30.12.14

La rana y el escorpión, again


El escorpión había ido a jugar al fútbol con los muchachos, varios escarabajos, los cangrejos de siempre, un cucarachón nuevo que jugaba de wing, parecía medio gordo y hacía siempre la misma. Pero lograba sacar el centro, siempre, y le pegaba a los tiros libres con un fierro. Después del partido habían tomado un par de cervezas. Llegó hasta la orilla de la laguna.
Ahí nomás, pintándose las uñas, escuchando música en el iphone, estaba la rana.
–Hola, qué hacés –dijo el escorpión–. Te invito a cenar, hay un restaurante en Palermo Hollywood donde hacen comida molecular, está muy de moda, van animales conocidos. O sushi, si preferís. Ah, primero, ¿no me cruzás hasta el otro lado de la laguna? Hoy arranqué muy temprano, y dejé el auto de ese lado.
–No, sorry –dijo la rana–. Pero si te cruzo me la vas a poner así de una, y después seguro no me llevás a comer a ningún lado. Además, tengo las uñas recién pintadas, y el agua de la laguna me las deja a la miseria. Vengo de Pilates, estoy recansada.
–Pero no seas tonta –dijo el escorpión– ¿Cómo te voy a garchar en medio de la laguna, por quién me tomás? Te digo que quiero ir a cenar con vos, a tomar un champancito. Quiero que me cuentes cosas de tu vida, me interesás como rana. Si lo único que quisiera es coger, no hubiera venido hasta esta laguna. Hay un charquito a mitad de camino donde organizan unas fiestas electrónicas que se ponen rebuenas, van culebras verde flúo y ratas jovencitas, venden pastitos energizantes y plancton alucinógeno, todo el mundo dado vuelta. Además, si te cojo en medio de la laguna, nos ahogaríamos los dos.
La rana duda. Mira al escorpión, es un escorpión joven, tiene el cuerpo trabajado, se nota que va al gimnasio. Usa un peinado moderno, y tiene auto.
–Bueno –dice la rana–. Dale, te cruzo.
El escorpión se sube. La rana comienza a cruzar, nadando, la laguna.
De pronto, la rana, siente. Es inconfundible, la sensación, apenas dolorosa, y tan agradable a la vez. La están cogiendo.
–Pero –dice la rana, contrariada–. ¡Me estás cogiendo! Me estás cogiendo en el medio de la laguna, y sin forro además. Me dijiste que íbamos a ir a cenar, o un fin de semana al Conrad en Punta del Este. 
–Sí –dice el escorpión–. Sé que sos una rana conchuda y mala, jamás debí hablarte, pero viste cómo es. La calentura, las ganas de coger. No pude evitarlo.
La rana queda embarazada. Entonces, la rana y el escorpión se van a vivir juntos. Al escorpión no le alcanza la guita, nunca le alcanza la guita. La rana está siempre de mal humor. Vienen algunos parientes, de la rana, los fines de semana, de visita. El escorpión no puede ni ver un partido de fútbol tranquilo. Duerme mal, el escorpión. Va a ver a un médico de la selva que le dice que el diagnóstico es bien sencillo: está estresado. La rana, después de parir, queda del tamaño de una rana y media, lo único que quiere es comer insectos dulces y ver programas de concursos por televisión. Casi no se hablan.
Lo que quise decir es que el escorpión y la rana se hunden, como todos ya saben.

24.12.14

Música para meditar


Las cosas que no te dicen.
Después de trabajar, ponele, diez años en el centro, no queda nada. No queda nada de vos. Imaginate, para que lo entiendas, que tu sistema nervioso central fuera un paquete de fideos ‘Don Vicente’. Bueno, ahora imaginate que agarrás el paquete de fideos, lo sacás de la bolsa, y lo partís en dos, como te salga, como puedas. Ahí está, eso es lo que sucede si trabajás diez años en el centro, en algunos casos con cinco años alcanza, es suficiente. No servís más.
A Moni se le había ocurrido que yo tenía que meditar. Ella decía que desde que había empezado a meditar veía la vida en colores. Pero yo no tenía tiempo para meditar, a decir verdad no tenía tiempo ni para rascarme el culo, mucho menos para meditar. 
Pero Moni me quería ayudar, tuvo una idea. Me grabó en su Ipod música para meditar. Lo único que yo tenía que hacer era aprovechar cada viaje en subte. Transformar ese calvario en mi terapia, cerrar los ojitos, escuchar la música. Y meditar.
–El símbolo de tortura, una vez trascendido, se transforma en la salvación. Fijate, por ejemplo, Cristo en la cruz –dijo Moni, muy seria. 
Ahí iba yo, a las ocho de la mañana, me subía al subte en Lacroze, cerraba los ojos, de pie, en medio de un millón de almas. Prendía el Ipod.
La verdad que lo más difícil era vencer mi propio escepticismo. Mi constante angustia de sentir que la vida, mi vida, había tenido la relevancia de un pedo en una tormenta eléctrica. No me había salido nada, nada de lo que yo había querido, y lo que se venía era peor.
La música era primero ínfima, mezclada con el sonido del viento, y después con el sonido del agua, agua cayendo. Como si estuvieras en presencia de una cascada. Unas pocas instrucciones, cerrar los ojos, sentir, sentir el cuerpo, cualquier sensación corporal que te arrastraba de inmediato hacia el presente. Respirar, sentir la respiración, la respiración era el ancla, prestar atención a los intervalos, a lo que no tiene forma, al silencio. Venían los pensamientos, claro que venían, los pensamientos, pero no importaba. No luchés, no hay que luchar, si luchás con la mente vas a perder, la mente come de vos, se alimenta de tu atención y se hace más fuerte. ‘What you resist, persists’, entender que la mente no es un objeto, es una acción.
Nada, escuchás la música. Luego la música era como la música de las películas del espacio, como si estuvieras fuera de la tierra, flotando en la inmensidad de la galaxia. Esa música, agradable por cierto, y vos sos el observador, el eterno testigo, lo que eras antes de nacer. Estás fuera de todo lo observado, ni cuerpo ni mente, ‘I am that by which I know I am’, somos presencia consciente. Pausa, silencio, un tintineo como de un xilofón, y más pausa. Silencio y pausa. Silencio.
Me había ido, lejos de mi vida, a otra parte. Era yo, todavía era yo, pero no era yo, era una especie de yo sin centro, una sensación de dicha sin causa, algo tan placentero. La meditación funcionaba, le iba a contar a Moni apenas llegara a la oficina. Se iba a poner contenta.
Abrí los ojos, estaba en Carlos Pellegrini. En el vagón, de pie. Me habían robado el Ipod. Tuvieron la delicadeza de dejarme los auriculares puestos, y me robaron el Ipod, son unos fenómenos, ni me di cuenta.

18.12.14

De qué se trata


No, flaquito, estás en bolas, no entendiste  nada. Por eso fracasaste, fracasás y vas a volver a fracasar, no queda otra.
A ver, cuando sos chico, buscás una mina linda, es de lo más normal que busques una mina linda. Tetas, culos, lo que más te guste, lo que prefieras. Una piba que pueda bajar a la playa sin tener que usar un poncho, que se ponga un jean apretadito. Que den ganas de verla en bombacha mientras busca algo en la heladera.
Pero si la chica es linda de joven, significa que fue linda desde siempre. Y eso hará que la piba crea en algo, que el universo le debe algo, a ella, por el mero hecho de existir. Por tener las tetas grandes o paraditas, o un culito firme. Le molestará todo, será una catarata de fastidio. Se quejará del café muy caliente y del helado muy frío, le molestará que repitas otra vez esa ridícula historia de la adolescencia o que le salpiques el cabello con una mísera gota de esperma. Se irá dedicando más y más a defender sus naturales atributos contra el mucho más natural paso del tiempo, será ése el leitmotiv de su existencia. Destino de frustración.
Después de eso, es de lo más normal, buscarás una mujer inteligente. ¡Peor! Muchísimo peor, un error con características de absoluto. Buscarás una piba que haya estudiado filosofía o ciencias de la comunicación, o incluso psicología. Una mujer que lea de corrido y corrija parciales, que de clases o tenga pacientes que dependan de ella. Una mujer que fuma y que sabe con mayor o menor precisión, con un error de no más de diecinueve centímetros, dónde queda su propio clítoris, y quiere hablar de eso, además.
Pero si la mujer es inteligente, si la mujer cree que es inteligente, le parecerá que freír un par de milanesas es una actividad muy menor, pudiendo perfectamente aprovechar ese tiempo para angustiarse por el hambre en Etiopía. Le parecerá que la práctica del boxeo es una machista demostración, un rústico intento por regresar al tiempo de las cavernas. Le parecerá que cuando comés pizza con ajo a la noche, a la mañana siguiente tenés el aliento de un dragón y ella bien podría estar en Paris, tomando un té con leche con Deleuze. 
Lo que hace falta, lo que hay que encontrar pero casi sin buscar, buscar es parte del problema por paradójico que parezca,  es una mujer con algún trauma. Algún defecto físico menor, una leve bizquera, o una fina renguera, o una mancha de nacimiento, en el rostro, una quemadura. Algo que la haya hecho sentir, desde niña, que no habría nada bueno en el mundo para ella. Una mujer que haya sido golpeada un poco por sus padres, o con un no consumado intento de violación por parte de un tío, una mujer que haya sido mordida por un doberman o que haya salido volando a través del parabrisas en un accidente automovilístico. Algo que le haya dejado bien en claro que el mundo puede perfectamente volverse, en el intervalo de tiempo que dura un instante, un espanto, un horror.
Ahí aparecés vos.

12.12.14

Molestar y doler


Repasemos.
Hay cosas que te van a molestar, y cosas que te van a doler. El problema es que la gente se confunde. La gente va y confunde, lo que le molesta con lo que le duele, lo que le duele con lo que le molesta. 
Y es un problema, dije, porque lo que hay que hacer, ante ambas situaciones, es bien diferente.
En líneas generales, por cierto, tampoco podemos ir caso por caso. En líneas generales, entonces, decía. Ante la molestia, ante lo que molesta, uno debe amigarse. Sí, claro, con la molestia. Uno debe, lo digo como puedo, lo digo como me sale, sintonizarse con esa molestia, y de esa forma, entonces, la molestia molesta menos, mucho menos. O no molesta. Ante el dolor es distinto, pero básicamente lo que hay que hacer, cuando duele, es primero evitar, alejarse del dolor, tanto como se pueda, y recién entonces, acorralado como un jabalí contra el río, combatir. Pero nunca en exceso, sería, si se tratara de un combate de boxeo, de devolver la trompada, al dolor, una suerte de palo por palo.
Ejemplos los que quieras, ejemplos miles. Si escuchás a las dos de la mañana el ruido del aire acondicionado de tu vecino, eso es una molestia. No luches contra el ruido, hacete amigo de ese ruido. Ese ruido será lo que te permita descansar como un bebé. No le toques el timbre a tu vecino, no vayas a ninguna reunión de consorcio, no discutas. Si acariciaste a un perro y te mordió la mano, eso es dolor. No lo sigas acariciando, podés retirar la mano. Si el perro insiste en volver a morderte, aplicale una patada en el hocico, corta, fuerte, la famosísima ‘patada de chancho’. Tampoco saques un .38 corto que te dejó tu abuelo, y le pongas, al perro, tres tiros.
Eso es todo lo que tenés que saber. También es importante que vayas entendiendo, en el mientras tanto, que la vida no es mucho más, está hecha básicamente, de cosas que te molestan, y cosas que te duelen.
El sufrimiento vendría a ser, como los asientos tapizados de cuero de los automóviles. Opcional.

6.12.14

Tenés que entender que era la guerra


Tenés que entender que era la guerra. Íbamos a Villa Gesell, de vacaciones, como diez amigos. Diecisiete años, esas ganas de ser felices, esas ganas de cogerse al universo todo, tan puras, tan tremendas.
Teníamos un par en la barra que eran lindos, y trabajaban para un boliche. Eso nos garantizaba treinta días de diversión nocturna. Nos sentábamos a tomar alcohol a las doce de la noche, en la cocina de la casa, cada uno con su vaso y su asiento asignado. Lo que ahora se llama ‘la previa’, y antes se llamaba, creo, ‘la previa’.
Alquilábamos una casa alejada, lo más barata posible, para llegar había que subir por un camino de tierra los últimos doscientos metros. Le decíamos ‘La Colina’.
Imaginate, diez o doce pibes viviendo ahí, cagando, cogiendo con cualquier cosa que se moviera, comiendo sandía y tirando la cáscara al piso, uno haciendo flexiones de brazos, otro fumando marihuana, otro leyendo una revista de deportes. Los baños tapados, la ducha ínfima, a veces hormigas, a veces cucarachas, a veces las dos cosas, la cocina rota. Éramos salvajes bajados de los árboles, sedientos de experiencias. El mundo era un maravilloso lugar repleto de posibilidades, estábamos vivos.
Pero eso no es lo que quería contar, lo que quería contar es otra cosa. A los nueve días estábamos famélicos. La plata que habíamos llevado alcanzaba apenas para el alcohol, para una hamburguesa en Carlitos a las siete de la mañana, antes de irnos a dormir. Yo me había pasado una semana cenando un cuarto de helado en Tucán (un helado que hoy podría ser considerado sin dificultades un arma química), otros días cenaba un cono de papas fritas. Ni ganas de coger tenía, soñaba con milanesas con puré.
Llegó uno nuevo, se habían ido un par también, extenuados, enojados por algo, porque alguien les había usado la toalla para limpiarse el culo, aturdidos. Lo normal, lo de siempre. Pensá que era como la cárcel, el que llegaba traía sus pertenencias, su ropa. Algo de comida.
Se me acercó L., en el boliche. Yo volvía de haber estado cogiendo en la playa con una tucumana petisa, muy divertida, gordita. Se me había llenado el culo de arena, se me habían paspado los dos huevos.
–Lo revisé, boludo –me dijo L., en el reservado donde me había ido a fumar. 
–¿Eh? –Había estado tomando vodka con seven-up, un vodka de lo más ordinario. Me había bajado más de media botella de ese vodka Don Peters que era veneno puro, lustramuebles, insecticida. Sentía como si algo, un animal furioso y primitivo, me estuviera rasguñando el esternón desde adentro. 
–Le revisé el bolso, al Pipi –dijo L. Pipi era el que había llegado a La Colina esa mañana–. Tiene Nesquik. 
–Nesquik –murmuré, y pensé en la maravillosa lata amarilla. Me relamí, como si estuviera viendo una chica en cuatro patas, flaquita, dispuesta, con el cabello cayéndole sobre la espalda muy blanca. El Nesquik era como soñar despierto, el Nesquik era la cosa más rica del mundo.
L. me explicó el plan. La noche siguiente íbamos a venir a bailar, como todos, como de costumbre. Pero a eso de las cinco de la mañana nos íbamos a ir, íbamos a comprar dos litros de leche en un almacén que estaba abierto las veinticuatro horas. Y nos íbamos a ir a La Colina. Nos íbamos a tomar un litro de Nesquik cada uno.
Eso hicimos. L. había comprado la leche con anticipación, para que no fallara nada, por las dudas, y escondió los cartones durante el día debajo de la cama, en su valija. Encontramos la lata de Nesquik que se había traído el Pipi. Nos sentamos en la cocina. Nos tomamos un litro de Nesquik cada uno. ¡Ah, si Dios había inventado algo mejor, se lo había guardado para él! Me fui a dormir con los bigotes todavía manchados de chocolate, feliz como un bendito.
Algo más, una cosa más. Le habíamos bajado media lata de Nesquik, habíamos estado, entre vaso y vaso, comiendo Nesquik con cucharita, espolvoreando Nesquik sobre unas medialunas de hacía tres días. L. tuvo una idea.
–Hay que rellenar la lata.
–No entiendo –dije.
–Hay que rellenar la lata, para que no se de cuenta –dijo L. 
Fuimos, y rellenamos la lata, la lata de Nesquik, con arena. Pusimos arena mezclada con el Nesquik, y nos fuimos a dormir. Dejamos todo en su lugar, un plan maestro. 
Al día siguiente, me desperté a eso de las cinco de la tarde. Me puse un short para bajar un rato a la playa, ir a tomar una cerveza, fumar un par de cigarrillos. Empezar a pensar cómo podíamos hacer para cenar sin guita. Rutina.
Me lo encontré a M. charlando con A., en la cocina. Jugaban a las cartas.
–Qué tal –dije.
–Che, se fue el Pipi –dijo M.
–¿Se fue? –dije yo–. Qué raro, no aguantó ni dos días.
–Se hizo el desayuno, al rato vino, y nos dijo que éramos todos una mierda –A. tiró una carta–. Dijo que éramos malas personas, que no quería tener nunca más nada que ver con ninguno de nosotros. Dijo que Dios nos iba a castigar.
–Raro –dijo M., aprovechó que A. estaba mezclando para cortarse las uñas de los pies, sobre la mesa. Tenía las uñas muy duras, y amarillas–. Se lo veía mal al Pipi. Le pregunté qué le pasaba, pero no me dijo nada. Me pareció que lloraba.
–No sé –dije yo–. Quizás extrañaba a la familia. Viste que para estar acá y hacer la que hacemos nosotros, seguirnos el ritmo, tenés que ser un tipo especial. Esto no es para cualquiera.