6.12.14

Tenés que entender que era la guerra


Tenés que entender que era la guerra. Íbamos a Villa Gesell, de vacaciones, como diez amigos. Diecisiete años, esas ganas de ser felices, esas ganas de cogerse al universo todo, tan puras, tan tremendas.
Teníamos un par en la barra que eran lindos, y trabajaban para un boliche. Eso nos garantizaba treinta días de diversión nocturna. Nos sentábamos a tomar alcohol a las doce de la noche, en la cocina de la casa, cada uno con su vaso y su asiento asignado. Lo que ahora se llama ‘la previa’, y antes se llamaba, creo, ‘la previa’.
Alquilábamos una casa alejada, lo más barata posible, para llegar había que subir por un camino de tierra los últimos doscientos metros. Le decíamos ‘La Colina’.
Imaginate, diez o doce pibes viviendo ahí, cagando, cogiendo con cualquier cosa que se moviera, comiendo sandía y tirando la cáscara al piso, uno haciendo flexiones de brazos, otro fumando marihuana, otro leyendo una revista de deportes. Los baños tapados, la ducha ínfima, a veces hormigas, a veces cucarachas, a veces las dos cosas, la cocina rota. Éramos salvajes bajados de los árboles, sedientos de experiencias. El mundo era un maravilloso lugar repleto de posibilidades, estábamos vivos.
Pero eso no es lo que quería contar, lo que quería contar es otra cosa. A los nueve días estábamos famélicos. La plata que habíamos llevado alcanzaba apenas para el alcohol, para una hamburguesa en Carlitos a las siete de la mañana, antes de irnos a dormir. Yo me había pasado una semana cenando un cuarto de helado en Tucán (un helado que hoy podría ser considerado sin dificultades un arma química), otros días cenaba un cono de papas fritas. Ni ganas de coger tenía, soñaba con milanesas con puré.
Llegó uno nuevo, se habían ido un par también, extenuados, enojados por algo, porque alguien les había usado la toalla para limpiarse el culo, aturdidos. Lo normal, lo de siempre. Pensá que era como la cárcel, el que llegaba traía sus pertenencias, su ropa. Algo de comida.
Se me acercó L., en el boliche. Yo volvía de haber estado cogiendo en la playa con una tucumana petisa, muy divertida, gordita. Se me había llenado el culo de arena, se me habían paspado los dos huevos.
–Lo revisé, boludo –me dijo L., en el reservado donde me había ido a fumar. 
–¿Eh? –Había estado tomando vodka con seven-up, un vodka de lo más ordinario. Me había bajado más de media botella de ese vodka Don Peters que era veneno puro, lustramuebles, insecticida. Sentía como si algo, un animal furioso y primitivo, me estuviera rasguñando el esternón desde adentro. 
–Le revisé el bolso, al Pipi –dijo L. Pipi era el que había llegado a La Colina esa mañana–. Tiene Nesquik. 
–Nesquik –murmuré, y pensé en la maravillosa lata amarilla. Me relamí, como si estuviera viendo una chica en cuatro patas, flaquita, dispuesta, con el cabello cayéndole sobre la espalda muy blanca. El Nesquik era como soñar despierto, el Nesquik era la cosa más rica del mundo.
L. me explicó el plan. La noche siguiente íbamos a venir a bailar, como todos, como de costumbre. Pero a eso de las cinco de la mañana nos íbamos a ir, íbamos a comprar dos litros de leche en un almacén que estaba abierto las veinticuatro horas. Y nos íbamos a ir a La Colina. Nos íbamos a tomar un litro de Nesquik cada uno.
Eso hicimos. L. había comprado la leche con anticipación, para que no fallara nada, por las dudas, y escondió los cartones durante el día debajo de la cama, en su valija. Encontramos la lata de Nesquik que se había traído el Pipi. Nos sentamos en la cocina. Nos tomamos un litro de Nesquik cada uno. ¡Ah, si Dios había inventado algo mejor, se lo había guardado para él! Me fui a dormir con los bigotes todavía manchados de chocolate, feliz como un bendito.
Algo más, una cosa más. Le habíamos bajado media lata de Nesquik, habíamos estado, entre vaso y vaso, comiendo Nesquik con cucharita, espolvoreando Nesquik sobre unas medialunas de hacía tres días. L. tuvo una idea.
–Hay que rellenar la lata.
–No entiendo –dije.
–Hay que rellenar la lata, para que no se de cuenta –dijo L. 
Fuimos, y rellenamos la lata, la lata de Nesquik, con arena. Pusimos arena mezclada con el Nesquik, y nos fuimos a dormir. Dejamos todo en su lugar, un plan maestro. 
Al día siguiente, me desperté a eso de las cinco de la tarde. Me puse un short para bajar un rato a la playa, ir a tomar una cerveza, fumar un par de cigarrillos. Empezar a pensar cómo podíamos hacer para cenar sin guita. Rutina.
Me lo encontré a M. charlando con A., en la cocina. Jugaban a las cartas.
–Qué tal –dije.
–Che, se fue el Pipi –dijo M.
–¿Se fue? –dije yo–. Qué raro, no aguantó ni dos días.
–Se hizo el desayuno, al rato vino, y nos dijo que éramos todos una mierda –A. tiró una carta–. Dijo que éramos malas personas, que no quería tener nunca más nada que ver con ninguno de nosotros. Dijo que Dios nos iba a castigar.
–Raro –dijo M., aprovechó que A. estaba mezclando para cortarse las uñas de los pies, sobre la mesa. Tenía las uñas muy duras, y amarillas–. Se lo veía mal al Pipi. Le pregunté qué le pasaba, pero no me dijo nada. Me pareció que lloraba.
–No sé –dije yo–. Quizás extrañaba a la familia. Viste que para estar acá y hacer la que hacemos nosotros, seguirnos el ritmo, tenés que ser un tipo especial. Esto no es para cualquiera. 

7 comentarios:

Zeithgeist dijo...

El karma te esta esperando a la vuelta de la esquina SABELO

Pipipi 7 dijo...

Jajaja, hacía mucho no te leía, y como siempre, me sorprendés. Las vacaciones de ese tipo son las mejores, eso de sentir que estás en la selva y que todo vale, es genial, siempre y cuando tengas algo de suerte :P
Abrazo.

J. Hundred dijo...

*zeithgeist! el karma es más o menos como cuando te recargan la tarjeta ‘sube’. que, por paradójico que parezca, te suele llevar la mayoría de las veces hacia abajo.
https://www.youtube.com/watch?v=EqP3wT5lpa4

*belén be! la gente que me leía, por lo general en algún momento deja de leerme. también puede suceder que yo, en algún momento, deje de escribir. como dije tantas veces, y hace quizás algún tiempito que no digo, pero es muy importante repetirlo, practicarlo: que nos vaya bien a todos. ah, la abrazo con particular interés.

Alelí dijo...

No paré de reirme!!

Que buenas vacaciones!! Los que nunca tuvieron algo así o entienden nada de la vida.

J. Hundred dijo...

*alelí! usted se ríe, y el mundo se vuelve un lugar muchísimo más interesante. le mando un beso en la frente.

Mr. Kint dijo...

Otra de las pequeñas joyas que usted nos tiene acostumbrado.
Vivencias y recuerdos me trajeron.

Yo me equivoqué y pagué, pero el Nesquik, el Nesquik no se mancha.

Abrazo reiterado.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! cuando entrevistan a alguien, a algún boboncho, por televisión, y la luminaria afirma temeridades como ‘no me arrepiento de nada’, bueno. yo me arrepiento, prácticamente, de todo. eso viene a explicar, en parte, por qué no aparezco en la televisión. lo abrazo con arrepentimiento.