5.8.12

Vas al hotel Camaro

         Subió en el ascensor, piso 33. El ascensor subió como si fuera al mismísimo cielo, como si el ascensor fuera el Transbordador Columbia. Escuchó un ínfimo zumbido, nueve segundos, once quizás.
         Se abrieron las puertas. Avanzó. Una alfombra turquesa donde le desaparecían los pies, como caminar sobre treinta centímetros de agua, en el Caribe. Eso fue lo que pensó.
         La secretaria hablaba por teléfono, para eso fueron puestas las secretarias sobre el planeta tierra. Y para chupar pitos, también, para arrodillarse sobre fantásticas alfombras de color turquesa y beber esperma de tipos que manejan corporaciones desde algún piso 33. Conocía chicas que trabajaban doce horas por día de cajeras en supermercados, y después encima tenían que coger con él. Cada uno elige la soga con la que se ahorca.
         Le hizo un gesto con la mano, la secretaria. Que pasara directamente.
         Empujó las puertas de la madera más oscura que jamás hubiera visto. Pesadas, muy pesadas, y casi negras. Olían, las puertas de madera, a madera, a árbol, a naturaleza mezclada con desinfectante, a dinero.
         Entró.
         –En Sarmiento al cuatro mil doscientos está el hotel Camaro –le dijo el hombre, y recién entonces giró, muy despacio, su silla. Le había hablado de espaldas, mirando el ventanal, el río, detrás de un escritorio que debía tener unos tres metros de lado. Un escritorio donde se podría haber jugado un partido al ping pong mientras alguien, el que estuviera detrás del escritorio, seguiría con lo suyo sin mayores inconvenientes. Demasiado robusto, quizás, el hombre, en el límite con la gordura, más de cincuenta años, todo en él exudaba solvencia. Camisa recién planchada con sólo un botón desabrochado, una pulsera de oro en la misma mano del reloj, impecable afeitado, cabello muy corto y abundante, algunas canas, gel–. Ahí arriba de la mesa tenés el maletín.
         Miró el maletín, estaba cerrado.
         –Vas al hotel Camaro, y en recepción pedís por el Mono –siguió, tomó un sorbo de su café–. Te van a decir el número de la habitación.
         Hizo una teatral pausa, él no dijo nada. El hombre encendió un cigarrillo y miró su reloj, o quizás el orden de las acciones fue al revés. Fumaba Winston.
         –Te van a decir la habitación 318 –dijo–. Pero vos vas a la 319. El Mono sabe que lo están buscando. Si tocás la 318, el Mono te va a matar, desde la 319. ¿Entendés?
         –Sí –dijo. Porque se entendía lo que el hombre había dicho, lo que el hombre estaba diciendo.
         –Entrás, y le decís al Mono que te mando yo. Y le das el maletín. Son los ochenta y cinco mil dólares que pidió. No los va a contar, no tiene tiempo para eso. El vuelo de él a Panamá sale a las tres de la tarde. Cómo hace para salir con la plata es un problema de él. ¡Es problema de él!
         –Sí –dijo.
         –Lo que te tiene que dar él, en una bolsita, es un dedo. El dedo que le cortó a ese hijo de puta que se acostaba con mi mujer. Forro –se paró, pitó con energía, con interés–. Cuando escuchamos las grabaciones, a ella le gustaba que él la pajeara, con el dedo. Parece que el tipo es músico, toca el contrabajo. Tiene un callo, bien duro, amarillo, en el dedo mayor de la mano derecha. El tipo la pajeaba, a mi mujer, con ese dedo. Mi mujer se pegaba unas descomunales acabadas. Así que le pagué al Mono para que le corte el dedo a ese infeliz. Ya no va a poder pajear a mi mujer. Tampoco creo que pueda volver a tocar el contrabajo. Se va a tener que pasar la vida haciendo otra cosa. Vendiendo cubanitos, yo qué sé.
         Se rió, pero seguía enojado. Levantó los hombros, como quien acaba de hacer una travesura, y se rió otra vez.
         –A mí no me jode nadie. Soy Walter Pirozzi, y tenés que saber que no te podés coger a mi mujer. A propósito, por qué no subió Beto. ¿Sigue resfriado?
         –Señor –tosió, apenas–. No sé. Yo soy de sistemas. Me dijeron que tiene algún problemita con el mouse.
         –Ah, sí –apagó el cigarrillo, fue hasta un sillón y se puso a revisar papeles–. Es la máquina que tenés allá. Para mí que tiene un virus.

13 comentarios:

Zeithgeist dijo...

JAJAJAJAJAJAJ geniaaaaaaaaaaal!
mencantó

Rob K dijo...

¿85000 verdes por un dedito de morondanga? Que alguien regule ese mercado, por favor...

A.Torrante dijo...

Impresionante! Y coincido con Rob K, un dedo, más que una luca argenta no vale, pero si Pirozzi anda generoso, por favor dígale que a su mujer yo la hago acabar con el meñique izquierdo.

Viejex dijo...

Qué bueno, Hundred!

Angel dijo...

De lo mas trillado y aburrido que lei de ud.

Diego dijo...

Don Cien.
Creo que la entropía ha hecho efecto en usted, es claro. Sin embargo, ningún ser vivo se puede jactar de ser ajeno a este proceso que pasa, que nos pasa. Si usted está mal, yo estaré peor, quiero decir.
Por cierto, siempre es un gusto leerlo.
Gracias por sorprender.

J. Hundred dijo...

*zeithgeist! siento que estoy dejando la piel del prepucio en cada post. así que por fin, nena. por fin.

*rob k! que nos vaya bien a todos.

*a. torrante! pirozzi dignifica.

*viejex! caramba, viejex. usted por lo general viene con la ímproba tarea de recordarme que soy un pelotudo. quiero decir, lo desconozco.

*angel! lamento disentir con usted, pero no, no creo. hay gente por ahí que suele decir cosas como ‘estoy en mi mejor momento’, pero yo siempre estoy en mi peor momento, estoy en mi peor momento prácticamente todo el tiempo, desde siempre, desde que puedo recordar.

*diego! leo sus palabras y recuerdo una película que me gustó, titulada ‘entropía, birra, faso’. me pegué una vuelta por su sitio, calculo que es cuestión de días antes que usted se transforme en uno de los tipos más leídos de la web, con todo lo que eso implica. acepte mis respetos.

Diego dijo...

Usted tal vez no lo piense, no lo crea, no lo sienta así empero le digo que sus palabras son de aliento, con ganas de dar ánimos.
Tal vez no, quizás me quiso ofender, menospreciar, embargarme en la más inhóspitas lagunas de la mediocridad, con todo lo que eso implica.
Igual, pienso que es una palmada en la espalda, un 'Vamos, nene' que me hace falta.
Gracias, che, gracias.

Angel dijo...

Solo puedo decir que lo mejor que puede pasarle es estar en su peor momento, no veo forma más optimista de vivir.
Despreciaría que me dijera que es este su mejor momento le sugeriría entonces suicidarse para quedar asi inmortalizado o, de forma menos drástica (quizas), dejar de escribir.
Lo útimo que le falta son babosos lectores que lo halagen sin razón, a mi saber no hay mejor forma de expresion y respeto que la franqueza.

Mr. Kint dijo...

Qué devaluados están los gángsters por estos días como para manejar estos asuntos desde un piso treinta y algo. Un buen Tony Soprano sabe que para manejar la calle hay que ponerse al nivel de ella, o incluso debajo, en un sótano del puterío; ah, y el gordo nunca llamaría un técnico de sistema, si el mouse falla descarga su ira y hace mierda la PC completa; después charla con su psicóloga en una de las más memorables escenas que nos ha dado la TV.
Saludos

J. Hundred dijo...

*diego!

*angel!

*mr. kint! no tengo más que darle la razón. cuando yo sea secretario de educación, ‘los soprano’ será una materia obligatoria en las escuelas primarias. también se practicará robo de vehículos, uso de armas de fuego, consumo de estupefacientes, y secuestros en todas sus modalidades. es importante que los niños adquieran el herramental que les permitirá salir adelante, desarrollarse, ser alguien en la vida. un saludo.

Dany dijo...

Las descripciones a su estilo son fantásticas. Puede que esté en su peor momento....conservelo. Un abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! es como escuché decir, a un monocorde delpo, respecto del señor federer. dijo ‘vos tenés que estar en tu mejor día, y él tiene que estar en su peor día, y entonces tenés alguna chance’. lo que quiero decir es que, incluso en mis días más bajos, sigo siendo buenísimo. 1abrazo.