Cuando
a Mónica el doctor le dijo que, viendo los estudios, las microcalcificaciones,
lo mejor iba a ser operarla de un pecho, bueno, Mónica se derrumbó. No hubo
nada de metáfora, literalidad pura. Estaba escuchando al doctor que le hablaba
con su mejor cara de circunspecto, cuando sintió un leve adormecimiento en un
pie, como si le hubieran anestesiado la parte inferior del cuerpo. Le pareció que
se deslizaba de la silla, apenitas, su
cintura se despegaba del respaldo. Y después se puso todo negro y no sintió más
nada.
Se
despertó acostada en la camilla del consultorio, le habían quitado los zapatos,
le dieron un caramelo de eucalipto y un vaso de agua. El médico la ayudó a
sentarse, le preguntó si ya estaba bien.
Mónica,
al tiempo que recuperaba la conciencia de su cuerpo, recuperó como un rayo la
conciencia de la noticia. Y lloró. Tuvo un acceso de llanto mientras el médico
le sostenía una mano con algo que el médico debía pensar era parecido a la
ternura, pero en realidad era como si hubiera levantado un pejerrey, muerto, del
fango.
Mónica
pensó que algo había terminado. Su cuerpo siempre había sido su mejor aliado, y
había llegado la hora de la despedida. Recordó que todos habían querido bailar
con ella, siempre, desde la secundaria. Ella, con los labios pintados de un
rojo furia y sus remeritas apretadas y los chicos que hacían tremendos
esfuerzos para que la vista no se les fuera hacia abajo. Ella, con su jean
ajustado y una camisa apenas entreabierta, volviendo loco a todo el mundo en
cualquier oficina. Jefes que le habían jurado que dejarían a sus esposas y a
sus hijos por ella, Gabriel mirándola mientras ella se quitaba el corpiño,
negando con la cabeza, sin poder creer lo que veía, lo buena que estaba.
Nunca
más. Se iba ella, o lo mejor de ella. Pero no era tonta, la vida le había
enseñado. Siempre había querido retomar sus estudios, recibirse de abogada.
Estudiar teatro, también, no, teatro no, mejor fotografía. Ya había tenido
suficiente con los hombres, podía tomarse un recreo, una pausa. Reinventarse,
eso. Juntar los pedazos, seguir. Superar el espanto.
–Quizás
no entendió bien –dijo el doctor–. Es normal, el susto. En ningún momento dije
nada referido a una mastectomía.
Con
una sonrisa, el doctor le explicó que la medicina había avanzado mucho en los
últimos años. La intervención le dejaría a Mónica, como mucho, una cicatriz de
un centímetro de largo justo sobre la base de su teta derecha. Se podía hacer
plástica y en tres meses sería algo menos que un rasguño. ¿Quimioterapia? No,
nada de eso, la gente veía demasiadas series de hospitales. Nada de nada.
–Bueno,
doctor. Me gustaría operarme lo antes posible –Mónica pensó que estaban en Septiembre,
y Martín la había invitado a Punta del Este la última semana de Enero. Algo
gordo, Martín, y le gustaba demasiado el fútbol. Pero tenía un regio
departamento sobre La Mansa, y un bmw descapotable, un Z4. Iría a la playa con
una bikini imposible, sintiendo el viento en la cara, comería mejillones a la
provenzal sin sacarse los lentes de sol mientras la gente trataría de adivinar
si era una vedette, si la habían visto en algún programa de televisión. Iba a
ser bien divertido.
5 comentarios:
¡Una pintura impecable!
No es que me hiciera ilusiones de poder algún día voltearme una mina así, pero gracias a su entrada no me queda otra que resignarme o irme de putas lo cual casi casi, vendría a ser la misma cosa, pero con la resignación me ahorro unos buenos mangos.
Excelente retrato.
Soprende lo que hace un buen susto
Nadie se reinventa en las vísperas.
Excelente y tan real lo de la ternura y el pejerrey muerto.
Abrazo.
*juan sebastián olivieri! quizás un óleo, quizás un fresco.
*a. torrante! que nos vaya bien a todos.
*angel!
*dany! supongo que para poder ejercer la medicina, como deformación profesional, se impone no sentir. ahora que lo pienso, para poder ejercer cualquier profesión, es menester no sentir. 1abrazo.
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