25.10.12

Raspón


         Ella lo único que quería era una bicicleta. Y, finalmente, su padre había dicho bueno, había dicho sí. Para el día del niño, se despertó, y ahí estaba. La bicicleta, flamante, roja, los pedales donde jamás nadie había pisado, el metálico manubrio con cintas de tres colores colgando a cada lado, esperando el viento.
         Ella tenía nueve años y el mundo era perfecto. Volvía del colegio, merendaba lo más rápido posible, y salía a pasear con su bicicleta nueva, por las arboladas calles de Palomar, Ciudad Jardín, donde las flores huelen como en ningún otro lugar y los pájaros se sientan al lado tuyo a conversar. Se alejaba una o dos cuadras no más, lo prometido, daba vueltas.
         Un domingo a la mañana ella volvía pedaleando a casa, estirando tanto como fuera posible el corto y permitido trayecto, doblando y volviendo a doblar. La excusa había sido ir a comprar el pan, las facturas, para desayunar.
         Sintió el impacto, pero cuando abrió los ojos ya estaba en el piso. Se puso, como pudo, en cuatro patas, le sangraba la frente por el raspón, y una rodilla. Se le había aflojado un diente de adelante, sintió la tibieza de la sangre en sus labios.
         La habían empujado, venía distraída. Dos muchachotes salidos de alguna parte, de pie, las puertas delanteras del Fiat abiertas. Uno guardaba su bicicleta en el baúl. Todo sucedía muy rápido.
         –¡No! –gritó, ella, y le salió un sollozo. Se pasó una mano por la frente.
         –Nenita –dijo uno, el que estaba más cerca, y se acercó un paso. La miró, a ella nunca la habían mirado así. Sintió que todo lo malo del mundo estaba en esa mirada, sintió que todo lo malo existía, como posibilidad. Aún sin poderlo definir con exactitud, lo supo el cuerpo.
         –Dale, no hay tiempo –dijo el otro, que después de guardar la bicicleta en el baúl, se subió al auto en el asiento del acompañante–. Después buscamos algo.
         Ella estaba sentada sobre el camino de tierra, el hombre de pie. Iba de jeans y camisa a cuadros de manga corta, peludo, muy peludo. Le salían pelos por todos lados. El hombre se inclinó hacia ella, y le puso una mano debajo del mentón. La mano era fuerte, callosa, los dedos muy gruesos. La obligó a levantar la cara. Ella vio el bulto en el pantalón, y más arriba los orificios nasales tan negros, tan oscuros.
         –Nenita –dijo el hombre, otra vez, y se subió al auto. Se fueron.
         Han pasado más de veinte años de aquel suceso. Ella es docente en una escuela primaria, vive en un pequeño departamento en el barrio de Congreso. No lo dice, pero cree que el mundo es un lugar extraño y hostil. Le gustan los jugos de frutas, tiene un gato que se llama Sigfrido, también le gustan las películas donde alguien lucha contra una catástrofe natural o una terrible enfermedad. No volvió a andar en bicicleta, nunca más.

11 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

Excelente.

(...por un momento sentí la justificación para matar)

Unknown dijo...

Pobrecita! a mi hermana le pasó justamente eso! Le regalaron la bici y al otro día se la robaron. Nunca más anduvo en bicicleta, pero no vive en Congreso por suerte

N. dijo...

Ciudad Jardín es así como contás, tal cual... Agradezco el post, porque me vinieron a la memoria miles de cosas de allá. Y de andar en bici... Y de la maldad de una mirada.

Sdos.

N.

A.Torrante dijo...

Hubiera preferido un final más a lo Dirty Harry, pero cada tanto un bofetazo de "wake up and smell the fucking roses" a lo JH no viene mal.

Mr. Kint dijo...

Algún día voy a pasar por este sitio y usted ya no me va sorprender. Le voy a seguir dando un abrazo pero sin las recurrentes felicitaciones.
Estoy intentando decirle que ha sido muy bueno, que su escrito me gustó mucho; pero sí, así es como me sale, me dicen que tengo problemas para expresar los sentimientos profundos. Eso dicen algunos. Puedo ser, pero también creo que la gente también es demasiado rompe bolas y habla demasiado.
Un abrazo! Un placer volver.

Paprika dijo...

Me dió escalofríos. No es la reacción que esperaba, si es que esperaba alguna. Pobre nenita, pobre mujer.. Lo triste es que estas cosas pasaron y pasan y pasarán.
Y no es una idea extraña, ajena: El mundo es un lugar extraño y hostil, y las personas que en él habitan son desconocidas y uno no les importa.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! el problema, creo, es que por un momento como usted dice (aunque no sea eso, quizás, lo que quiso decir), uno sería capaz de encontrar la justificación para hacer, prácticamente, cualquier cosa. idea perturbadora si las hay.

*lali nuñez! que nos vaya bien a todos.

*n! alguna vez lo debo haber contado, pero permítame intentar esmerarme, mejorar, con usted. lo vi por televisión, en un programa de la televisión española, blanco y negro, donde entrevistaban a grandes escritores latinoamericanos. el programa que quiero mencionar es en el cual entrevistan al superior onetti. el asunto, no me voy a detener en eso para no aburrirla, el asunto, entonces, decía, es que durante la entrevista, onetti, tal era su costumbre, está absolutamente genial. dice una brillantez tras otra, es cínico, inteligente, ingenioso, irónico, se burla y a la vez ilumina, todo lo que usted se pueda imaginar y más también. finaliza el programa, y el entrevistador, para cerrar, dice alguna gilada como ‘bueno, maestro, yo le agradezco su presencia y haber compartido esta entrevista, tatatatá..’. y onetti, hinchado las bolas mal, haciéndose el pelotudo de la manera más original que yo haya visto, con esa falsa modestia que es casi como si le pusiera al ocasional interlocutor un gargajo en la solapa del saco, responde ‘pero no, por favor, yo le agradezco a usted por haber perdido su tiempo así, conmigo’. disculpe si la aburrí, pero me pareció que usted me iba a entender, y se lo quise contar. la saludo.

*a. torrante! usted me deja con la triste obligación de recordarle que, lo que usted prefiere, para el resto de la humanidad en general, para mi triste persona en particular, puede tener la relevancia de un pedo en una tormenta eléctrica.

*mr. kint! habiendo transcurrido algunos años ya, le confieso que no sé muy bien qué sería más grave para este precario espacio, que no esté yo, o que no esté usted. lo saludo con afecto.

*paprika! su escalofrío dice que quizás, todavía, conserva la capacidad de sentir.

N. dijo...

Claro que lo entiendo. Pero no me quedo ahí y vuelvo a agradecer por hacerme recordar cuando leí "Dejemos hablar al viento"... Pero paremos acá, porque seguir extendiendo la cadena de agradecimientos ya sería demasiado. Incluso para nosotros.

Sdos.

N.

A.Torrante dijo...

coincido en parte, aunque me cabe la duda si le provocó tanta tristeza la obligación de recordármelo, pero a su vez congratulo su aguda capacidad de auto análisis.

Anónimo dijo...

Lo suyo como de costumbre es genial, pero en este caso ademas me conmueve, ya que he estado al lado de una persona que paso por lo de esta nena y lo se, las marcas que quedan son indelebles y de por vida.

J. Hundred dijo...

*

*

*anónimo! yo le agradezco la sintonía. le cuento, al respecto, una infidencia. terminado el precario texto de mi autoría que nos ocupa, el titulo, lo vi con claridad, iba a ser ‘quedan las marcas’. pero recordé haber utilizado ese título para contar una historia, otra historia, y me pareció, que si recordaba haber utilizado el título en cuestión, sabiéndolo y viendo que había sido más que bien utilizado en esa oportunidad, no debía repetirlo (aunque no pasa nada en realidad, cuando me repito no hago otra cosa que mejorar, extraña cualidad la mía). pero sí, quedan las marcas, y es tan triste.