20.10.07

Mi amigo H. hace todo lo que está a su alcance

Mi amigo H. me cuenta que la velada había sido más o menos como de costumbre. Su novia había llegado del trabajo. El pidió comida en el lugar de siempre. Comieron; terminaron una botella de un malbec sin pretensiones que había sobrado del fin de semana. Cogieron con el mínimo interés que da una convivencia superior al año y medio. Alguien gritó: ¡Ah! Quizás fue ella, quizás fue él. Se quedaron con el televisor encendido. Ella fumó un cigarrillo. Se quedaron dormidos.

Entonces él se levantó tratando de no hacer mucho ruido. Fue a la cocina; tomó un vaso de agua para despejarse, y volvió con el paquete de azúcar que había comprado esa misma tarde. Ella dormía, como siempre. Boca arriba.
Tuvo que bajarle la bombacha, muy despacio, para que no se despertara. Pero la bombacha tenía el elástico vencido, y eso facilitó la tarea.
Y él mismo, mi amigo H., cargó una cuchara sopera de azúcar tanto como era posible. Y espolvoreó la vagina de su novia, con sumo cuidado. Le llevó un minuto y medio, dos como mucho, completar la maniobra. El triángulo mágico quedó en su totalidad cubierto de azúcar. Su novia dormía con la boca abierta.
Mi amigo H. se acostó a dormir.
A la mañana siguiente sonó el despertador y ella, su novia, saltó de la cama y prendió la ducha; mi amigo H. contaba con esa parte de la rutina.
Mi amigo H. preparó café y su novia salió del baño para desayunar, para vestirse, para irse a su trabajo.
En las dos o tres palabras que cruzaron él notó que tal vez el experimento no había generado efecto alguno. Que su novia no mostraba la más mínima evidencia de haberse vuelto más dulce.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Más le valdría a su amigo, entonces, recurrir a la recién mencionada ley de los grandes números para encontrar un caramelo más dulce.

J. Hundred dijo...

*anónimo. o tal vez repetir la cucharada, quién sabe cuántas veces. en cualquier tratamiento, no alcanza nunca con la primer gragea. tengo para mí que a las enfermedades no se las derrota de un tiro, sino que se las tuerce. y es otra de las cosas que yo tanto lamento.

Roedor dijo...

No, está todo mal desde el mismo comienzo y su amigo debió haberse ahorrado el experimento:

Ninguna mujer que valga la pena se pone la bombacha después de coger.

Anónimo dijo...

Muy buena observación, Roedor. Sí señor.

Anónimo dijo...

usté se la sabe lunga, roedor

J. Hundred dijo...

*roedor! llevo un tiempo por aquí, dejando la piel del prepucio en estos absurdos fragmentos, y no recuerdo haber visto una afirmación tan temeraria. pero es evidente, así lo exudan sus palabras, que habla usted después de haberse sumergido en el candente crisol de la experiencia. podríamos decir tal vez, parafraseando al diego, que la bombacha no se mancha.