6.9.06

Plastilina

Entra un jefe. El jefe se dirige a un muchacho que trabaja conmigo, y le encomienda una tarea. No importan los nombres, no importa en qué consiste el trabajo, ni siquiera importa la tarea. No es sustancial, ni forma parte del núcleo duro del relato. Es una oficina; hay muchas paredes y puertas y tubos fluorescentes. Planeta tierra.
El jefe se retira. El muchacho, vaya uno a saber porqué, se subleva.
Se pone de pie. Grita.
–¡Así no se puede! –dice– ¡No puedo hacer la tarea! –dice– ¡No tengo las herramientas!
Gesticula, mueve los brazos, ofuscado.
–Mi estimado colaborador –contesto–; desde salita azul para acá, desde jardín de infantes, desde que me robaron la plastilina, que no tengo las herramientas. Justamente, mucho me temo, que vivir de eso se trata; hacer las cosas sin contar con las herramientas. Pero tómalo como un minúsculo comentario, nomás.
El muchacho se acerca, tal vez con la intención de darme un golpe. Duda, se hace un peligroso silencio. Luego vuelve a sentarse, y me sugiere que pidamos empanadas para el almuerzo.

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