del otro lado. Era Mariano, Mariano Wilbur, de la secundaria. Le
explicó, algo atolondrado, que la había encontrado en el Facebook y había
conseguido su teléfono a través de una amiga. Se había decidido a llamar. Él se
había recibido de ingeniero y había vivido en el exterior nueve, no, casi diez
años. Pero había vuelto, y se había divorciado, también. Quería saludarla,
saber cómo andaba, tanto tiempo, qué era de su vida.
–Si
te sorprendí o te agarré en un mal momento, disculpame –dijo Mariano Wilbur–.
Pero me acordé de vos, y pensé en llamarte.
–Qué
sorpresa –dijo Carla.
Quedaron
para verse al día siguiente, ir a picar algo. Carla pensó que tenía todo el
sábado para acomodar el departamento, rompió la carta. Sacó el tapón de la
bañera que se estaba llenando. Se fijó en el blíster, había tomado sólo dos
pastillas, y media botella de vino. Se fue a la cama, dejó el televisor
encendido.