30.5.08

Señor inventor del maní con chocolate

Señor inventor del maní con chocolate:
¡Señor! Deseo manifestarle por este medio mi más profunda admiración y respeto. Usted ha logrado, de manera única, genial, e irrepetible, conjugar lo mejor de lo salado con lo mejor de lo dulce, llevando el concepto de sabor a un nuevo pedestal. Usted demuestra en su genialidad, como al pasar, la existencia de un maravilloso mundo plagado de exquisitas posibilidades, ahí nomás, con sólo atreverse a estirar un poquito la mano del talento. Usted es digno merecedor, por su creación, del premio Nobel de la paz, o del Pulitzer, o del Oscar. Usted, además de regalarle alegría a quién sabe cuántos millones de personas por quién sabe cuánto tiempo, es fuente de inspiración al evidenciar que la magia está hecha de sencillos componentes, y es por eso, por la potencia creadora que allí subyace, por lo que fomenta, por demostrar que un mundo mejor es posible y vale la pena intentarlo, que cualquier homenaje hacia su persona siempre pecará de insignificante.
Sin ir más lejos, el otro día, yo mismo probé mezclar dulce de leche con sal gruesa. Los resultados no fueron satisfactorios, pero no me desanimo.

27.5.08

¿Por qué a mí?

Si te pinto un Van Gogh, me dirás que esos colores chillones no hacen juego con el empapelado que pusiste en el living.
Si te compongo una sinfonía de Beethoven, me dirás que todo ese bochinche te distrae y no te deja cortar las uñas tranquila.
Si te escribo una novela de Faulkner, me dirás que es ridículo que a alguien se le ocurra ponerle a un condado el nombre de Yoknapatawpha.
Si te doy una patada en el culo, con todas mis fuerzas, me dirás que te olvidaste, que no te diste cuenta, y bajarás a comprar queso rallado a una velocidad inaudita. Y en la fiambrería, al cruzarte con una vecina, le dirás que estás viviendo con un bruto, que tuviste mala suerte en la vida.

24.5.08

Fracasing

Tengo una buena noticia, y una mala. La buena es que fracasaste. La mala es que todavía no lo sabés.
Tengo una buena noticia, y una mala. La buena es que fracasaste. La mala es que no lo entendés.
Tengo una buena noticia, y una mala. La buena es que fracasaste. La mala es que insistís en cambiar de vida, como si se tratara de un electrodoméstico defectuoso que todavía se encuentra dentro del período de garantía.

21.5.08

Sanador

Existe una técnica de sanación, una técnica curativa, no tradicional por cierto, basada tal vez en las profundidades de la fe y en el poder de quien la ejerce, llamada, la técnica, ‘imposición de manos’.
Créase o no, porque está permitido dudar, porque están quienes la consideran a la altura de cualquier otra superchería, existen numerosos casos en la historia de sujetos, individuos con ese poder, esa capacidad, la cual, una vez llevada adelante alguna suerte de contrastación empírica y corrida la voz, transformaba al sujeto practicante, lo elevaba a la categoría de semidios.
Entonces el sujeto pierde el control de su reputación, la misma se derrama como un bendito líquido y los enfermos, los que sufren, acuden a él en busca de alguna esperanza, de algún alivio.
Lo que te haya contrariado, tal vez, lo que te haya provocado cierto resquemor, es que la dolencia que te aqueja se encuentra ubicada en las honduras de tu mente, en tu cabeza. Y yo he comenzado, sin dilaciones, el trabajo, la cura, la imposición de manos, por tu culo.

18.5.08

Certezas

Mónica termina su café, enciende un cigarrillo con un gesto algo teatral, algo estudiado, da una pitada larga que parece satisfacer los más recónditos recovecos de sus pulmones, y dice:
Lo que pasa es que me gusta demasiado el sexo los hombres creen que pueden colmar mis apetitos con un poco de rústicos movimientos de sus fatigados pitos y eso no es suficiente pareciera que nunca han tenido una vida sexual satisfactoria que no han aprendido nada que no les han enseñado y eso es algo que me deja perpleja y también les molesta una mujer que piensa porque los hombres quieren hacer alguna boludez como por ejemplo el fuego hay que prepararlo con tiempo para que no se arruine el asado y quieren que una sonría con la boca abierta como si el tipo fuera Liam Gallagher en su mejor momento pero basta que una les tire al carajo un argumento para que entren en pánico porque si una mina piensa entonces no va a alcanzar con que repitan las dos boludeces de siempre que se acuerdan de memoria y encima no soportan que una sea independiente que una se pueda comprar su ropa sin ayuda y que una no tenga la obligación de volverse un caniche mendicante que espera con la lengua afuera que el salame de turno se digne meter la mano en el bolsillo y no hay sonrisa más obscena que la de un hombre cuando te mira mientras saca la billetera como si fuera la madre de todas las pijas y una no fuera capaz de lavarse los dientes sin la magnanimidad del imbécil que de manera asquerosa y condescendiente nos paga el café más aburrido del mundo mientras se cree Mickey Rourke en nueve semanas y media antes que las cirugías lo dejaran con la cara como un kilo trescientos de carne picada que se te acaba de caer al piso.
–Puede que tengas algo de razón, Mónica –dije–. Pero hablás mucho.

15.5.08

Preguntas, respuestas

Voy a la Avenida Alvear. Entro a Ermenegildo Zegna. Compro un traje, una camisa, una corbata, zapatos, medias, cinturón. No pregunten el precio, olvídense del precio. Es ropa elegante, de la mejor.
Salgo así vestido y voy a una carnicería de mi barrio. La carnicería se llama ‘El Toro Willy’, así se llama. Compro, después de algunas discusiones, media res. Pido que me coloquen la media res sobre los hombros, sobre el traje recién comprado.
Salgo a caminar, entonces, cargando la media res. Algunas personas ríen, otras se sorprenden, otras me preguntan si estoy siendo filmado, si lo que estoy haciendo es para algún programa de televisión.
Motivado por el alboroto, un agente de policía que suele estar apostado en la puerta de una farmacia, se me acerca. Me pregunta qué estoy haciendo. Me pregunta si me siento bien. Me pregunta si necesito ayuda.
Me olvidé de decir que el traje es blanco. Me olvidé de decir que la carne, por el movimiento, por la diferencia de temperatura en relación con la cámara frigorífica donde descansaba, está comenzando a soltar algunos jugos.
Miro al policía y le respondo que no necesito ayuda, que no me siento bien, y que no tengo la más mínima idea de lo que estoy haciendo.
Después, con una complicada maniobra, consigo rascarme la nariz.

12.5.08

La mesa de al lado

Yo no sé qué pasa últimamente, pero no importa dónde vaya, dónde me siente, alguien se sienta en la mesa de al lado. Y ese alguien que se sienta en la mesa de al lado, siempre hace algo que me molesta. Habla, o me mira, o respira de una manera incorrecta, de una manera inadecuada.
Y es ese alguien, sentado siempre en la mesa de al lado, el que me arruina el mágico momento de estar sentado mirando por la ventana.
Así que después de pensar el tema con inusual rigor, encontré un curso de acción a seguir. Cuando entro a un bar, en lugar de escoger azarosamente una mesa para mí, me concentro, pongo mis mayores esfuerzos en detectar cuál será la mesa de al lado.
Entonces me siento en la mesa original, la mesa que hubiera elegido para mí. Viene el mozo y pido algo, cualquier cosa, lo de siempre, lo habitual según el caso. El mozo toma el pedido con su costra de indiferencia rayana en el desprecio, y cuando está por irse, lo detengo.
–Y traiga también un licuado de banana con leche y un tostado de jamón y queso, para la mesa de al lado –y señalo la mesa donde quiero la última parte del pedido, la mesa de al lado.
El mozo, acostumbrado a ver la locura en estado puro: hombres que llevan en el maletín un hámster y comparten con el bicho una porción de torta de ricota, mujeres que roban sobrecitos de azúcar y van al baño a espolvorearse con azúcar el escote, escribanos que sueñan con ser putas y putas que sueñan con ser escribanos, esas cosas, el mozo, entonces, obedece con un encogimiento de hombros.
Pero la cosa se pone peor. Porque descubro que en la mesa de al lado alguien ha pedido, al rato, cuando miro, cuando presto atención, exquisitos manjares y por alguna razón no los prueba, no se mueve, permanece en silencio, oculto, observándome, estudiándome, y yo ni siquiera consigo imaginar su rostro, mientras el sujeto se divierte al ver que me fastidia sin que yo pueda hacer nada para evitarlo.

9.5.08

Séptimo B

La otra noche, al edificio donde vivo, por decirlo de alguna forma, vino la policía. No cualquier policía, según me informa el portero sin que le pregunte, porque no hay absolutamente nada para preguntarle a un portero, porque cualquier pregunta que se le haga a un portero es retórica. Ejemplo 1: ¿Llueve? No hay más que dar cinco o siete pasos, o mirar a través del vidrio. Ejemplo 2: ¿Ganó Boca? El partido fue ayer. Fin de los ejemplos.
No cualquier policía, dijo el portero, sino una brigada especial. Se llevaron detenido al vecino del séptimo B. Esta mañana, en los diarios, está la foto, tres cuartos de perfil, del vecino del séptimo B. El título de la noticia, en un diario, es ‘atraparon al asesino de la nariz roja’. La nota explica que fue finalmente atrapado, merced a un trabajo de inteligencia policial, si la contradicción es admisible, un asesino serial. El asesino iba por su víctima número veintisiete. Mataba mujeres, de cualquier edad. No las violaba, ni las mutilaba. Antes de huir, les colocaba sobre la nariz, una nariz roja, de payaso, con su correspondiente bandita elástica.
El asesino de la nariz roja estrangulaba a sus víctimas. También era conocido como ‘el payaso asesino’. Era el hombre más buscado por la policía.
El asesino se niega a declarar el porqué, los motivos de sus acciones. Sigo el caso por televisión.
Lo insondable, las honduras de la mente humana, sus vericuetos que nadie sabrá jamás dónde conducen.
Recuerdo que el hombre estaba de traje, por lo general, sin corbata, y prolijamente peinado con raya al costado. Los domingos a la mañana, cuando yo suelo ir a comprar el diario, lo veía temprano, muy tranquilo, paseando su perro. Un perro salchicha, simpático en su andar, que se llama Wilbur.
También recuerdo que fue una de las pocas personas, sino el único vecino, con el que tuve un interesante intercambio de palabras, lo más parecido a una conversación, respetuosa y plagada de ingenio, mientras aguardábamos el ascensor.

6.5.08

Permiso para perder

Quiero que sepas que estoy mucho más orgulloso de todo aquello que me salió mal, que de todo lo que me haya salido bien.
Quiero que sepas que respeto el odio cosechado, mucho más que el amor.
Quiero que sepas que el estado de deseo es más luminoso que el estado de satisfacción.
Quiero que sepas que la carencia, el fracaso, la frustración, son el más magnífico de los motores.
Y si tuviera que elegir tu aguachenta felicidad a base de módicos y tradicionales logros, hecha de melancólicas vueltas en calesitas prestadas, entonces, prefiero revolcarme como un rinoceronte en el barro de todo lo que no me sucederá jamás.

3.5.08

Antídoto

canillas que gotean.
encendedores que no encienden.
medias agujereadas.
ascensores desobedientes.
semáforos amarillos de tanta nicotina.
vecinos y peatones,
caras sin una sola expresión.
perros que renguean
para siempre perdidos
mientras sueñan con un paraíso
donde las nubes son churrascos.

mañanas en las que vislumbro
el soberano poder de tu sonrisa.