24.8.08

Religiones alternativas

Bajo a caminar.
Es temprano, hace frío. La ciudad todavía no se ha despertado, y ahí está su encanto. Los árboles sisean alguna canción. La luna se ha rebelado, se niega a reconocer que ha empezado el día. Capricho de luna.
–¡Juan! –Mi nombre es Hundred, Juan Hundred.
Miro a mi interlocutor. Frente a mí, un hombre delgado, con un torso demasiado estrecho para albergar un corazón. Va vestido todo de celeste, shorts y musculosa a pesar del frío, o peor aún, de turquesa.
–¡Juan, qué hacés por acá! –el monocromo es un defecto de carácter inadmisible.
–Camino –contesto. Cómo me molesta ser redundante.
–Ya veo –dice con una sonrisa de suficiencia. Porque mi interlocutor, a quien conozco de algún pliegue del barro de mi pasado, no camina, no. El corre.
Se ha detenido para saludarme, pero no se ha detenido. Corre en el lugar, a mi lado. Echa humito por la boca, a pesar de los shorts y la musculosa, usa guantes de lana. Exuda salud.
–Bueno –digo. Yo no puedo caminar en el lugar, y deseo seguir caminando. Tengo cosas que pensar: qué quería ser, de chico, cuando fuera grande, qué soy, de grande, cómo llegué hasta aquí, qué salió mal, en qué momento me perdí en el camino, esas cosas.
–¿Por qué caminás? –He retomado, con lentitud, con una sonrisa, mi marcha, él trota a mi lado sin haber sido invitado a acompañarme–. ¿Por qué no corrés?
–No quiero correr –le digo–. Quiero caminar.
–Pero correr hace bien –se da un tímido golpe de puño sobre su escuálido pecho–. Yo corro once kilómetros por día, todos los días. Y los fines de semana, el doble.
–Te felicito –digo.
–Correr es lo más sano que hay –dice.
–La salud es un atributo ambiguo –digo–. En exceso sobrevalorado.
–Corrés y bajás la pancita –en un rapto de locura, me ha apoyado, por lo que dura un instante, una palma enguantada sobre mi abdomen. Lo miro, de costado, y retira su mano de inmediato.
–¿Cuánto whisky sos capaz de tomar de una sentada? –Le pregunto.
–Eeeh… No, yo no tomo –dice–. El alcohol es malísimo. Tampoco como carne, soy vegetariano. Y tampoco como quesos ni lácteos.
–¿Y qué comés, milanesas de durlock? –Acelero el paso, pero no hay forma de escapar. Soy un sujeto esforzándose por caminar rápido, acompañado por un sujeto esforzándose en trotar despacio.
–El otro día me hice mi chequeo médico trimestral –sonríe–. Tengo el colesterol total en 1.43. El médico me dijo que tengo las arterias de un pibe de veinte años.
–¿Cuántos polvos te echás? En una sesión de sexo. Una noche, cinco horas, digamos.
–Mirá, Juan. Vos sabés que yo estoy casado hace trece años con Martita.
No digo nada.
–Tenemos una vida sexual muy plena, excelente. Claro que la pasión se va transformando en amistad, en compañerismo, es como si la otra persona pasara a ser parte de uno mismo.
No digo nada.
–Nosotros los domingos a la mañana cogemos, nuestro buen polvote nos echamos. Acepté coger a la mañana porque los domingos salgo a correr después de la siesta. Y coger te quita piernas.
–Entiendo –digo.
–Coger, pasada cierta edad, no es tan importante, Juan –dice.
Sigo caminando. Ha comenzado a llover. Es una fina garúa que me pincha la cara.
–¿Cuándo fue la última vez que leíste?
–No entiendo –se ríe.
–Que leíste un libro. Una novela.
–No tengo tiempo, no leo mucho. Además están los expedientes que te exigen mucha atención. Pero trato de ir al cine. Deberías correr, Juan.
–Bueno, lo voy a pensar –le digo–. Si me decido, te aviso.
–Llamame, Juan. ¿Tenés mi teléfono?
–Creo que no, pero te llamo y te lo pido.
–Vas a ver lo bien que te hace. Correr te cambia la vida. Yo, si no corro mis once kilómetros, no puedo empezar el día.
–Como una droga.
–¡Sí! –está encantado con la idea–. Como la mejor droga.
–Qué bárbaro –le digo, y cruzo la avenida con las manos en los bolsillos, apuro el paso porque vienen autos.

4 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Dígame que el tipo cruzó la avenida corriendo y un camión se llevó puesto el equipete turquesa, los guantes de lana, el bajo colesterol, las arterias de pibe de 20 y el polvorote dominguero.
Si no me lo dice voy con mi auto y lo piso. Esa gente que vomita salud no merece compasión.

Yoni Bigud dijo...

Este escrito es sumamente angustiante. Me sentí mal mientras lo leía, y aunque creo que es otra pieza sobresaliente, no quiero leerlo nunca más.
De cualquier modo se lo agradezco.

Un saludo,

J. Hundred dijo...

*condesa! por lo general, la gente que se ha pasado, pongamos 23 años sin ponerle un huevo frito encima a las papas, es gente muy propensa a patinarse en el baño y desnucarse contra el cepillo de dientes del osito chifulito.

*yoni bigud! pero no se ponga así, mi viejo. cada uno escapa como puede.

Yoni Bigud dijo...

Perdone usted, intentaré controlarme en le futuro.
Me gusta pensar que soy amplio, pero algunos personajes me dejan muy mal parado.
Aun así no salgo corriendo.