30.12.19

Zen de furgoneta


mientras mirás esa foto
te morís.
mientras mirás ese pedacito de pasado
congelado
no existís.
buscás y buscás algo que te recuerde
que alguna vez estuviste en alguna parte
pero la experiencia es incompleta.
hacia adelante y hacia atrás y otra vez,
el autito chocador hecho de vos.
la única forma de ser feliz es tan sencilla
que jamás te darías cuenta.
caer.

*muchas felicidades, muy rico todo, en fin. lo que se diga en estos casos.

20.12.19

Pedacitos de delfín


Estábamos desayunando. En un bar. En San Cristóbal. Ella trabajaba en un juzgado, era secretaria de un juzgado, entraba a trabajar muy temprano. Yo tenía un trabajo de oficina, podía llegar a las nueve de la mañana o a las once, lo mismo daba. Acomodaba unos papeles, contestaba algunas preguntas, escribía unos informes, me pagaban a fin de mes, rutina.
Habíamos pasado la noche en su departamento, habíamos cogido. Hasta coger se estaba volviendo una experiencia no digo traumática, pero cada vez menos divertida. Faltaba que me dejara de gustar el whisky y ahí me quería ver, cómo seguía la película de la vida. ¿La numismática? ¿Los viajes a la India? ¿Los cursos de fotografía?
Ella había pedido un diario y me leía en voz alta. Yo jugaba a ver el punto exacto, cuánto tiempo podía permanecer una medialuna dentro del café con leche sin romperse, sin perder por completo su esencia de seguir siendo medialuna. Sin naufragar.
Me leía, ella, noticias de la caída de un avión en Bélgica, más de doscientos muertos, todavía buscaban los cuerpos. Me leyó de unos enfermeros en Uruguay que mataban a sus pacientes con inyecciones de aire o de morfina, ‘jugaban a ser Dios’, eso declararon. Me leyó de los barcos japoneses que mataban cientos y cientos de delfines. El mar se teñía de rojo y los delfines lloraban de dolor, un llanto agudo e inolvidable del más puro sufrimiento mientras unos japoneses chiquititos seguían arponeando y descuartizando, pedacitos de delfín, matando focas bebés a mazazos en el cráneo.
–¿No te importa mucho lo que te estoy contando, no? –dijo ella.
–No –dije–. La verdad que no.
Me comí tres cuartas partes de una medialuna repleta de café con leche, de un bocado. Por un momento vino a mi mente el bocadito Jackeline que comía cuando era chico. Tenía una especie de dulce de leche, pero líquido. Una cosa bella es una alegría para siempre, dijo el poeta.
–A ver, y qué hacés vos –ella estaba ofuscada, se quitó el cabello de la cara– ¿Se puede saber qué carajo hacés vos para que el mundo sea un cachito mejor, para que este planeta no sea tan pero tan horrible?
–Bueno –dije–, te aguanto.

10.12.19

Pacífica coexistencia


Te digo lo que va a pasar.
En algún momento de tu vida, puede ser antes, puede ser después, es difícil generalizar. En algún momento de tu vida, si querés entre los veinticinco años y los treinta y cinco. Entro los veintiocho y los treinta y tres.
En algún momento vas a tener una desgracia. No, no me comí una gitana con papas españolas, es la vida, es así. Algo malo va a sucederte. Puede ser cualquier cosa. Puede ser que te caigas de la moto y te fractures una pierna en diecinueve pedazos. Puede que vuelvas del trabajo a tu casa y te hayan robado todo. Lo que ahorraste durante quince años, y la licuadora también. Puede ser que tu novia te diga que no te quiere más, que no le importa que se iban a casar. Decidió, ella, que quiere viajar.
Una tragedia, una desgracia, algo malo de mediana o alta intensidad. Salud, dinero, amor, en alguno de los grandes rubros del horóscopo. Va a pasar.
Y entonces. Acá viene la cuestión. Sucedido el hecho hay dos grandes líneas de trabajo. Están los que se enojan, los que se indignan con la vida. Los que no pueden aceptar de ninguna manera la renguera o la calvicie o la pérdida de un familiar. Se oponen con todas sus fuerzas, con todo su ser, a lo que pasa. No lo pueden tolerar. Y están aquellos que de algún modo se sumergen en el nuevo estado de cosas como si fuera una bañera llena de un líquido no del todo amable. No significa que no vayan a hacer algo, vivir se trata de seguir. Pero no muestran un desmesurado y quizás paralizante enojo ante lo que es, no dicen ‘¿por qué a mí?’. Se rinden de algún modo a la situación que les toca y eso, por paradójico que parezca, hace que todo se vuelva más vivible.
Ahora bien. Cuando lo malo suceda, cuando la desgracia ocurra, en ese momento, si no estás atento, entrarás de cabeza al grupo de los enojados, de los resentidos, aquellos que consideran que la vida los ha sentado de una trompada y se preparan para devolver el golpe.
Es un error, eso es lo que te estoy diciendo. Es el momento donde tenés que intentar como te salga, como puedas, aceptar aquello que te está sucediendo. Si no podés hacer eso, bueno, es que no estás todavía preparado. El sufrimiento, el dolor, no fue suficiente. Te hace falta más.