21.6.08

Testimonio

Son las nueve y veinte de la mañana, y el tránsito en la ciudad es el círculo que Dante no alcanzó a detallar, porque le tocaron bocina. A veces soy gracioso, no lo puedo evitar.
Hay ruido de caucho contra pavimento, hay odio de metal contra metal, hay gritos de gente que muere o cree que tiene derecho a avanzar, o las dos cosas al mismo tiempo, hay una fina llovizna que transforma el fastidio en una pasta que se adhiere y no se va nunca más, hay millones de almas presas y esperando que algún semáforo de la vida los guíe sobre adónde, sobre cómo, sobre a qué velocidad.
Y estamos todos juntos, apilados, llenos de espanto y de ganas de zafar, pero no hay cómo salir del tráfico, no hay cómo avanzar. Sólo se puede apretar el volante como aquellos cowboys de las pelis que mordían una lonja de cuero mientras algún colega les extirpaba una bala del cuerpo, a whisky y cuchillo y nada más.
El hombre del Fiat blanco, a mi derecha, abre la puerta, baja del auto, deja la puerta abierta apenas, avanza un paso o dos, mira hacia delante, haciendo visera con una mano, mientras, sin odio, sin violencia, cubierto por una sombrilla de resignación, se baja los pantalones, y se baja los calzoncillos. O no, lo estoy contando mal. Primero se ha subido de un salto, al capó de su automóvil, y desde allí, como desde una carabela, ha mirado tan adelante como ha podido, para luego, sí, bajarse los pantalones y los calzoncillos.
Se pone, entonces, en cuclillas, sobre el capó del auto. Y se pone, el hombre, con gesto reconcentrado, y el flequillo cayéndole sobre la frente, a cagar.
La maniobra no ha llevado en sí demasiado tiempo, un par de minutos, no creo que más. Y uno a uno, todos los conductores, los pasajeros de los colectivos, las mujeres en las esquinas, un Fox Terrier pelo duro encadenado a un poste de luz, no pueden dejar de mirar.
El hombre caga, y mientras caga opina, elabora su sinfonía más lograda, siente, tal vez, que ha logrado por fin encontrar el adecuado canal de expresión.
Completada la maniobra, el hombre da un salto y aterriza sobre el fatigado pavimento, enciende un cigarrillo, se sube los pantalones, y parte a paso vigoroso.

2 comentarios:

La condesa sangrienta dijo...

Un asqueroso el tipo. Se fue sin limpiarse el culo.

J. Hundred dijo...

*condesa! usted ha posado su nívea palma sobre un delicado tema. los grandes hombres tienen también algunas zonas oscuras.