Últimamente, hago una cosa que provoca el más profundo de los desconciertos.
Tiene que ser en un bar. Si estoy solo, pido como si fuéramos dos personas. Si estoy con una persona, pido como si fuéramos tres los presentes, o incluso más, de acuerdo a la necesidad que me aguijonee en ese momento.
Permítanme dar un ejemplo. Lo que podríamos denominar, ejemplo 1.
Estoy con una chica, en un bar. Es de mañana, hora del desayuno antes de comenzar una jornada de trabajo. La chica quiere, lo sé, la conozco, un café con leche, nada más. Yo quiero un café chico, y una medialuna de manteca.
Se acerca el mozo. Formulo mi pedido.
–Buen día. Es un café con leche, un café chico, una medialuna de manteca, un jugo de naranja exprimido, un agua con gas, una porción de tostadas con queso y mermelada, ah, y un té.
Y no digo nada más. Miro, tal vez, distraído, por la ventana. El mozo duda, mira pero no encuentra una sonrisa de la cual aferrarse, y se aleja, pensando que están por ingresar las tres personas restantes, que ahí vienen. Pero no, no vienen.
Mi acompañante separa sus manos de la mesa y abre la boca en ‘u’, y luego decide callarse, confundida, o tal vez no logre contenerse y diga ‘yo no quería jugo…’, pero, ante un casi imperceptible asentimiento de mi parte, intenta desentenderse de una situación que comienza a incomodarla.
Entonces viene el mozo. Observa que seguimos siendo dos personas, y él tiene un pedido para, digamos, cinco personas. Se lo nota contrariado.
–El café con leche para la señora –digo, sin mirarlo. Esto es importante también, decirle ‘señora’ a una chica de menos de treinta es muy importante también, porque es sembrarle una duda, es devaluarle las tetas, es dejarla avizorar el futuro, para que se despabile, para que de a poquito comience a pensar en algo. Es fácil de practicar con alguna empleada de cualquier comercio. Cuando concurra a comprar algo, dígale en algún momento ‘señora’, y fíjese en su cara–. Ponga todo lo demás por acá. –Y señalo vagamente, sin mayor detalle, lo que podríamos denominar ‘mi’ mitad de la mesa.
Aquí, es inevitable, el mozo dirá algo, o mi acompañante dirá algo, o tras mirarse buscando alguna mínima complicidad que les permita superar un momento que no comprenden, los dos dirán algo, más o menos al mismo tiempo. Eso me obligará a decir algo, a mí también.
–Sucede que hace ya demasiados años que vengo huyendo de la carencia. Sucede que sufrí mucho de pibe. Sucede que una de las pocas cosas que me calma, que mitiga mi dolor, es ver que hay, que sobra, que yo no quiero en absoluto, pero que si hubiera querido, si hubiera necesitado, algo, cualquier cosa, mermelada en esta oportunidad, hubiera podido, estaba allí, al alcance de la mano, sin problemas.
Y tomaré mi café, daré un mordisco a mi medialuna de manteca, sintiendo que soy un tipo de lo más interesante.
Tiene que ser en un bar. Si estoy solo, pido como si fuéramos dos personas. Si estoy con una persona, pido como si fuéramos tres los presentes, o incluso más, de acuerdo a la necesidad que me aguijonee en ese momento.
Permítanme dar un ejemplo. Lo que podríamos denominar, ejemplo 1.
Estoy con una chica, en un bar. Es de mañana, hora del desayuno antes de comenzar una jornada de trabajo. La chica quiere, lo sé, la conozco, un café con leche, nada más. Yo quiero un café chico, y una medialuna de manteca.
Se acerca el mozo. Formulo mi pedido.
–Buen día. Es un café con leche, un café chico, una medialuna de manteca, un jugo de naranja exprimido, un agua con gas, una porción de tostadas con queso y mermelada, ah, y un té.
Y no digo nada más. Miro, tal vez, distraído, por la ventana. El mozo duda, mira pero no encuentra una sonrisa de la cual aferrarse, y se aleja, pensando que están por ingresar las tres personas restantes, que ahí vienen. Pero no, no vienen.
Mi acompañante separa sus manos de la mesa y abre la boca en ‘u’, y luego decide callarse, confundida, o tal vez no logre contenerse y diga ‘yo no quería jugo…’, pero, ante un casi imperceptible asentimiento de mi parte, intenta desentenderse de una situación que comienza a incomodarla.
Entonces viene el mozo. Observa que seguimos siendo dos personas, y él tiene un pedido para, digamos, cinco personas. Se lo nota contrariado.
–El café con leche para la señora –digo, sin mirarlo. Esto es importante también, decirle ‘señora’ a una chica de menos de treinta es muy importante también, porque es sembrarle una duda, es devaluarle las tetas, es dejarla avizorar el futuro, para que se despabile, para que de a poquito comience a pensar en algo. Es fácil de practicar con alguna empleada de cualquier comercio. Cuando concurra a comprar algo, dígale en algún momento ‘señora’, y fíjese en su cara–. Ponga todo lo demás por acá. –Y señalo vagamente, sin mayor detalle, lo que podríamos denominar ‘mi’ mitad de la mesa.
Aquí, es inevitable, el mozo dirá algo, o mi acompañante dirá algo, o tras mirarse buscando alguna mínima complicidad que les permita superar un momento que no comprenden, los dos dirán algo, más o menos al mismo tiempo. Eso me obligará a decir algo, a mí también.
–Sucede que hace ya demasiados años que vengo huyendo de la carencia. Sucede que sufrí mucho de pibe. Sucede que una de las pocas cosas que me calma, que mitiga mi dolor, es ver que hay, que sobra, que yo no quiero en absoluto, pero que si hubiera querido, si hubiera necesitado, algo, cualquier cosa, mermelada en esta oportunidad, hubiera podido, estaba allí, al alcance de la mano, sin problemas.
Y tomaré mi café, daré un mordisco a mi medialuna de manteca, sintiendo que soy un tipo de lo más interesante.
6 comentarios:
¿Usted quiso decir que lo que abundan son los cuernos? Allá, desde el fondo, salta el típico mal alumno y grita: "Nadie muere mocho, por más interesante que uno fuere". Demosle crédito.
;-)
Abrazo cordial.
Usted más que interesante es intenso. Baci.
Usted tiene algunos comportamientos bastante interesantes. Por lo menos para los que no somos mozos.
Un saludo,
Muy menemista.
'El exceso es vulgaridad'... y triglicéridos y colesterol y diabetes y grasa. No sea grasa che.
Usted es un impostor inverosímil, extremadamente interesante. Le cito otra anécdota relativa al universo mental de los mozos de bar. El de la historia es un gallego, para más color. Un amigo le pide un sandwich de matambre y queso. El gallego lo mira por unos segundos, procesa y luego pregunta: "¿crudo o cocido?"
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