20.6.07

Toxicología

El problema con la felicidad acontece, se desarrolla, como con cualquier otra sustancia. Uno comienza por una sana inquietud, una genuina curiosidad. Luego, sin mediar demasiado tiempo, uno se transforma en un consumidor social. Ahí nomás, sin fanfarrias ni clarines, se pasa al exceso. Uno se vuelve un adicto. Es entonces cuando, en un resquicio de lucidez, uno toma conciencia que deberá emplear la totalidad de las restantes energías, el mayor de los esfuerzos, en dejar el hábito.
Porque la felicidad también te mata.

3 comentarios:

Tango dijo...

Verdad supina. De eso puedo dar cátedra.

Saludos

Br.

Anónimo dijo...

Si pudiera personificar a la felicidad, la representaría como un dealer que decidió retirarse del negocio y dejó a la humanidad con un constante síndrome de abstinencia.

J. Hundred dijo...

*bromoluz! ojo con eso de andar dando cátedra. los hipotéticos alumnos suelen preferir, más que las hipotéticas cátedras, los hipotéticos recreos.
*anónimo. si tuviera entonces yo que personificar la felicidad, diría que es un almacenero gordo, sudoroso, desprolijo, con abundante caspa, con pelos que brotan de sus orificios nasales y auditivos, que te entrega una horma de cinco kilos de queso cuartirolo, y un dado, de un centímetro de lado, de dulce de membrillo. se fija en una mugrienta libreta, asiente, y dice ‘sí, me dejaron anotado que te diera esto’. y la felicidad vuelve a colocarse la birome detrás de una oreja y sonríe, apenas, mientras uno se lleva, presuroso y confundido, lo que le ha tocado.
*y gracias.