Voy a una panadería, una panadería del barrio, muy conocida, hacen productos de calidad. Me atiende una chica, tiene puesto una especie de delantal anudado a la espalda, y lleva el cabello cubierto con un pañuelo que hace juego, no con el cabello, sí con el delantal. Está cansada, está triste, se fastidia cuando una medialuna logra zafarse por un instante del brusco chasqueo de su pinza, pone cara cuando algún cliente pide que le den otra factura, la que tiene más dulce, envuelve los panes con un exceso de énfasis, ticketea en la caja como si quisiera atravesar las teclas para ver qué hay del otro lado.
Le pido una torta. Una torta que vi en la vidriera, con dulce de leche en medio de dos capas de bizcochuelo, y una tremenda dosis de crema cubriendo toda la superficie. La altitud de la crema es igual a la altura del bizcochuelo. Serán diez centímetros de bizcochuelo, con dulce de leche, y diez centímetros de crema encima. Es la especialidad de la casa, la torta, lleva el nombre de la panadería, pesa un kilogramo y medio.
–Una de esas –le digo. Y cuando la saca de la vitrina para envolverla, cuando la pone por un instante sobre el mostrador recubierto de un horrendo plástico naranja, levanto una mano, como si estuviera deteniendo un imaginario vehículo–. Dejame verla un momento, por favor.
Tomo la torta y con un simpático movimiento me la estampo, con fuerza, contra el rostro. Por un momento logro separar las manos de la base de la torta, y aún así la torta permanece adherida a mi cara. Procedo entonces al despegado, luego apoyo la torta, lo que quedó, sobre el mostrador, y utilizo ambos dedos índices a modo de limpiaparabrisas, sobre mis párpados cerrados, para entonces sí, poder abrir los ojos.
Hay cuatro o cinco clientes que han quedado estupefactos. La chica ha intentado protegerse, cubriéndose el pecho con las manos. Un perro ladra del otro lado del vidrio.
–Pero –dice la chica–. Señor.
–Charáaan –abro un poco los brazos, muestro las palmas, y entonces sí, ella se permite la risa franca, la carcajada contenida–. Quería ver si algunas cosas todavía siguen funcionando. Y quería verte sonreír. Cobrame, por favor.
Le pido una torta. Una torta que vi en la vidriera, con dulce de leche en medio de dos capas de bizcochuelo, y una tremenda dosis de crema cubriendo toda la superficie. La altitud de la crema es igual a la altura del bizcochuelo. Serán diez centímetros de bizcochuelo, con dulce de leche, y diez centímetros de crema encima. Es la especialidad de la casa, la torta, lleva el nombre de la panadería, pesa un kilogramo y medio.
–Una de esas –le digo. Y cuando la saca de la vitrina para envolverla, cuando la pone por un instante sobre el mostrador recubierto de un horrendo plástico naranja, levanto una mano, como si estuviera deteniendo un imaginario vehículo–. Dejame verla un momento, por favor.
Tomo la torta y con un simpático movimiento me la estampo, con fuerza, contra el rostro. Por un momento logro separar las manos de la base de la torta, y aún así la torta permanece adherida a mi cara. Procedo entonces al despegado, luego apoyo la torta, lo que quedó, sobre el mostrador, y utilizo ambos dedos índices a modo de limpiaparabrisas, sobre mis párpados cerrados, para entonces sí, poder abrir los ojos.
Hay cuatro o cinco clientes que han quedado estupefactos. La chica ha intentado protegerse, cubriéndose el pecho con las manos. Un perro ladra del otro lado del vidrio.
–Pero –dice la chica–. Señor.
–Charáaan –abro un poco los brazos, muestro las palmas, y entonces sí, ella se permite la risa franca, la carcajada contenida–. Quería ver si algunas cosas todavía siguen funcionando. Y quería verte sonreír. Cobrame, por favor.
15 comentarios:
Me encantó su actitud! lo suyo es magnífico. logró sacarla de su rutina aburrida! y a mi también me robó una sonrisa.
Debemos ir a la misma panadería.
Besos pegoteados!
Dicte cursos, abra escuelas, tenga hijos.
Necesitamos más gente así.
Hay cosas que nunca pasan de moda.
Un saludo.
La de la panadería, ella, era yo.
Tanto en el caso de Little Wing como en el caso de Viejo truco, lo creo capaz.
Si. Lo creo total y absolutamente capaz de ambas acciones.
Creo que escapan de la ficción del blog y me animo a suponer que en ambos casos son anécdotas autoreferenciales.
Lo cual, mi estimado, no sé si me da paz o temor.
Contradicciones que ustede genera ¿vio?
Entre la ternura y la locura... 10 cm. de crema batida.
*alelí! es que no soy sólo una garompa bonita. también tengo sentimientos.
*bugman! uh! gracias.
*yoni bigud! un saludo.
*
*mar! ‘soy contradictorio, contengo multitudes’, dijo whitman. también dijo ‘servime otra porción’, esto último lo dijo en una pizzería de new york, más precisamente en camden village.
*condesa! a veces le diría tantas cosas, a veces no sé qué decirle.
jajajajaajaaja, me hiciste feliz!!!
*rosario! es mucho mejo así.
Felicitaciones por el texto por el premio y por todo. Este blog merece eso y mucho más.
Ahora sí (el torpe de recién fui yo):
¡FELICITACIONES!
*mauro! no sé, no estoy en condiciones de saber, si sus palabras son un juicio de valor, o cortesía. en cualquier caso, muchas gracias.
*unServidor!
*unServidor! le agradezco la torpeza.
Excelente relato, primero admiración, risas luego, profunda emoción al final. Siempre que estoy frente a una gran obra me emociono, ya sea una película, libro, canción, o un pequeño gran relato como este.
Marcelo Oliva
*marcelo oliva! una formidable gentileza de su parte. gracias.
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