Ella me cuenta que cuando era niña, sus padres la llevaban de vacaciones a Mar del Plata. Ya en Mar del Plata, de vacaciones, su padre le compraba alfajores. Pero aquí comenzaban los problemas; ella, la chica, aún más chica, no lograba decidir si quería comer alfajores de chocolate, o alfajores de dulce de leche. Los dos le gustaban. La elección se transformaba en un dilema insoluble.
Finalmente, la chica pedía que le compren una caja de doce alfajores, mixtos. Esto implicaba que la caja en cuestión tenía en su interior seis alfajores de chocolate, y seis alfajores de dulce de leche.
Pero ni aún así. La situación estaba lejos de ser resuelta.
Entonces la chica se encerraba en su dormitorio, provista de la caja de alfajores, y un cuchillo. Un cuchillo extremadamente afilado.
Pero no se mataba, no. Se dedicaba durante lo que se extendiera una tarde de lluvia a abrir los doce alfajores. Los abría de manera longitudinal, dejando con milimétrica precisión dos idénticas mitades.
Y luego, aquí venía el corazón del experimento, el rapto de extrema originalidad. Se dedicaba a pegar las mitades, cruzadas. Una mitad de un alfajor de dulce de leche, con una mitad de un alfajor de chocolate.
Finalizada la prodigiosa operación, los alfajores eran prolijamente envueltos. La chica ofrecía entonces, por la noche, a familiares y amigos, su creación. Un manjar todavía no descripto. Un sabor todavía no inventado.
Pero la gente, los receptores de los alfajores creados, se mostraban contrariados. Porque quien había elegido un alfajor de chocolate, no saboreaba el alfajor de chocolate tal como lo imaginaba. Y quien escogía un alfajor de dulce de leche, tampoco recibía un alfajor de dulce de leche en el sentido exacto.
Y la chica, que era entonces más chica, descubría que la mezcla de dos cosas buenas no provocaba necesariamente una mejor, que a veces la gente sólo se anima a lo que conoce, que a veces las mejores intenciones no tienen porqué conducir a los mejores resultados.
Finalmente, la chica pedía que le compren una caja de doce alfajores, mixtos. Esto implicaba que la caja en cuestión tenía en su interior seis alfajores de chocolate, y seis alfajores de dulce de leche.
Pero ni aún así. La situación estaba lejos de ser resuelta.
Entonces la chica se encerraba en su dormitorio, provista de la caja de alfajores, y un cuchillo. Un cuchillo extremadamente afilado.
Pero no se mataba, no. Se dedicaba durante lo que se extendiera una tarde de lluvia a abrir los doce alfajores. Los abría de manera longitudinal, dejando con milimétrica precisión dos idénticas mitades.
Y luego, aquí venía el corazón del experimento, el rapto de extrema originalidad. Se dedicaba a pegar las mitades, cruzadas. Una mitad de un alfajor de dulce de leche, con una mitad de un alfajor de chocolate.
Finalizada la prodigiosa operación, los alfajores eran prolijamente envueltos. La chica ofrecía entonces, por la noche, a familiares y amigos, su creación. Un manjar todavía no descripto. Un sabor todavía no inventado.
Pero la gente, los receptores de los alfajores creados, se mostraban contrariados. Porque quien había elegido un alfajor de chocolate, no saboreaba el alfajor de chocolate tal como lo imaginaba. Y quien escogía un alfajor de dulce de leche, tampoco recibía un alfajor de dulce de leche en el sentido exacto.
Y la chica, que era entonces más chica, descubría que la mezcla de dos cosas buenas no provocaba necesariamente una mejor, que a veces la gente sólo se anima a lo que conoce, que a veces las mejores intenciones no tienen porqué conducir a los mejores resultados.
6 comentarios:
y a veces los mejores resultados se producen a partir de las buenas intenciones ajenas.
Su chica quedó a mitad de camino, vino Jorgelín y fabricó el alfajor triple.
Cuando yo pergreñé ese invento, no lo hice para convidarle a nadie.Perdón si arruino su relato al contar esta infidencia que omitió. El objetivo era simplemente, tener lo inalcanzable, tenerlo todo.
Pero claro, era chica, muy chica.
Crear desde la posibilidad y no desde la frustración.
Soñar que se puede aunque los grandes digan "no"
Al menos con los alfajores resultó
Las buenas intenciones, claro está, sirven para auto- justificarse, solo para eso, pero uno lo aprende de grande ¿no es cierto?
Saludos respetuosos
*condesa! y a veces los buenos resultados se producen sin intención. cosa e’ mandinga.
*
Juan: y a veces las buenas intenciones producen malos resultados...
La buena intención de Mar por explicar, resultó mala para el relato ¡no hacía falta!
¿o acaso Dulcinea sacó un apartado diciendo que no era tan fea despuès de todo?
Un abrazo
*condesa! en su abrazo siento una genuina empatía, una sana camaradería, varios megapíxels de la más pura comprensión. y siento también, sepa disculpar y esto es tremendamente paradojal, siento sus virtuales tetas.
...ventajas de la virtualidad. Aprovechemos!
(otro abrazo)
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