11.10.06

Abandónico

Ser abandonado puede parecer una experiencia traumática; no lo es. Tal vez debiera ser tomado como un ejercicio zen. Algo saludable. Algo purificador. Es más, me atrevería a recomendar ser abandonado al menos una vez al año. Chocar contra el imposible del otro; descubrir con estupor que las circunstancias son ajenas a la propia voluntad.
Recibir entonces, con hiriente meticulosidad, el detalle, el porqué lo de uno no fue suficiente, no alcanzó. Aprender que no se estuvo a la altura de las circunstancias, de las expectativas. Aceptar que uno fue desbordado por la situación, como un nadador más o menos idóneo, a quien el mar decide recordarle quién es el invitado y quién es el dueño del juego.
Ser abandonado, estoy seguro, te vuelve mejor.
Ahora, si sos abandonada, es tremendo. No sé, matáte. Hacé un curso.

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