18.9.15

Juntos


Estábamos esperando hacía un buen rato. El Fleni para algunas cuestiones es de lo más estricto y la verdad que está bien, porque vos vas a otros sanatorios y es todo un verdadero quilombo. A las desgracias le suelen sumar desorden, y entonces, además del dolor por lo que le está ocurriendo a un ser querido, le tenés que agregar el fastidio de no saber cómo hacer para averiguar lo que querés averiguar. Ni siquiera te podés dar el lujo de derrumbarte, porque te tienen de acá para allá con trámites de todos los colores. Y uno está indefenso como un animal herido, apenas puede con su alma.
Los informes de los internados en terapia intensiva se anunciaban a las 18 horas. El parte médico, y luego se podía ingresar por unos minutos a ver al paciente.
1802 marcó el reloj de pared. Apareció un médico calvo y muy delgado, alto, con barba de tres días. Sacó del bolsillo superior de su delantal un par de lentes sin marco, tragó saliva. Leyó pausado, voz neutra.
–¡No puedo más! ¡No puedo más! –Una mujer mayor se agarró la cabeza y de inmediato fue consolada por su hija, que la abrazó y la sostuvo al mismo tiempo. La mujer tenía alguna dificultad en el tobillo derecho, la chica tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se fueran al piso, las dos.
–Se va a salvar. Emiliano es un toro –dijo un hombre de camisa a cuadros con pinta de haber dormido poco. Se dio dos golpes sobre el pecho, con un puño, como indicando que sabía perfectamente de qué estaba hecho, Emiliano.
–¡Papá! –dijo una nena chiquita, afligida y con los ojos rojos de tanto llorar– ¡Mi papá!
–Va a salir –dije con autoridad, tosí, saqué un paquete de caramelos de eucalipto y ofrecí–. Tenemos que esperar, tenemos que ser fuertes.
Nos fuimos sentando, todos. Una mujer se había quedado interrogando al médico, que se limitaba a leer el parte de otro paciente. Nada para agregar.
–Perdón –me habló, un sujeto con pinta de oficinista que abrazaba a una mujer de mediana edad–, pero no lo conozco. No es de la familia, ¿usted quién es?
–No –dije–. Yo los domingos por lo general me deprimo. Me consuela un poco ver gente que está mucho peor que yo, me hace bien. A Emiliano no lo conozco, no tengo idea quién es.

4 comentarios:

Viejex dijo...

Uno ve un Picasso y lo reconoce sin dudar, aún siendo un absoluto ignorante en lo que se refiere al arte de pintar, uno reconoce que el tipo tenía un estilo único.
Lo mismo me pasa con sus cuentos. No hace falta que lo firme para reconocer en este un auténtico Juan Hundred.

Como siempre, mis respetos.

J. Hundred dijo...

*viejex! le cuento una nimiedad, una infidencia. solía yo coger con una señorita hace algunos años. como la señorita en cuestión estaba a punto de casarse con alguien, con otro alguien que no era yo, bueno, venía a mi casa a la salida del trabajo. lo primero que hacía, yo, que por ese entonces vivía en un departamento de 28 metros cuadrados alquilado sobre la calle french y tenía más ganas de coger que de vivir. lo primero que hacía, entonces, decía, apenas llegaba la señorita, era cogerla. sin casi saludarnos, la ponía, de frente ella contra la puerta del departamento al que había recién ingresado, mirando ella hacia la puerta para que quede claro, y ahí nomás, de pie, la cogía, contra la puerta, sin llegar a desvestirnos del todo, ella, yo. era un escopetazo cargado del deseo más puro, no hace falta entrar en detalles que hacen a la parte técnica de la cópula, de la fornienda. la señorita me calentaba muchísimo, éramos muy jóvenes, la situación de estar de algún modo en infracción, en fin. el punto es que un día la señorita me reprochó que bueno, ni bien ella llegaba, cogíamos siempre de la misma manera que le he descripto, el primer polvo. cuestionó, de algún modo, lo reiterativo del procedimiento. ‘pero te gusta?’, le pregunté, sin ser un entendido en la materia (lo mío siempre ha sido, podríamos decir que pertenezco a la corriente de los carismáticos, de los intuitivos, más que al talento o al conocimiento). porque notaba yo, le contaba, que la señorita se pegaba unas descomunales acabadas que le hacían doblar las rodillitas y gotear sobre el parquet un flujo que quemaba como un ácido y dejaba indelebles marchas sobre la ordinaria madera. ‘me encanta’, me dijo ella.
lo que le quise contar, con la precariedad de la anécdota, es que quizás me repito y no hay mayor evolución en mis escritos. pero sigo siendo genial, de algún curioso modo. lo saludo, le agradezco la visita.

Dany dijo...

Yo lo leo los domingos....... Abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! una delicadeza de su parte. lo abrazo.