19.12.07

No tiene nada de malo pedir ayuda

La mujer es una profesional del sexo. Tiene las facciones duras, la expresión impiadosa de quien lleva tiempo haciendo barbaridades por dinero. Exuda capitalismo. El cuerpo hecho mercancía de cambio. Ya se ha dicho todo lo que se podía decir al respecto. Es un tema trillado.
Sentada junto a mí, bajo la luz violácea, sobre un sillón de cuerina color borgoña demasiado estereotipado para ser descripto, me susurra el tarifario. Le digo que no hace falta que me lo diga, que no es necesario, que el dinero no es problema, que la compensación será tan generosa como desproporcionada.
Se sorprende. Se alegra. Se incomoda. Desconfía. Todo su cuerpo, sus dedos, sus uñas, sus ojos, han adquirido la pátina de objeto, abandonando los atributos originales para los cuales, es de suponer, hayan sido creados. La mujer huele a cosa, a fatiga de materiales, a especulación, a oferta y demanda en el estado más puro que yo haya visto jamás.
La mujer me explica las diferencias de cotización entre bucal y facial, vaginal, anal, me explica que se puede hacer un trío, una orgía, lluvia dorada, utilización de aparatos, lesbianismo, sadomasoquismo, asfixia parcial: me explica cuánto cuesta filmarla copulando con un conejo de angora, o mientras le chupa los dedos de los pies a un enano, o quemarle los pelos del culo con un encendedor, o que ella se disfrace de hombre araña y me muela a palos. Y sigue. Ella recita una lista que parece no terminar nunca. Está dispuesta a fornicar con un maniquí, con la mano de un muerto, con una tira de asado.
Le pregunto cuál es su tarifa máxima, y le aseguro que voy a pagarle el doble. Lo que deseo es que tome entre sus manos mi pito y lo sostenga como si se tratara de un gorrión, un colibrí, un ave con un ala rota. Que lo sostenga, lo acune, lo cobije, nada más. Es posible, le digo, que en determinado momento yo apoye una mano sobre uno de sus hombros. O le toque un muslo, apenas. O le acomode un mechón de cabello detrás de una oreja. Serán unos diez minutos, o quince. No más.
Eso es todo lo que necesito, le digo, y un whisky decente. Alguien que me cambie este trago.

6 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Texto duro, triste y cierto y maravillosamente escrito (gracias).
Me recordó esta canción:

"Soy sólo un pájaro perdido
que vuelve desde el más allá
a confundirse con un cielo
que nunca más podré recuperar".

Los pájaros perdidos
Astor Piazzolla/ Mario Trejo

Roedor dijo...

Wow.

Dicen que una de las razones por las que un hombre le paga a una profesional es porque está harto de hablar o escuchar hablar, o prometer que va a hablar.

Un whisky decente bien vale estirarse un poco, además.

J. Hundred dijo...

*condesa! lee a Borges, escucha a Piazzolla, me imagino el debate allí arriba, me imagino a un querube alado diciendo ‘entienden que a esta mina no le podemos dar tetas? entienden que sería demasiado?’
*roedor! yo creo que una de las razones por las que un hombre le paga a una profesional es porque está harto de pagarle a una amateur. usted me mete en cada quilombo.

La condesa sangrienta dijo...

jaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa ustedes dos son lo más!
(Juan no le pido a los querubes que me den tetas -que las tengo- tan sólo que las eleven un poco al Paraíso porque el malvado demonio de pasados los 30 se empeña en el Descensus Ad Inferos).

Roedor dijo...

Alguien muy conocido dijo que uno siempre paga por sexo. Si me acuerdo lo cito.

Las tetas de la condesa son un bonus track, pero de esos de luxe, los que vienen después de como 15 minutos de silencio absoluto después de la canción 12.

La condesa sangrienta dijo...

;0)