28.12.17

Algunas cosas que tenés que saber antes de salir a la calle

La billetera buscala donde la perdiste.
No me cuentes tu vida. No le cuentes tu vida a nadie, salvo que te pregunten. Tu vida tiene la relevancia de un pedo en una tormenta eléctrica.
Cada tanto, en medio de una conversación sobre cualquier tema, podés decir ‘la naturaleza no tiene ángulos rectos’, o ‘el universo no fabrica ángulos rectos’. Eso te transformará de inmediato en una persona interesante.
Entre los problemas de la abundancia y los problemas de la escasez, prefiero los problemas de la abundancia.
No confundas conveniencia personal con orden universal, no jodas más con eso.
No trates de tener razón, todo el mundo tiene excelentes motivos para hacer lo que hacen. Así funciona el planeta tierra.
El subte viene lleno.
Todo lo que te parecía importante en algún momento dejará de serlo. Y cuando llegue ese momento no lo vas a poder creer, yo sé lo que te digo.
No existe un ránking de tragedias.
El criterio es la alegría.

*ah, y que nos vaya bien a todos.

21.12.17

La búsqueda del tesoro


A veces voy al subterráneo, temprano, entre las ocho y las nueve de la mañana. Bajo al andén, en cualquier estación, del lado de enfrente al que está todo el mundo. La gente va para el centro. Me siento en el andén, en un banco o en el piso, apoyo la espalda contra la pared. Me quedo quince o veinte minutos viendo pasar los subtes. Llega más gente, enfrente, y más gente, es la hora pico. Yo enciendo un cigarrillo, una vez se me acerco alguien, otro pasajero supongo, y me dijo ‘señor, no se puede fumar acá’. No le dije nada, ni lo miré, seguí fumando.
A veces voy a la cancha de River o al club Obras Sanitarias, un sábado a la tarde. Antes leí en el diario que hay un recital, que vino a la Argentina AC DC o Luis Miguel o un hiphopero portorriqueño que usa el pelo muy cortito y como pegoteado a la cabeza y dice muchas veces ‘pana’ o ‘broder’ o ‘vaina’ y canta canciones donde dice todo lo que le va a hacer a una determinada mujer, pero lo que exuda, lo que transmite, es que quiere ser sodomizado por un chino, por un negro, por un enano, por un chino negro enano de ser posible. Dicen que es el recital del año. Me pongo en la fila, tres o hasta cinco horas antes, me apretujo con la gente bajo la lluvia, las chicas gritan por cualquier cosa, alguien se agarra a trompadas con otro alguien, hay olor a faso. Me quedo un par de horas y cuando finalmente estoy por llegar a la puerta, cruzar el control, me aparto como si estuviera esperando a una persona o me hubiera olvidado de comprar papel higiénico.
A veces voy algún domingo a la mañana a Palermo, donde está anunciada una maratón, miles de persona echando humito por la boca. El chuic chuic de las zapatillas preparándose para masticar el asfalto. Hay saludos, una clase de furia contenida, algunos africanos que deben tener las porongas del tamaño de antebrazos humanos, chicas en calzas, casi puedo imaginar el olor de esos culos transpirados, esas chicas dispuestas a correr 21 kilómetros pero que serían incapaces de traerte un vaso de agua a la cama. Voy con ropa deportiva, me vuelvo a atar los cordones de las zapatillas, estiro un poco. Y me quedo sentado a un costado, al rato me voy a desayunar.
Y no, la verdad que no lo he logrado, lo admito, no pude encontrar nada que me interese, ni un poquito, en la vida. Pero no hacer nada de lo que hacés vos, no tener casi punto de contacto con vos, eso sí me sirve. Algo es algo.

14.12.17

Hacia el azul


Corría, corría por mi vida. Era la noche más oscura que yo pudiera recordar, y corría. Estaba agitado, sudoroso, una leve brisa se mezclaba con el sudor y me enfriaba el cuerpo. Sentía arañazos, las ramas me rozaban la frente o la boca o el cuello o la nariz, sentía los raspones pero sabía que la única opción era continuar, seguir.
Debía escapar, una sensación que no podía ni necesitaba ser verbalizada. Tenía que escapar, tan angustiante, tan indefectible. Me dolían los pies, los desnudos pies, y sobre todo las rodillas.
Correr porque en eso te va la vida, correr y al mismo tiempo saber que no vas a poder, que tu esfuerzo no será suficiente. Que en algún momento, en algún cada vez más cercano momento vas a desfallecer, vas a caer, exhausto, exánime, famélico, y entonces todo habrá sido en vano.
Insistir, seguir, con esa terquedad que iba más allá de toda explicación. La obstinación de ser, de seguir siendo, ‘la tentación de existir’, había escrito alguna vez Cioran. Se me vino la frase a la mente, qué buen título.
Pero no podía, ya no podía. En el borde exacto de mis fuerzas, sentí un pinchazo, la espalda, justo en la base de la columna, me desinflé de un prolongado, lastimero suspiro. De rodillas, las manos hundiéndose en la fangosa superficie, bajé la cabeza.
Entonces abrí los ojos. No, no estaba durmiendo, qué durmiendo. Estaba cogiendo, con vos. Supe que no iba a poder completar la faena. Vos estabas ahí, echada sobre la cama. Era la muerte, era tan triste.

7.12.17

Café con leche con medialunas y tantas pero tantas maneras de contarlo


Fui a Pinamar fuera de temporada. Agosto, un frío del carajo. Tenía que vender un departamento que había dejado mi abuela. Cuarenta metros en un edificio cagado a palos pero bien ubicado, la inmobiliaria me había dicho que tenía un interesado. Habíamos pedido cien lucas, imposible, pero ochenta tenía que valer. Le tenía que dar la mitad a mis primos, pero cualquier cosa me servía. Me había quedado sin laburo y me había separado de Mónica hacía más de dos años y me seguía reclamando plata. Con la venta del departamento me enderezaba, quedaba nivelado, sacaba la cabecita del agua. Pagaba todo lo que debía y tiraba quizás seis meses. En seis meses algo se me tenía que ocurrir.
Había arreglado con el tipo de la inmobiliaria a las once, era viernes. Me había ido a pinamar el jueves, y pensaba quedarme hasta el lunes. Volver con el departamento vendido y la cabeza despejada.
Me desperté temprano, caminé por la playa. Me fui a desayunar a Innsbruck, el mundo no podía ser tan malo.
Pedí un café con leche con medialunas de manteca, hacía un frío del carajo y había algunos vivos que habían logrado escapar de la ciudad y vivían refugiados. Saben que no sos de ahí y te miran raro.
Entró una mujer, menos de treinta años. Con calzas de gimnasia y buzo cerrado hasta el cuello. Morocha, con lentes de sol, se notaba que estaba bárbara. Flaca, flequillito Stone, debía venir de hacer una clase de algo.
Se sacó los lentes como si buscara algo, una revista, una mesa, un conocido. Vino directo hacia mí.
–¿Juan? –Asentí–. Permiso –dijo y se sentó. Pidió un café, me pareció que el mozo la conocía. Se abrió un poco el cierre del buzo, parecía recién bañada y olía a perfume, algo floral y sutil, algo japonés, eso pensé.
–Qué decis, Juan. Acá estamos.
–Ehh –dije–. Disculpame, no sé quién sos.
–Mirá –dijo–. Pasaba y te vi y dije ¡no puede ser, Juan! En la secundaria nos conocimos. En un baile en la casa de Miguel. Nos miramos y supimos, como sólo dos adolescentes pueden saberlo, que éramos el uno para el otro. Nos fuimos al balcón, ¿te acordás? Nos besamos, compartimos un cigarrillo. Después viste cómo es, me fui a vivir a Entre Ríos, nos dejamos de ver, la vida. No me digas que te viniste a vivir a Pina porque me muero de alegría. Mirá dónde nos venimos a encontrar.
–Mirá –dije, tomé un sorbo de café con leche–. No sé. Estás bárbara, te invito a cenar, a vivir conmigo, lo que quieras. Pero lo que me estás contando no sucedió, no sé quién es Miguel. Si te hubiera dado un beso alguna vez te juro que me acordaría.
Se hizo una pausa, me tocó una mano por encima de la mesa.
–Bueno, tenés razón –dijo–. La verdad que ayer chocaste en la ruta, estás muerto. Terminá de desayunar y nos vamos, tenés que venir conmigo.