28.4.07

Vida y obra

En una oportunidad, en un reportaje, le consultaron a Anthony Burgess cuál era la misión del escritor. Anthony Burgess respondió: ‘agradar e instruir’.
Le preguntan a Hundred, me preguntan a mí, cuál es la misión del escritor. Respondo: ‘no quiero acompañarte al cumpleaños de tu hermana’.
Cada uno escribe lo que puede. Cada uno contesta los grandes interrogantes que se le van presentando a lo largo de la vida. Como puede.

Lírico

Me llama un amigo para pedirme sangre. Tiene un familiar enfermo, lo tienen que operar. No cree que sobreviva, pero aún así, necesita diecisiete dadores de sangre. Existe algo denominado ‘banco de sangre’. Es un banco donde hay sangre. Uno saca sangre, y debe reponerla.
Me llama otro amigo, al rato, para decirme que también ha sido llamado por este amigo, en adelante el ‘amigo 1’. También le han pedido, es evidente, sangre.
Este amigo, que podríamos denominar el ‘amigo 2’, se muestra fastidiado. Le molesta el pedido. Le molesta que le pidan sangre. Quiere saber mi opinión. En realidad, me parece, quiere alimentar su fastidio con el mío. Quiere que nos fastidiemos juntos.
Pienso por un momento si debo compartir mi fastidio con él. Pienso si debo fastidiarme. Concluyo que no. Contesto alguna generalidad, y corto la comunicación de inmediato.
Existen a mi modo de ver dos tipos de amigos: los que te pedirán sangre, y los que te pedirán dinero.
Y también están las mujeres. Que te pedirán tiempo.

25.4.07

Muy original, muy bonito

Me pareció atinado, me pareció pertinente, hablar. Así que hablé. Dije.
‘La absoluta falta de preparación nos deja subsumidos en el magma que podríamos denominar, si es que es preciso andar por ahí denominando las cosas, podríamos denominarlo, decía, azar. Esto no es otra cosa que quedar a entera merced de los dados que, ante un acontecimiento cualquiera, surjan del cubilete celeste agitado por vaya uno a saber qué fuerzas.
Pero no es menos cierto que el exceso de planificación termina por destrozar la esencia, el núcleo basal, los neutrones de un suceso. El recorrido conjetural de un evento, una y otra vez, anula lo que hay de material vivo en el mismo, y que se manifestará, justamente, cuando ocurra. De tanto pensarlo, el momento a ocurrir quedará impregnado de una pátina viscosa, gris, que le impedirá dar ese salto mortal, lograr ese brillo que lo transforme en vivencia’.
Entonces hice una pausa. Ella me miró. Y ella dijo.
'Lo que decís es muy original, muy bonito. Pero no existe la más remota posibilidad que nos vayamos a coger, así de una'.


21.4.07

Noble animal

Jamás usaré prendas de vestir cuyo logo, total o parcial, sea un caballo. Pero no quiero parecer dogmático ni mucho menos inflexible. Suelo comer sándwiches de mortadela.

Un vaso de vino, supongo

El autor dice ‘el mundo se ha convertido en una herida que no soporto mirar’.
El autor dice ‘el dolor no tiene grandeza. El dolor es gris, tiene un olor gris y un sabor gris y un tacto a ceniza gris en los dedos’.
El autor dice ‘el dolor le quita sabor a las cosas’.
Y yo me pregunto qué más se le puede pedir a un autor, a cualquier autor.

18.4.07

Parecido al amor

El sujeto me increpa.
–¡Basura humana! –me dice– ¡Verónica nunca volvió a ser la misma! ¡Basura!
Lanza una escupida, sin duda dirigida a mi rostro. Por error de cálculo, el impacto se produce contra la solapa izquierda de mi saco. El sujeto se retira.
De más está decir que no conozco a Verónica; no sé quién es; no la he visto en mi vida. Se trata de un error.
Lo que me sorprende es que el odio esté hecho de un material en extremo resistente; algo capaz de trascender en el tiempo el suceso que lo originó, no menguar en su intensidad a pesar de tratarse de una confusión, algo cuya potencia admite la interpósita persona.
Debo entender, de una vez y para siempre, que el odio es un exquisito motor. Y debo mandar el saco a la tintorería, también.

14.4.07

Acción

Cuando veo películas de acción, recostado en la cama, con el labio inferior algo vencido y la mirada enrojecida, esperando que el sueño venga a saludarme. Cuando veo películas de acción, decía, siempre hay una instancia, un momento, donde alguien dice ‘¡arrojen sus armas!’, o ‘¡ponga su arma en el piso!’, o ‘¡deje su arma sobre la mesa!’, o ‘¡saque su arma, lentamente, con cuidado!’.
Sin embargo, ante estas palabras, el otro alguien, que yo recuerde, jamás pone su billetera sobre la mesa, o sobre el piso, o la arroja, o la suelta, o la saca lentamente, con dos dedos, con cuidado.
Tal vez esto venga a desmentir alguna pretérita presunción mía. Tal vez me ha tocado vivir en un mundo diferente.

Patas cortas

Hace tiempo, en un pretérito remoto, una persona a la que llegué a despreciar con énfasis, me dijo ‘la mentira tiene patas cortas, pero la verdad es paralítica’.
No lo entendí. No tenía forma de entenderlo, en ese momento, así que no lo entendí.
Tendrían que pasar diez años, quince, tal vez, para que yo pudiera advertir que la verdad es monocromática, y ya casi nadie quiere ver un espectáculo en blanco y negro.
Me recuerdo a mí mismo, también, alguna vez, diciendo (y tratando de deslumbrar) ‘yo soy un prisma a través del cual pasa un rayo de luz, y surge un arco iris de colores’.
Pero no sabía, no tenía idea de lo que estaba diciendo. Y no podía saber que se trataba de mentir. Que me refería a mentir. A eso.

11.4.07

Autopista Freud

Leí por ahí, alguna vez, dentro de las frondosas selvas interpretativas de aquello que se ha dado en denominar psicoanálisis, que los sueños en los cuales se sueña con pérdida de dientes, con que a uno se le caen las muelas, esas cosas, tienen un significado argumental que abreva en temores sobre la pérdida de la capacidad en las lides del sexo.
La otra noche soñé que se me caía el pito. El pirulo. La pistola. La gallina. La joya.
Caía. Se desatornillaba. Se desprendía sin esfuerzo del resto del cuerpo, y quedaba, de costado, como un pez muerto, exangüe, sobre el piso, ante mis azorados ojos.
Tengo que pedirme un turno con el dentista.

7.4.07

Treinta y tres veces

Una mujer, en la calle, me pide dinero. Me pide treinta centavos. Me dice que es para tomar el colectivo. Me dice ‘tengo que tomar el 71, para acá a la vuelta’.
Le digo que se me ocurre algo mejor. Le digo que voy a darle diez pesos, unas treinta y tres veces su pedido original. Lo que quiero, si es posible, si le parece bien, es que me de un abrazo. No caigamos, por favor, en una demasiado trivial confusión. No quiero ningún tipo de contacto sexual; ni siquiera un beso. Lo que quiero es que me de un abrazo (hace frío; ambos estamos más que cubiertos de prendas de vestir), como si hubiera ido al colegio conmigo. Como si me conociera de antes. Como si estuviera contenta de verme.
La mujer farfulla un insulto, lanza un desaprobatorio chistido de lechuza, y sigue su camino.
Somos egoístas. De eso estamos hechos.

Materiales intrínsecos

Entro en una juguetería. Compro un juguete que me hubiera gustado tener cuando era niño, un juguete que me hubiera gustado tener hace veinte o treinta años.
Salgo a la calle. Quito el envoltorio con sumo cuidado. Coloco el juguete sobre la vereda. Acto seguido, salto sobre el juguete, lo pateo, me dedico a destrozarlo con particular énfasis. Intento reducirlo a su esencia y más allá, a sus materiales intrínsecos y más allá, a sus átomos.
El proceso lleva unos cinco minutos. En ningún caso más de siete.
Vos fuiste durante años al psicólogo. No me juzgues.

4.4.07

Zambullida

La sabiduría popular dice ‘perro que ladra, no muerde’.
La sabiduría popular dice ‘gato con guantes no caza ratones’.
Yo podría decir ‘perro que ladra, no caza ratones’. O ‘gato con guantes, no muerde’. O tal vez ‘perro con guantes no muerde’. O sino ‘gato que ladra no caza ratones’. O incluso ‘perro con guantes no caza ratones’. O, claro, porqué no, ‘gato que ladra, no muerde’.
Y también, bien pensado, se podría decir ‘perro que ladra, no hierve’. Y también, seguro, se podría decir ‘gato con guantes no come melones’. Y también ‘perro que ladra, te envuelve’. Y también, sin problemas, ‘gato con guantes no escribe canciones’. Y también ‘perro que ladra, no duerme’. Y también ‘gato con guantes no hace flexiones’.
Podría seguír, así, jugando con las palabras, tropezando y volviendo a levantarme. Con tal de quedarme acá, en el bar, de no saber qué ocurre detrás de esa puerta, de no tener que hacer ninguna otra cosa el resto del día.