15.4.08

Xorg de Xiburg

Domingo. Cinco de la tarde. Frío. Una llovizna de esas disimuladas, esa llovizna que mira para otro lado, que se hace la desentendida, pero en un momento te das cuenta que tenés empapado hasta los calzoncillos, te das cuenta que no te vas a secar jamás.
El bar está repleto de gente del barrio, boludos tradicionales, sin pretensiones, el fracaso hecho una fina costra sobre la epidermis. El fútbol como coagulante, como nexo, como aglutinador que permite olvidar por un par de horas la propia vida y que mañana es lunes. El gallego puso un televisor nuevo, de pantalla grande, y cobra un peso más el café, un trato justo. Hay una nube hecha de un humo denso; aquí a nadie le importa si la nicotina mata, porque la tristeza mata mucho más.
Cada uno se ha sentado como ha podido, donde ha podido, y ya no hay grupos definidos, sino una masa amorfa, noventa y cinco por ciento masculina, con calvas relucientes y pelambres pringosas y dedos en la nariz y eructos reverberantes, con los cuellos estirados y la vista fija en el televisor como un imán de todas nuestras desesperaciones.
Es el entretiempo. La lluvia golpea contra el ventanal, y dan ganas de quedarse ahí adentro, matando la tarde aunque Boca pierda uno a cero, empapado de lugares comunes y frases hechas y puteadas y quejas existenciales demasiado existenciales para prestarles atención.
Alguien aprovecha para ir al baño. Alguien pide dos cervezas más. Alguien tira un platito de maníes y estaremos sintiendo el cricrí de los maníes debajo de nuestras suelas hasta que salgamos a la calle otra vez, a la lluvia otra vez, al lunes implacable que no tiene apuro y se relame, otra vez.
–No se puede jugar sin enganche.
–Van para atrás, están peleados con el técnico, por eso van para atrás.
–Pedime otro café, Laucha.
–Qué ganas de coger que tengo, por favor.
Se abre la puerta. Alguien va a comprar cigarrillos. Se abre la puerta. Alguien entra.
–Señores, buenas tardes, soy Xorg de Xiburg.
Alguien levanta la vista. Es un pibe delgado, parece que se va a doblar. Usa jeans que le quedan largos y los tiene doblados de manera irregular, para no arrastrarlos, va muy abrigado, con un pulóver de cuello alto, un pulóver de lana muy gruesa, de esos que ya casi no se ven en la ciudad.
Por encima del cuello del pulóver asoma su cabeza, semejante a una lámpara gigante. El cráneo rasurado parece verde, juraría que es verde, pero puede ser el efecto de la luz. El cráneo está surcado por demasiadas venas, en relieve, venas que parecen presas de una extraña movilidad, como si regurgitaran bajo la piel.
Tiene puestos lentes sin marco, detrás de los cuales pueden verse sus pupilas dilatadas, de un verde casi fosforescente, y el hecho de no verlo parpadear, ni una sola vez, aumenta el efecto, la extrañeza que produce su rostro.
Alguien lanza una carcajada, desde el fondo. Se oye el ruido de un vaso roto.
El pibe permanece de pie, contrariado, carraspea y se rasca la nariz, que es un puntito apenas, una nariz de perro pekinés. Es un momento, un fulgor, no más, pero por debajo de la manga del pulóver he visto una mano, también verde, una mano que no puede ser humana, una mano como no he visto jamás.
–¡Señores, por favor! ¡Vengo de una galaxia lejana, con la intención de…!
–¡Sentate, cara de aceituna!
–No te pongas verde, triste, que ahora lo damos vuelta. Este partido no se pierde.
–¡Gallego, te pedí dos cervezas hace media hora!
–¡Ahí salen, ahí empieza! ¿Cambiaron a Ríspoli? Ríspoli es un muerto, no puede jugar a nada.
–Sentate, pibe, tenés mal color. Capaz que te bajó la presión –un gordo abre un sobrecito de azúcar, alguien ha tirado del brazo de Xorg, dejándolo sentado en un banquito libre, algo bajo, sin respaldo. El gordo le acerca el sobrecito de azúcar y se lo echa en la boca entreabierta.
–Es la presión, pibe, es la humedad. Esto te levanta enseguida.
–¡Vamos Boquita, carajo!
–Che, se está lloviendo todo.
–Dame un faso.
Xorg está sentado con la espalda muy recta, las manos sobre las rodillas, la mirada más fosforescente que nunca.
–¿Cómo van? –pregunta.

*Hace muchos años leí un cuento, un cuento de Fontanarrosa que me gustó mucho, con esta idea. Lo que quiere decir que la idea ya la tuvo alguien, el cuento ya fue escrito. Pero no pude evitarlo, no pude evitar escribir estas líneas, y no hace daño a nadie. Se olvidan de inmediato, sin esfuerzo, y cada uno puede seguir con lo suyo. Ustedes me van a saber disculpar.

1 comentario:

Alelí dijo...

yo no leí el cuento del que hablás, no...mm...no estoy segura. Pero este me encantó!